A las 6.32 de la mañana del domingo 28 de abril, el Papa Francisco partió en helicóptero desde el helipuerto vaticano para realizar una visita pastoral a Venecia. A su llegada a la Laguna, a las 7.55 horas, tras aterrizar en la plaza interior de la cárcel de mujeres de la Giudecca, el Pontífice -en presencia de monseñor Leonardo Sapienza, regente de la Prefectura de la Casa Pontificia- fue recibido por el Patriarca Francesco Moraglia, el ministro italiano de Justicia, Carlo Nordio, y tres mujeres de la Administración Penitenciaria: Rosella Santoro, fiscal; Mariagrazia Felicita Bregoli, directora del centro; y Lara Boco, comandante de la Policía Penitenciaria. Al reunirse con las reclusas, en presencia también de personal administrativo, funcionarios de custodia y algunos voluntarios, el Obispo de Roma pronunció el siguiente discurso.
Queridas hermanas y queridos hermanos! Todos somos hermanos, todos, y nadie puede renegar del otro, ¡nadie!
Saludo a todos con afecto, y especialmente a vosotras, hermanas, internas de la Casa de Detención Giudecca. He querido encontrarme con ustedes al inicio de mi visita a Venecia para decirles que ocupan un lugar especial en mi corazón.
Por eso, quisiera que viviéramos este momento no tanto como una "visita oficial", sino como un encuentro en el que, por la gracia de Dios, nos regalamos tiempo, oración, cercanía y afecto fraterno. Hoy todos saldremos de este patio más enriquecidos - quizá el que salga más rico sea yo - y el bien que intercambiaremos será precioso.
Es el Señor quien nos quiere juntos en este momento, habiendo llegado por caminos diferentes, algunos muy dolorosos, también a causa de errores por los que, de diversas maneras, cada uno lleva heridas y cicatrices, cada uno lleva cicatrices. Y Dios nos quiere juntos porque sabe que cada uno de nosotros, aquí, hoy, tiene algo único que dar y que recibir, y que todos lo necesitamos. Cada uno de nosotros tiene su propia singularidad, tiene un don y éste es para ofrecerlo, para compartirlo.
La cárcel es una dura realidad, y problemas como el hacinamiento, la falta de instalaciones y recursos y los episodios de violencia generan mucho sufrimiento en ella. Sin embargo, también puede convertirse en un lugar de renacimiento, renacimiento tanto moral como material, donde la dignidad de mujeres y hombres no se "incomunica", sino que se fomenta a través del respeto mutuo y el cultivo de talentos y capacidades, quizá dormidos o aprisionados por las vicisitudes de la vida, pero que pueden resurgir para el bien de todos y que merecen atención y confianza. Nadie le quita la dignidad a una persona, ¡nadie!
Entonces, paradójicamente, la estancia en una cárcel puede marcar el comienzo de algo nuevo, a través del redescubrimiento de una belleza insospechada en nosotros mismos y en los demás, como simboliza el acontecimiento artístico que acogen y a cuyo proyecto contribuyen activamente; puede llegar a ser como una obra de reconstrucción, en la que uno puede mirar y evaluar con valentía su propia vida, eliminar lo que no es necesario, lo que estorba, perjudica o es peligroso, trazar un plan y volver a empezar cavando cimientos y volviendo atrás, a la luz de las propias experiencias, para poner ladrillo sobre ladrillo, juntos, con determinación. Por eso es fundamental que el sistema penitenciario también ofrezca a los presos y reclusos herramientas y espacios de crecimiento humano, de crecimiento espiritual, cultural y profesional, creando las condiciones para su sana reinserción. Por favor, no "aislar la dignidad", ¡no aislar la dignidad sino dar nuevas posibilidades!
No olvidemos que todos tenemos errores que perdonar y heridas que sanar, yo también, y que todos podemos llegar a ser sanados que llevan la sanación, perdonados que llevan perdón, renacidos que llevan renacimiento.
Queridos amigos, renovemos hoy, ustedes y yo, juntos, nuestra confianza en el futuro: no cerrar la ventana, por favor, mirar siempre al horizonte, mirar siempre al futuro, con esperanza. Me gusta pensar en la esperanza como un ancla, ya saben, que está anclada en el futuro, y nosotros sostenemos la cuerda en nuestras manos y avanzamos con la cuerda anclada en el futuro: Decidámonos a comenzar cada día diciendo: "hoy es el momento oportuno", hoy, "hoy es el día justo" hoy (cf. 2 Co 6,2), "hoy empiezo de nuevo", ¡siempre, para toda la vida!
Les agradezco este encuentro y les aseguro mis oraciones para cada una de ustedes. Y ustedes, recen por mí, ¡pero a favor, no en contra!
Y este es el don que les dejo. Miren, es un poco como la ternura de la madre, y esta ternura María la tiene con todos nosotros, con todos nosotros, ella es la madre de la ternura. Gracias.
[Intercambio de dones y saludos a las detenidas]
¡Y ahora me echan! ¡Gracias, muchas gracias, me acordaré de ustedes! ¡Y adelante y ánimo, no se rindan, ánimo y adelante!