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Miradas Distintas
Las niñas y la santidad en la primera mitad del siglo XX

Lo que nos cuenta Nennolina

 Di cosa ci parla  Nennolina  DCM-005
04 mayo 2024

La iglesia de la Santa Croce in Gerusalemme (Santa Cruz de Jerusalén), imponente al final de la calle que lleva su nombre, es un punto de referencia para el edificio ocupado de Spin Time, lugar donde, en 2019, el cardenal Konrad Krajewski acudió para volver a activar el servicio eléctrico del edificio. En un barrio que ha sufrido importantes transformaciones desde 1930 y que hoy, más allá del edificio ocupado, es esencialmente un barrio burgués, esta iglesia, entre plaza de Porta Maggiore y San Juan de Letrán, mantiene su espíritu de apertura. En el altar y entre las naves es posible encontrarse con personas de todo tipo y procedencia, como un hombre sigue repartiendo ramos de olivo, aunque ya ha pasado el Domingo de Ramos, o niños y voluntarios y mujeres mayores. Todos pasan junto a un cartel azul que dice: Reliquias.

No vivo muy lejos de allí. Así que, cuando supe que Santa Croce in Gerusalemme era la parroquia de Nennolina, una niña venerable que entró en la devoción popular con ese nombre, decidí venir a ver. Antonietta Meo vivió pocos años, de 1930 a 1937. Fue declarada venerable en 2007 y está enterrada en el interior de la iglesia donde hay una sala dedicada a sus reliquias. Cuando leí el cartel que indicaba dónde se encuentran las reliquias no relacioné que se trataba de las reliquias de esa niña cuyo flequillo y ojos oscuros había visto en una foto.

Movida por la curiosidad, decidí seguir las indicaciones que me llevaron a la sala donde están sus restos. Está iluminada con una luz cálida y tenue y en las paredes hay cuatro retratos de aire hierático. Los cuatro parecen sacados de la misma foto y en ellos la niña siempre lleva un vestido celeste con pequeños volantes. También hay una estatua de ella y bajo la que se pueden encender velas para pedirle intercesión. Yo misma encendí una, no sé muy bien por qué. En las urnas junto a la puerta están sus reliquias. Son juguetes de los años 30 como una noria de hojalata, caballos de madera o postales con niños riendo: es una instantánea de una época, de la clase media de entonces, de una infancia compartida con muchas otras niñas. Nada extraño, nada excesivo, solo unos pocos objetos religiosos.

Junto a los juguetes, hay cuadernos abiertos con páginas escritas por ella. Era una niña religiosa y vivaz, según cuentan, que, como muchas otras, acudía al colegio religioso. Participaba de la Acción Católica y tenía una vida normal hasta que, un día común y corriente, sufrió una caída que, a la postre, reveló un osteosarcoma por el que perdió una pierna. Una desgracia. Comenzó así un periodo durísimo para ella, “su calvario”. Pero ella, utilizando todos los medios con los que contaba por su formación religiosa, encontró la manera de hacer que todo ese dolor se convirtiera en algo útil. Tal y como han hecho las místicas a lo largo de la historia, la pequeña consiguió hacer nuevas las cosas.

Tomó el dolor y le dio valor hasta convertirlo en un instrumento de comunicación con los demás. Acogió voluntariamente el sufrimiento para no ser víctima de él y alcanzar una paz que luego llevó a los demás, a su familia, primero, y después a todo aquel que se le acercaba. En las páginas de sus cuadernos escribía cartas a Jesús. Escribía muy bien para su edad, acababa de aprender y tenía una letra elegante. No cometía faltas de ortografía según pude ver en las pocas líneas que llego a leer a través del cristal. Sus pensamientos son sencillos y cariñosos. No hay amargura.

En la vitrina del otro lado de la puerta, está la ropa descolorida por el tiempo como el vestidito azul con volantes con el que aparece en la foto y en todos los retratos, y otros vestidos rosas. Viendo la ropa podemos imaginar lo pequeña que era en comparación con la grandeza de su determinación, serenidad y firmeza que impresionaron a su familia, a sus médicos y a quienes la rodeaban. Así, a niña fue confiada a un padre espiritual.

Es perfectamente comprensible que tras su muerte la devoción creciera en el barrio y el cariño alimentara esa devoción, pero llama la atención que su proceso se haya iniciado treinta y un años después de su muerte, en 1968, y que en 2007 fuera declarada venerable. Y ahora cabe preguntarse de qué nos habla Nennolina, ese apodo cariñoso que ha traspasado los muros de su propio hogar. En el cristianismo de los primeros siglos, niños, niñas y adolescentes eran canonizados como mártires, muertos a manos de enemigos de la fe. Con la canonización de María Goretti, en 1950, el concepto de martirio se amplió para incluir el martirio en defensa de la castidad. En el siglo XX, aumentaron los niños que luego serían beatificados por sus virtudes heroicas, entre ellos Antonietta Nennolina Meo y otras niñas. ¿Cuáles son sus virtudes heroicas y cómo nos hablan hoy en día?

