El deber de custodiar la unidad ha sido reiterado por el Santo Padre en el discurso dirigido a los fieles de la Iglesia siro-malabar, recibidos en audiencia esta mañana, lunes 13 de mayo, en la Sala del Consistorio. Liderando el grupo que llegó de la India, Su Beatitud Mar Raphael Thattil, con motivo de su primer viaje a Roma después de la elección como arzobispo mayor de Ernakulam-Angamaly.
Beatitudes,
Sus excelencias,
Queridos hermanos y hermanas:
Me complace encontrarme con vosotros y darle la bienvenida a usted, a los hermanos obispos y a cuantos le acompañan en su primer viaje a Roma después de la elección. ¡Ha sido bonita la elección! Saludo fraternalmente también a los representantes de la comunidad siro-malabar de Roma.
Los fieles de vuestra amada Iglesia son conocidos, no solo en la India sino en el mundo entero, por el vigor de la fe y la devoción. La vuestra es una fidelidad antigua, arraigada en el testimonio, hasta el martirio, de Santo Tomás, Apóstol de la India: sois custodios y herederos de la predicación apostólica. Habéis tenido muchos desafíos a lo largo de vuestra larga y problemática historia, que en el pasado también ha visto a hermanos en la fe cometer contra vosotros acciones desafortunadas, insensibles a las peculiaridades de vuestra floreciente Iglesia. Sin embargo, habéis permanecido fieles al Sucesor de Pedro. Y yo estoy feliz hoy de acogeros y de confirmaros en la gloriosa herencia que habéis recibido y que lleváis adelante. Sois obedientes, y donde hay obediencia está Ecclesia; donde hay desobediencia está el cisma. Y vosotros sois obedientes, esta es una gloria vuestra: la obediencia. Incluso con el sufrimiento, pero seguir adelante.
Es vuestra historia, singular y preciosa, y es un patrimonio único para todo el Pueblo santo de Dios. Aprovecho para recordar que las tradiciones orientales son tesoros imprescindibles en la Iglesia. Especialmente en un tiempo como el nuestro, que corta las raíces y mide todo, lamentablemente también la actitud religiosa, sobre lo útil y lo inmediato, el Oriente cristiano permite recurrir a fuentes antiguas y siempre nuevas de espiritualidad. Estas fuentes frescas aportan vitalidad a la Iglesia y, por tanto, es bueno para mí, como obispo de Roma, animaros a vosotros, fieles católicos siro-malabares, dondequiera que os encontréis, a cultivar bien el sentido de pertenencia a vuestra Iglesia sui iuris, para que su gran patrimonio litúrgico, teológico, espiritual y cultural pueda resplandecer aún más. Y además le he dicho a Su Beatitud que pida jurisdicción para todos sus migrantes en tantas partes de Oriente Medio. He dicho que tienen que pedir la jurisdicción con las cartas, pero yo hoy ya he dado la jurisdicción y pueden actuar con esto. También se debe hacer a través de las cartas, pero a partir de hoy puedes. Yo deseo ayudaros, pero sin sustituiros, precisamente porque la naturaleza de vuestra Iglesia sui iuris os habilita, además de a un examen atento de las diversas situaciones, también a tomar las medidas oportunas para afrontar con responsabilidad y valentía evangélica, fieles a la guía del Arzobispo Mayor y del Sínodo, las pruebas que estáis atravesando. Es lo que quiere la Iglesia: fuera de Pedro, fuera del Arzobispo Mayor no es Ecclesia.
