“La familia cristiana atraviesa una verdadera ‘tormenta cultural’ en esta época de cambio y se encuentra amenazada y tentada en varios frentes”. Este es el grito de alarma lanzado por el Papa Francisco durante la audiencia a los responsables internacionales del movimiento “Équipes Notre-Dame”, recibidos la mañana del 4 de mayo, en la Biblioteca Privada del Palacio Apostólico Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:
Me alegra encontrarme con ustedes, responsables internacionales del Movimiento “Equipos de Nuestra Señora”. Gracias por venir y, sobre todo, gracias por vuestro compromiso con las familias.
Vuestro movimiento se encuentra en constante crecimiento y está constituido por miles de equipos en todo el mundo, por muchas familias que procuran vivir el matrimonio cristiano como un don.
La familia cristiana está atravesando una verdadera “tormenta cultural” en este cambio de época y se ve amenazada y tentada desde diversos frentes. Vuestra labor, por tanto, es preciosa para la Iglesia. Ustedes acompañan de cerca a los matrimonios para que no se sientan solos en las dificultades de la vida y en su relación conyugal. De este modo, son expresión de la Iglesia “en salida”, que se muestra cercana a las situaciones y a los problemas de la gente y se compromete sin reservas por el bien de las familias de hoy y de mañana.
Acompañar a los matrimonios hoy en día constituye una verdadera misión. Salvaguardar el matrimonio significa, de hecho, salvar a la familia entera, significa salvar todas las relaciones que se generan en el matrimonio: el amor entre los cónyuges, entre padres e hijos, entre abuelos y nietos; significa salvar el testimonio de un amor que es posible y es para siempre, y en el cual a los jóvenes les cuesta creer. Los niños, en efecto, necesitan recibir de sus padres la certeza de que Dios los ha creado por amor, y de que un día también ellos podrán amar y sentirse amados como lo han hecho mamá y papá. Tengan la certeza de que la semilla del amor depositada por sus padres en los corazones de los hijos, brotará tarde o temprano.
Considero que en el mundo de hoy es muy urgente ayudar a los jóvenes a descubrir que el matrimonio cristiano es una vocación, una llamada específica que Dios dirige a un hombre y a una mujer para que puedan realizarse plenamente en su capacidad generadora, convirtiéndose en padre y madre, y brindando al mundo la gracia del sacramento que han recibido. Esta gracia es el amor de Cristo que se une al de los esposos, es su presencia entre ellos y es la fidelidad de Dios al amor que los une. Es Él quien les da la fuerza para crecer juntos cada día y permanecer unidos.
Hoy se piensa que el éxito de un matrimonio depende sólo de la fuerza de voluntad de las personas. No es así; si lo fuera sería una carga, un yugo colocado sobre los hombros de dos pobres criaturas. El matrimonio, en cambio, es un “compás de tres”, en el que la presencia de Cristo en medio de los esposos hace posible el camino, transformando el yugo en un juego de miradas: la mirada entre los esposos, la mirada entre los esposos y Cristo. Como un juego que dura toda la vida y en el que se gana juntos si cada cual se esfuerza por cuidar la propia relación: custodiándola como un tesoro precioso y ayudándose mutuamente en la vida conyugal a cruzar cada día esa puerta de acceso que es Cristo. Él mismo lo ha dicho: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará» (Jn 10,9).
Por ello, quisiera compartirles dos breves reflexiones: la primera se refiere a los recién casados. ¡Cuiden de ellos! Es importante que los recién casados vivan una mistagogia nupcial que los ayude a experimentar la belleza del sacramento recibido y una espiritualidad de pareja. En los primeros años de matrimonio es especialmente necesario descubrir la fe en el seno de la unión matrimonial; gustarla y saborearla aprendiendo a rezar juntos. Son tantos los que hoy se casan sin comprender qué relación tiene la fe con su vida matrimonial, tal vez porque antes del matrimonio nadie se los enseñó. Los invito a ayudarles a través de un itinerario “catecumenal” de redescubrimiento de la fe personal y de pareja, para que desde el principio aprendan a hacer un espacio a Jesús y, con Él, puedan cuidar su matrimonio.
En este sentido, vuestro trabajo junto a los sacerdotes es muy valioso ya que ustedes pueden hacer mucho en las parroquias y en las comunidades, alentando la acogida de las familias más jóvenes. Hay que recomenzar desde las nuevas generaciones para hacer fecunda la Iglesia, favoreciendo el surgimiento de muchas pequeñas Iglesias domésticas donde la gente viva un estilo de vida cristiano, donde se sienta en familiaridad con Jesús y donde se aprenda a escuchar a los que nos rodean como Jesús nos escucha a nosotros. Sean como llamas que encienden otras llamas a la fe, especialmente entre los matrimonios más jóvenes. No permitan que acumulen sufrimientos y heridas en la soledad de sus hogares. Ayúdenles a descubrir el oxígeno de la fe con ternura, paciencia y confianza bajo la acción del Espíritu Santo.
La segunda reflexión es sobre la importancia de la corresponsabilidad entre cónyuges y sacerdotes dentro de vuestro movimiento. Una vez que han comprendido y vivido concretamente la complementariedad de las dos vocaciones, los animo a llevarla a las parroquias, para que, a su vez, tanto laicos como sacerdotes descubran esa riqueza y esa necesidad. Esto ayudará a superar ese clericalismo que hace a la Iglesia menos fecunda y ayudará también a los esposos a descubrir que, a través del matrimonio, están llamados a una misión. En efecto, son ellos quienes tienen el don y la responsabilidad de construir, junto con los ministros ordenados, la comunidad eclesial.
Cuando no hay comunidades cristianas, las familias se sienten solas y la soledad hace mucho daño. Con vuestro carisma, ustedes pueden convertirse en socorristas solícitos de los necesitados, de los que están solos, de los que tienen problemas en sus familias y no saben con quién hablar, ya sea porque tienen vergüenza o han perdido la esperanza. En sus diócesis, ayuden a las familias a comprender la importancia de sostenerse mutuamente y de trabajar en conjunto; a construir comunidades donde Cristo pueda “habitar” en los hogares y en las relaciones familiares.
Queridos hermanos y hermanas, el próximo mes de julio tendrá lugar vuestro Encuentro Internacional en Turín. Que, en medio del camino sinodal que estamos viviendo, sea también para ustedes un tiempo de escucha del Espíritu y de preparación fecunda al servicio del Reino de Dios.
Encomendemos vuestra misión y vuestras familias a la Virgen María. Que Ella los proteja a todos ustedes, los mantenga firmes en Cristo y los haga siempre testigos de su amor. Y que en este año, dedicado a la oración, puedan hacer descubrir y redescubrir el gusto de rezar juntos en el hogar; con sencillez y en la vida cotidiana. De todo corazón los bendigo. Y les pido, por favor, que recen por mí. Gracias.