· Ciudad del Vaticano ·

A los detenidos de la prisión de Montorio

No ceder al desaliento: la esperanza es un derecho

 No ceder  al desaliento: la esperanza  es un derecho  SPA-021
24 mayo 2024

Al final de un apretado programa de reuniones, el Papa Francisco concluyó la mañana de Verona yendo en coche a la casa del distrito de Montorio. Este es el texto del discurso pronunciado por el Pontífice.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

¡Agradezco a la Señora Directora su acogida y su sentido del humor! La sonrisa hace mucho bien. Os agradezco a todos la calidez, la fiesta y el cariño que me mostráis. Un saludo también a todos los que trabajan en este instituto: agentes de custodia, educadores, profesionales de la salud, personal administrativo y voluntarios. Quiero saludar también a todos los que están mirando por las ventanas: ¡un saludo a todos vosotros! Tenía muchas ganas de conoceros, todos juntos.

Para mí, entrar en una cárcel es siempre un momento importante, porque la cárcel es un lugar de gran humanidad. Sí, es un lugar de gran humanidad. De humanidad probada, a veces fatigada por dificultades, sentimientos de culpa, juicios, incomprensiones, sufrimientos, pero al mismo tiempo cargada de fuerza, de deseo de perdón, de deseo de rescate, como dijo Duarte en su discurso.

Y en esta humanidad, aquí, en todos vosotros, en todos nosotros, está presente hoy el rostro de Cristo, el rostro del Dios de la misericordia y del perdón. No olviden esto: Dios perdona todo y perdona siempre, en esta humanidad, aquí, en todos ustedes. Esta sensación de mirar al Dios de la misericordia.

Conocemos la situación de las cárceles, a menudo superpobladas -en mi tierra, también-, con las consiguientes tensiones y fatigas. Por eso quiero deciros que estoy cerca de vosotros, y renuevo el llamamiento, especialmente a cuantos pueden actuar en este ámbito, para que se continúe trabajando por la mejora de la vida carcelaria. Una vez, una señora que trabajaba en las cárceles y tenía una buena relación con las reclusas -pero era una cárcel de mujeres-, una madre de familia, muy humana la señora, me dijo que ella era devota de una santa. "¿Pero qué santa?" – "Santa Porta" – "¿Por qué?" – "Es la puerta de la esperanza". Y todos vosotros debéis mirar a esta puerta de la esperanza. No hay vida humana sin horizontes. Por favor, no pierdas los horizontes, que se verán a través de esa puerta de la esperanza.

Siguiendo las crónicas de vuestro instituto, con dolor he sabido que lamentablemente aquí, recientemente, algunas personas, en un gesto extremo, han renunciado a vivir. Es un acto triste, éste, al que solo una desesperación y un dolor insostenibles pueden llevar. Por eso, mientras me uno en la oración a las familias y a todos vosotros, quiero invitaros a no ceder al desaliento, a mirar la puerta como la puerta de la esperanza. La vida siempre es digna de ser vivida, ¡siempre!, y siempre hay esperanza para el futuro, incluso cuando todo parece apagarse. Nuestra existencia, la de cada uno de nosotros, es importante -nosotros no somos material de desecho, la existencia es importante-, es un don único para nosotros y para los demás, para todos, y sobre todo para Dios, que nunca nos abandona, y que de hecho sabe escuchar, alegrarse y llorar con nosotros y perdonar siempre. Con Él a nuestro lado, con el Señor a nuestro lado, podemos vencer la desesperación. Y, como ha dicho la directora, Dios es uno: nuestras culturas nos han enseñado a llamarlo con un nombre, con otro, y a encontrarlo de diferentes maneras, pero es el mismo padre de todos nosotros. Es uno. Y todas las religiones, todas las culturas, miran al único Dios de diferentes maneras. Nunca nos abandona. Con Él a nuestro lado, podemos vencer la desesperación y vivir cada instante como el momento oportuno para volver a empezar. A empezar de nuevo. Hay una bonita canción piamontesa que intentaré traducir al italiano que dice así -la cantan los alpinos-: "En el arte de ascender, lo que importa no es no caer, sino no permanecer caído". Y a todos los que trabajamos en esta cárcel, también como voluntarios, a los familiares, a todos nosotros, les digo una cosa: es lícito mirar a una persona de arriba abajo solo una vez: para ayudarle a levantarse. Por eso, en los peores momentos, no nos encerremos en nosotros mismos: hablemos con Dios de nuestro dolor y ayudémonos mutuamente a llevarlo, entre compañeros de camino y con las personas buenas que tenemos a nuestro lado. No es debilidad pedir ayuda, no: hagámoslo con humildad y confianza y humanidad. Todos nos necesitamos unos a otros, y todos tenemos derecho a esperar, más allá de toda historia y de todo error o fracaso. Es un derecho la esperanza, que nunca defrauda. Nunca.

Dentro de unos meses comenzará el Año Santo: un año de conversión, renovación y liberación para toda la Iglesia; un año de misericordia, en el que dejar el lastre del pasado y renovar el impulso hacia el futuro; en el que celebrar la posibilidad de un cambio, para ser y, cuando sea necesario, volver a ser verdaderamente nosotros mismos, dando lo mejor. Que esta sea también una señal que nos ayude a levantarnos y a retomar en nuestras manos, con confianza, cada día de nuestra vida.

Estimadas amigas y queridos amigos, gracias por este encuentro. Os digo la verdad: me hace bien. Me estáis haciendo bien, gracias. Seguimos caminando juntos, porque el amor nos une más allá de cualquier tipo de distancia. Os recuerdo en la oración y os pido, por favor, que recéis por mí: ¡a favor, no en contra! Recen por mí. Y no se olviden: “En el arte de subir lo que importa no es no caer, sino no permanecer caído”. Gracias.

Después de la entrega de los regalos, el Pontífice se dirigió a los presentes con las palabras que publicamos a continuación y almorzó con un centenar de detenidos.

Y ahora voy a dar un regalo a la cárcel. Se lo daré a la directora. Este regalo. He pensado en una virtud que Dios tiene, y que nosotros olvidamos, ¿no? Porque Dios tiene tres virtudes principales: cercanía, compasión y ternura. Dios está cerca de todos nosotros, Dios es compasivo y Dios es tierno. Y pensé en la ternura -no se habla tanto de la ternura-, pensé en este regalo: la Virgen con el niño, que es precisamente un gesto de ternura. Y también pensé que la figura de María es una figura común tanto al cristianismo como a los musulmanes, es una figura común, nos une a todos.

Ahora quisiera daros la bendición, pero la daré en silencio, para que cada uno la reciba de Dios en la forma que crea. Un minuto de silencio y les doy la bendición a todos.

Bendición

Que el Señor os bendiga, os ayude a seguir siempre adelante, os consuele en la tristeza y sea vuestro compañero en la alegría. Amén.

¡Buen almuerzo y hasta pronto!