En este sentido, en los últimos tiempos he dirigido cartas y he dirigido un mensaje de vídeo a los fieles para advertirles de la peligrosa tentación de querer concentrarse en un detalle, al que no se quiere renunciar, en detrimento del bien común de la Iglesia. Es la deriva de la autorreferencialidad, que lleva a no sentir otra razón que la propia. En español, decimos que esta autorreferencialidad se dice "yo, me, mi, conmigo, para mí": yo, me, mi, conmigo, para mí, todo para mí. Y es aquí donde el diablo -el diablo existe-, el divisor, se insinúa, contrarrestando el deseo más ardiente que el Señor ha expresado antes de inmolarse por nosotros: que nosotros, sus discípulos, fuéramos «una sola cosa» (Jn 17,21), sin dividirnos, sin romper la comunión. Custodiar la unidad, por tanto, no es una piadosa exhortación, sino un deber, y lo es sobre todo cuando se trata de sacerdotes que han prometido obediencia y de los que el pueblo creyente espera el ejemplo de la caridad y de la mansedumbre. Beatitud, trabajemos con determinación para custodiar la comunión y oremos sin cansarnos para que nuestros hermanos, tentados por la mundanidad que lleva a endurecerse y dividirse, puedan darse cuenta de que son parte de una familia más grande, que los ama y los espera. Como el Padre con respecto al hijo pródigo, dejemos las puertas abiertas y el corazón abierto para que, una vez convertidos, no encuentren dificultad en entrar (cf. Evangelii gaudium, 46): los esperamos. Se confronta y se discute sin miedo -esto está bien-, pero sobre todo se reza, para que, a la luz del Espíritu, que armoniza las diversidades y reconduce las tensiones en unidad, se resuelvan los conflictos. Con una certeza: que el orgullo, las recriminaciones, las envidias no vienen del Señor y nunca conducen a la concordia y a la paz. Faltar gravemente al respeto al Santísimo Sacramento, Sacramento de la caridad y de la unidad, discutiendo los detalles celebrativos de esa Eucaristía que es el punto más alto de su presencia adorada entre nosotros, es incompatible con la fe cristiana. El criterio guía, el verdaderamente espiritual, el que deriva del Espíritu Santo, es la comunión: significa verificarse sobre la adhesión a la unidad, sobre la custodia fiel y humilde, respetuosa y obediente de los dones recibidos.
Y me gustaría decir a todos: en momentos de dificultad y crisis, no nos dejemos llevar por el desánimo o una sensación de impotencia ante los problemas. Hermanos y hermanas, no se apague la esperanza, no nos cansemos de tener paciencia, no nos encerremos en prejuicios que llevan a alimentar la animosidad. Pensemos en los grandes horizontes de la misión que el Señor nos confía, la misión de ser signo de su presencia de amor en el mundo, ¡no escándalo para quien no cree! Pensemos, al tomar cada decisión, en los pobres y en los alejados, en las periferias, en las de la India y en la diáspora, en las existenciales. Pensemos en los que sufren y esperan señales de esperanza y consuelo. Sé que la vida de muchos cristianos en muchos lugares es difícil, pero la diferencia cristiana consiste en responder al mal con el bien, en trabajar sin cansarse con todos los creyentes por el bien de todos los hombres.
Os agradezco el compromiso de vuestra Iglesia en los campos de la formación familiar y de la catequesis, y apoyo vuestro trabajo pastoral dirigido a los jóvenes y a las vocaciones. Estoy cerca de vosotros en la oración y os llevo en el corazón cada día. Y vosotros, por favor, llevad a vuestros hermanos y hermanas mi aliento. Juntos miramos a Jesús: a Él crucificado y resucitado, a Él que nos ama y hace de nosotros una sola cosa, a Él que nos quiere reunidos como una sola familia en torno a un único altar. Como el apóstol Tomás, miremos sus llagas: son visibles aún hoy en el cuerpo de muchos hambrientos, sedientos y descartados, en las cárceles, en los hospitales y a lo largo de las calles; tocando a estos hermanos con ternura, acogemos al Dios vivo en medio de nosotros. Como Santo Tomás, miremos las llagas de Jesús y veamos cómo de aquellas heridas, que habían aturdido a los discípulos y podían arrojarlos a un irreparable sentimiento de culpa, el Señor ha hecho correr canales de perdón y de misericordia. ¡Corazón ancho, corazón ancho, siempre! ¡Qué asombro habrá captado el apóstol Tomás al contemplarlas y ver sus dudas y temores desvanecerse ante la grandeza de Dios! Es el asombro lo que genera esperanza, es el asombro lo que lo ha empujado a salir, a cruzar nuevas fronteras para convertirse en vuestro padre en la fe. ¡Cultivemos este asombro de la fe, que permite superar cualquier obstáculo!
Y vosotros, queridos fieles de la comunidad siro-malabar de Roma, descendientes del apóstol Tomás en la ciudad de Pedro y Pablo, tenéis un papel especial: desde esta Iglesia, que preside la comunión universal de la caridad (cf. San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos), estáis llamados a rezar y cooperar de manera especial por la unidad dentro de vuestra Iglesia, no solo en Kerala sino en toda la India y en todo el mundo. ¡Kerala, que es una mina de vocaciones! Oremos para que siga siéndolo.
Beatitud, gracias por esta visita fraterna, me alegro. Queridos hermanos y hermanas, de corazón os bendigo y os encomiendo a la Virgen María, a Santo Tomás Apóstol y a vuestros santos y mártires; y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. ¡Muchas gracias!