· Ciudad del Vaticano ·

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Ayer, hoy y mañana

Y al séptimo día, descansó

 Dio benedisse il settimo giorno e lo consacrò   DCM-006
01 junio 2024

Hemos vivido siempre creyendo que las palabras con las que termina el relato de la Creación en el libro del Génesis hablan del descanso de Dios. “Y habiendo concluido el día séptimo la obra que había hecho, descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque en él descansó de toda la obra que Dios había hecho cuando creó”. Es lógico pensar que después de trabajar, era justo descansar. Un derecho que también tuvo Dios.

En el fondo, en nuestras sociedades occidentales, la alternancia trabajo-descanso, (o en términos biológicos vigilia-sueño) se considera, más que una necesidad, un derecho. De ahí discusiones como si se deben abrir los supermercados el primero de mayo o sobre las vacaciones pagadas. Sin embargo, no es del todo justo cuando en esta discusión se menciona al domingo. “El día del Señor” no tendría que ser homologable a otras fiestas civiles porque tiene un significado muy distinto del que se da a los días de descanso en las organizaciones sociales o en la ética del trabajo si bien es cierto que el calendario laboral es un compromiso entre fechas civiles y religiosas propias de la tradición de la mayoría del grupo social al que afecta.

Esto explica evidentemente por qué en Italia el día de descanso es el día cristiano y no el viernes islámico o el sábado judío. Sin embargo, también dice que, inevitablemente, a medida que nuestras sociedades se vuelven cada vez más multiculturales y multirreligiosas, también es necesario repensar la convención de la que el calendario es una expresión.

El texto del Génesis no pretende legitimar una división del tiempo en siete días, de los cuales seis son para trabajar y uno para descansar. El relato no solo dice que en el séptimo día Dios descansó de todo el trabajo que había hecho en la creación, sino que afirma con fuerza que, en ese día, el séptimo, Dios la bendijo y consagró. Todo el significado del texto reside aquí, en estos dos verbos. Es un vocabulario con un fuerte matiz litúrgico porque Dios quiere que un día sea cualitativamente diferente de los otros seis y lo “consagra”, es decir, lo reserva para sí, lo convierte en una realidad que le pertenece.

Todo el resto de la Creación, desde las estrellas hasta los animales y los humanos, todo vive según las reglas específicas de su propia “especie”. Las aguas deben estar separadas, el arriba y el abajo no pueden confundirse, entre los animales y el ser humano la posibilidad de comunicación no es absoluta ni total y solo los dos principios fisiológicos masculino y femenino permiten la procreación y, con ella, la supervivencia de la especie. La capacidad creativa de Dios radica en revelar cuál es la garantía de que el caos no vuelva a prevalecer. El ser humano individual y colectivo es a semejanza de un Dios que es capaz de poner límites incluso a su propio poder creativo y el pleno sentido teológico del sábado consiste entonces en revelar que la plenitud del poder reside precisamente en la suspensión de la propia capacidad de poder.

Después del tiempo del Éxodo, Israel traducirá el significado profundo de la santificación del sábado en la observancia de un mandamiento: “Recuerda el día del sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso, consagrado al Señor, tu Dios. No harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el emigrante que reside en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay en ellos; y el séptimo día descansó. Por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó”.

Nos debe hacer reflexionar: el descanso del trabajo es un derecho, la santificación de un día para Dios es un mandamiento. Quizás la profunda crisis de los preceptos dominicales, que pretendían consagrar el día del Señor con una misa forzada, resulte ser una bendición. No será fácil salir de allí, por supuesto, porque exige redescubrir el significado profundo de una relación con toda la realidad del mundo que pasa por la fuerza creadora de Dios. Una fuerza que nos enseña, podríamos decir parafraseando el libro bíblico de Eclesiastés, que “todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo”. Así quizá podremos empezar a redescubrir ese significado.

de Marinella Perroni