A finales del siglo XIX y principios del XX aparecieron numerosos ejemplos infantiles. Estaban muy presentes, aunque no tenían ni la más mínima autonomía. Por otro lado, se les mencionaba continuamente en las escuelas, en familia o incluso en la literatura (en Italia, la novela Cuore de Edmondo De Amicis se publicó en 1886, y ni siquiera Collodi evitó la presión moral al contar a Pinocho), pidiéndoles que asumieran responsabilidades y deberes hacia el mundo adulto, como si en última instancia la moral dependiera de su carácter ejemplar.

Es una petición similar a la dirigida a las mujeres, que se mantienen al margen de los oscuros conflictos del mundo para garantizar su estabilidad emocional y moral, consolando y guiando a los hombres que luchan en la contienda. Excepto que, para los niños y para las niñas, la petición es radical. Las niñas y jóvenes de las que hablamos son portadoras de una radicalidad aún mayor: van más allá de adherirse a las peticiones de los adultos y encuentran su propia y paradójica autonomía.

Veinte años antes que Antonietta Meo, en Francia, Anne de Guigné vivía una vida privilegiada en un castillo de Annecy-le-Vieux. Su carácter era testarudo, orgulloso y caprichoso. Tras la muerte de su padre en la Gran Guerra, el desaliento y el desamparo se apoderaron de la vida de Anne hasta que un día su madre le pide ser buena si quiere consolarla. Anne se despertó de un mal sueño, como si hubiera encontrado la salida que buscaba. Se obligó a volverse dócil y obediente. En una mezcla de confianza y voluntad de hierro, encontró su respuesta a la impotencia, en una forma de acción, incluso de autonomía, en el autodominio. Sus conversaciones con Jesús se alternaban con la atención a los pobres y a los enfermos. Decidió retomar la cuestión ineludible de los no creyentes y necesitados, algo Teresa de Lisieux había afrontado con fuerza.

En 1920, diez años antes que Antonietta, en otra condición, nació Anfrosina Berardi en San Marco di Preturo, cerca de L'Aquila. Hija de agricultores, su vida hasta los once años fue la más normal del mundo, incluso si - como dice Luigi Maria Epicoco en el podcast que le dedica- la niña tenía una particular familiaridad con las cosas religiosas, una pasión voraz por las oraciones y un gran odio al mal, incluso al más pequeño. Cayó enferma de una apendicitis, que la inmovilizó en cama y le produjo la muerte. La confianza y la capacidad de convertir el dolor en una oportunidad, en un material del que extraer significado, tranquilizaba a quienes la visitaban y esta fue la forma que adoptó su heroísmo.

Así fue también para la brasileña Odete Vidal Cardoso, que tenía la edad de Nennolina. Hizo del sufrimiento una cuestión maleable. Odete padecía paratifoidea a los 8 años y dedicó su sufrimiento “a las misiones y a los niños pobres”.  Fue declarada venerable por el Papa Francisco en noviembre de 2021. Odete era una niña rica que se rebelaba contra el escándalo desigualdad. Se negaba a vestir su ropa cara y pasaba el tiempo con los hijos de los sirvientes.  Teresa de Lisieux, que mostró un camino viable disposición de las niñas, era su modelo.  

Anphrosina y Odette están unidas por la enfermedad y la muerte prematura; de lo contrario, ¿cómo podrían ser niñas venerables? Para cada una de ellas qué hacer con el sufrimiento era la motivación de sus acciones: cómo hacer del dolor un instrumento de sentido y no caer en la desesperación. Por eso, nos hablan, aunque nos cuestionen incómodamente. Fortalecidas por la confianza radical en una promesa, al encontrarse sufriendo, interactúan con ella. Aunque ni la confianza ni el sufrimiento redimidos fueron siempre suficientes del todo. Nennolina, como hacía Anne de Guigné, rezaba por esos pobres supremos, los no creyentes. Y, como Teresa de Lisieux, por llegó a perder el contacto con Jesús y deslizarse en las tinieblas de su alma, aunque luego felizmente lo reencontró. Toda esa experiencia la vivió con solo seis años.

Su precisión al indicar el escándalo, la muerte, el dolor, la tentación del sinsentido y la desigualdad, es para nosotros una provocación muy fuerte que les agradecemos.

Saliendo de la sala dedicada a Antonietta Meo me gustaría tener un velo capaz de cubrirla, ocultarla de la vista y devolverla a sus juegos, al carrusel, al caballo, a las postales.

de Carola Susani