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Reportaje
Rita Giaretta, la amistad social y un apartamento en Roma

Esta casa es maravillosa

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04 mayo 2024

En el exterior, en el pequeño balcón que domina los edificios del barrio de Tuscolano, en la periferia sur de Roma, destacan algunas macetas y la bandera de la paz. En el interior del apartamento, de 140 metros cuadrados en el sexto piso de un edificio, te recibe una mezcla de luz, colores, pinturas, murales, fotografías y frases. “Aquí Cristo es adorado y alimentado”, está escrito en la pared junto a un crucifijo. Hay otros mensajes como, “Por favor, no os dejéis robar la esperanza” (Papa Francisco), “Pensad en la belleza que todavía existe en vosotros y a vuestro alrededor y sed felices” (Ana Frank), “Dios es el esperanza del fuerte y no la excusa del cobarde” (Plutarco), o “Hasta el viaje más largo comienza con el primer paso” (proverbio chino). ¡Bienvenidos a Casa Magníficat!

Son una comunidad de mujeres consagradas y laicas, en su mayoría inmigrantes, con y sin niños, que juntas han emprendido un camino nuevo. La casa ha sido fundada por Sor Rita Giaretta. La Ursulina, en 1995 en Caserta, junto con otras hermanas, había creado Casa Rut, un punto de esperanza que ha rescatado a cientos de mujeres y jóvenes, víctimas de trata y de abusos de todo tipo: mujeres nigerianas, moldavas, rumanas, albanesas o sudamericanas que fueron obligadas a venderse o a someterse a la violencia doméstica. Hoy, gracias también a la cooperativa social New Hope, se han integrado a la sociedad con un trabajo, recuperando su dignidad e imaginando por fin un futuro. Junto con su hermana Sor Assunta, hace tres años y medio, Sor Rita se trasladó a Roma para llevar a cabo su misión.

“Cuando en Caserta la cooperativa comenzó a caminar por sí misma, comprendí que había llegado el momento de “entregarla” y, al mismo tiempo, sentí un vivo deseo de volver al camino para emprender un nuevo “desafío” misionero”, comenta la religiosa con Sor Assunta frente a un café y unos dulces recién horneados en la cocina de Casa Magnificat. “Y así, inspirada por las encíclicas Laudato si' y Fratelli tutti del Papa Francisco, me sentí directamente interpelada como religiosa a hacer realidad un sueño de fraternidad y amistad social que no se limite a las palabras”, asegura.

La amistad social es un concepto que vuelve continuamente al discurso de esta religiosa de origen veneciano que, antes de tomar los votos fue enfermera y sindicalista y en 2007 recibió de manos del Presidente la condecoración al Mérito de la República Italiana por su compromiso con la comunidad. “La amistad social significa acompañar al otro en su camino de reintegración, expresando una fraternidad que implica siempre un intercambio. El Papa Francisco tiene razón al recordar que nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social se siente realmente como en casa. Y nosotras, como Ursulinas, siempre estamos del lado de las mujeres. Al ayudarlas a liberarse de la esclavitud, les devolvemos el “poder” de repensarse y actuar como mujeres libres”.

Los números de la trata, definida por el Pontífice como “un crimen contra la humanidad”, son dantescos. Según datos de 141 países y actualizados a 2022 por Unodoc, la oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el crimen, el 42 por ciento de las víctimas son mujeres y el 18 por ciento son jóvenes. Y en los últimos 15 años se ha triplicado el número de menores. Sor Rita ha salvado a muchas de estas víctimas, especialmente en Caserta: “Tenían 15 o 16 años y habían sido obligadas a prostituirse en la calle”, dice. “Todavía recuerdo conmovida a Hasie, una chica albanesa de 16 años a la que ayudé a recuperar al niño que le habían arrebatado. Entendí que tenía un hijo por la forma en que sostenía un peluche”. Pero hoy la realidad ha cambiado. Durante y después de la pandemia, la prostitución forzada se ha trasladado cada vez más de las calles a los hogares, haciendo que las víctimas sean cada vez más invisibles y cada vez más difícil de ayudar.

