“Que el Espíritu conceda a los gobernantes la valentía de hacer gestos de diálogo, que lleven a poner fin a las muchas guerras de hoy”, en particular las de Ucrania -donde fue atacada la ciudad de Kharkiv- y Tierra Santa: éste fue el deseo del Papa al final del Regina Caeli del 19 de mayo. Asomado a la ventana de su estudio privado en el Palacio Apostólico Vaticano, a mediodía para el rezo de la oración mariana con los 20.000 fieles presentes en la plaza de San Pedro y los que le seguían a través de los medios de comunicación, el Pontífice comentó en primer lugar el Evangelio dominical de la solemnidad de Pentecostés. Publicamos, a continuación, sus palabras.
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz fiesta de Pentecostés, buenos días!
Hoy, Solemnidad de Pentecostés, celebramos el descenso del Espíritu Santo sobre María y sobre los apóstoles. En el Evangelio de la liturgia, Jesús habla del Espíritu Santo, y dice que Él nos enseña “todo lo que ha oído” (cf. Jn 16,13). Pero, ¿qué significa esta expresión? ¿Qué ha escuchado el Espíritu Santo? ¿De qué nos habla?
Nos habla con palabras que expresan sentimientos maravillosos, como el afecto, la gratitud, la confianza, la misericordia. Palabras que nos permiten conocer una relación bella, luminosa, concreta y duradera, como es el Amor eterno de Dios: las palabras que el Padre y el Hijo se dicen. Son precisamente las palabras transformadoras del amor las que el Espíritu Santo repite en nuestro interior, y las que nos hace bien escuchar, porque estas palabras hacen nacer y crecer en nuestro corazón los mismos sentimientos y los mismos propósitos: son palabras fecundas.
Por eso, es importante que nos nutramos todos los días de las Palabras de Dios, de las Palabras de Jesús, inspiradas por el Espíritu. Y muchas veces digo: tengamos un Evangelio pequeño, de bolsillo, llevémoslo con nosotros y leamos un pasaje del Evangelio aprovechando los momentos favorables.
El sacerdote y poeta Clemente Rebora, hablando de su conversión, escribía en el diario: «¡Y la Palabra acalló mi palabrerío!» (Curriculum vitae). La Palabra de Dios silencia nuestra palabrería superficial y nos hace decir palabras serias, palabras bellas, palabras alegres. «¡Y la Palabra acalló mi palabrerío!». Escuchar la Palabra de Dios silencia el palabrerío. He aquí cómo dar espacio en nosotros a la voz del Espíritu Santo. Y, además, mediante la Adoración -no olvidemos la oración de adoración en silencio-, especialmente si es sencilla y silenciosa. Y allí, digamos dentro de nosotros palabras buenas, digámoslas al corazón, para poder decirlas luego a los demás, los unos a los otros; de este modo se ve que provienen de la voz del Espíritu que consuela.
Queridos hermanos y hermanas, leer y meditar el Evangelio, rezar en silencio, decir palabras buenas, no son cosas difíciles, no, todos podemos hacerlo. Es más fácil que insultar, enfadarse… Por eso, preguntémonos: ¿qué lugar tienen estas palabras en mi vida? ¿Cómo puedo cultivarlas, a fin de ponerme a escuchar mejor al Espíritu Santo y ser su eco para los demás?
Que María, presente en Pentecostés con los apóstoles, nos haga dóciles a la voz del Espíritu Santo.
Tras el Regina Caeli, el Papa lanzó un llamamiento a la paz, invocando también al Espíritu para que crezca “la comunión y la fraternidad entre los cristianos de las diversas confesiones”. A continuación, recordó su visita del día anterior a Verona. Finalmente saludó a los fieles, entre ellos un grupo de Timor Oriental, adonde viajará en septiembre.
Queridos hermanos y hermanas:
El Espíritu Santo es Aquel que crea la armonía: la armonía. Y la crea a partir de realidades diferentes, a veces conflictivas. Hoy, solemnidad de Pentecostés, oremos al Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, para que cree armonía en los corazones, armonía en las familias, armonía en la sociedad, armonía en el mundo entero. Que el Espíritu haga crecer la comunión y la fraternidad entre los cristianos de las distintas confesiones; y done a los gobernantes la valentía de realizar gestos de diálogo que lleven a poner fin a las guerras, las muchas guerras de hoy. Pensemos en Ucrania: mi pensamiento se dirige en especial a la ciudad de Kharkiv, que sufrió un ataque hace dos días. Pensemos en Tierra Santa, en Palestina, en Israel. Pensemos en tantos lugares donde hay guerra: que el Espíritu lleve a los responsables de las naciones y a todos nosotros a abrir puertas de paz.
Deseo expresar mi gratitud por la acogida y el afecto de los veroneses, en mi visita de ayer: ¡los veroneses lo han hecho muy bien! Gracias, gracias. Pienso de modo especial en la cárcel de Verona, pienso en las detenidas, en los detenidos, que me han testimoniado, una vez más, que detrás de los muros de una cárcel palpitan la vida, la humanidad, la esperanza. A todo el personal del penitenciario y, en particular, a la directora, la dra. Francesca Gioieni, va mi sincero agradecimiento.
Saludo a todos ustedes, peregrinos de Roma y de distintos lugares de Italia y del mundo. Saludo especialmente a los de Timor-Leste: ¡iré a verlos pronto!; a los de Letonia y Uruguay; así como a la comunidad paraguaya de Roma, que festeja a la Virgen de Caacupé; y a la Misión católica portuguesa de Lucerna.
Saludo a los jóvenes de la Inmaculada; saludo a las monjas que están allí, ¡muy bien! Saludo a los fieles de Benevento, Porto Azzurro y Terracina; y al Instituto “Caterina di Santa Rosa” de Roma.
Deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la
vista!