Cuando visitamos Casa Magnificat, acaban de irse Josephine, de 38 años, y su hijo Michel, de 6 años, originario de Burkina Faso. Ella, liberada de la violencia de su marido, asistió a cursos de bachillerato y el niño está en el colegio. En este apartamento luminoso y ordenado de puertas abiertas, comemos y rezamos juntas y todo habla de su presencia, como los libros y juegos del pequeño en uno de los dormitorios o los platos típicos africanos esperando en el horno. “Aquí la palabra clave es compartir”, explica Sor Assunta. Algunos voluntarios ayudan a las mujeres en el aprendizaje del italiano y en las tareas prácticas y un par de scouts ayudan a los pequeños con sus deberes. Pero ¿quién mantiene esta realidad de salvación y de acogida?, ¿quién paga los gastos? “Vivimos un poco de nuestras pequeñas pensiones, pero sobre todo de la Providencia”, responde Sor Rita.

Y la Providencia actuó desde el principio permitiendo renacer a ese hogar marcado por una tragedia. La antigua propietaria donó la casa a la parroquia de San Gabriele de 'Addolorata tras el suicidio de su hija, que se tiró por el balcón. La parroquia lo cedió a las Hermanas Ursulinas, en la persona de Sor Rita. “Hemos rescatado este lugar de un gran dolor”, dice la religiosa, consciente de que estaba asumiendo “un desafío”. Y una vez más, entró en juego la Providencia porque se necesitaba mucho dinero para reformar el apartamento. Y así, primero una benefactora de Formia, a la que se sumaron otras personas que conocían a Sor Rita y su misión, juntaron la suma necesaria. Sus nombres están escritos en el gran árbol dibujado por una joven boliviana en la pared adyacente a la entrada del apartamento.

En poco más de tres años, Casa Magnificat ha acogido a una veintena de mujeres procedentes de África, Rumanía, Perú, Cuba, Afganistán y también italianas. Algunas liberadas de la trata y otras, como una madre y una hija nigerianas, refugiadas en ese hogar por el abuso del cabeza de familia. “Pero también intentamos ayudar a los habitantes de este barrio que esconde muchas situaciones de violencia doméstica”, dice. Sor Rita conoce de las mujeres que necesitan ayuda por lo que le cuentan los vecinos y, a veces, requerida por los mismos centros antiviolencia o los servicios sociales. Los casos son muchos y únicos. Como el de una mujer de sesenta años a la que pegaba su marido; el de una joven rumana, destinada a un matrimonio forzado, a la que salvó y proporcionó la posibilidad de estudiar gracias a un benefactor; o el de una madre de gemelas procedente del Congo, que no tenía ningún documento en regla y, con su ayuda, regularizó su situación.

“Si no se apoya a las madres”, sostiene Sor Rita, “los problemas recaerán sobre sus hijas, exponiéndolas al riesgo de acabar como víctimas de explotación. El camino de la verdadera liberación a veces puede ser muy largo. Aquí tenemos la paciencia y la alegría de acompañar durante años a las mujeres, incluso cuando son independientes. Les ayudamos a no sentirse rechazadas por la sociedad, luchamos para conseguirles documentos, para que puedan estudiar, para darles formación profesional. La cultura es la herramienta fundamental para su camino de liberación y humanización. Solo así, como mujeres empoderadas, podrán convertirse ellas mismas en protagonistas de su futuro y en ciudadanas activas. El único protocolo que se aplica aquí es ‘modelar juntas la humanidad’”.

A Casa Magnificat también llegó Joy para apoyar en las actividades de sensibilización sobre la trata. Nigeriana, desembarcó de una patera en Italia con 23 años. Fue explotada por una red de prostitución en las calles de Castel Volturno (Caserta). Había contraído una deuda de viaje con una madam que la chantajeaba con practicarle vudú a ella y a su familia. Apoyada en su camino de liberación desde Casa Rut, contó su historia en el libro de Mariapia Bonanate, Io sono Joy, que cuenta con prólogo del Papa Francisco. “El testimonio de Joy es patrimonio de la humanidad”, escribe el Papa en el libro. Sor Rita sonríe: “Joy, que ahora tiene 31 años, estudió y se graduó. Ahora aquí en Roma, después del año de Servicio Civil y del curso de asistente social sanitario, ha encontrado trabajo en una cooperativa sociosanitaria y está a punto de casarse con un chico italiano. Con lágrimas de alegría me pidió que la acompañara al altar”.

de Gloria Satta

#sistersproject