Es hermoso que la ciudad natal de Adriana Zarri, San Lazzaro di Savena, en Emilia-Romaña, le haya dedicado un parque que fue inaugurado el 3 de abril de 2024. Un parque y un jardín son los lugares más apropiados para recordar a una mujer que construía jardines allí por dónde pasaba. Escritora, teóloga y ermitaña, nacida en 1919 y fallecida en 2010, fue una de las primeras mujeres que logró hacerse oír en una Iglesia en una Italia muy reacia a escuchar voces femeninas. Firmó libros y artículos en los que resonaban los grandes temas de la renovación conciliar como el redescubrimiento de la Biblia, la reforma de la liturgia, el ecumenismo, la pobreza de la Iglesia o el compromiso con la justicia. A lo largo de su vida maduró una elección eremítica, nunca interpretada como aislamiento o rechazo de la historia, sino como una continuación, como escribió, “de todos los amores, amistades, intereses, compromisos, comuniones, encuentros, armonías humanas y cósmicas”.
En Molinasso, la granja piamontesa donde vivió entre los años 70 y 80, “había hecho de un desierto un jardín”. También lo hizo en su casa de Ca' Sassino (Crotte, en la provincia de Turín). E incluso en el apartamento romano en el que vivió siendo más joven, donde creó una terraza-jardín “toda verde y florido, un trozo de campo en el quinto piso, más cerca de las nubes que de las huertas de la tierra”. Y en el castillo de Albiano di Ivrea, donde fue acogida por su amigo el obispo Luigi Bettazzi, tenía jardín y una huerta para nutrir ese lenguaje de belleza en la naturaleza que era el sello de su existencia.
Podemos descubrir una auténtica “espiritualidad de jardín” en Adriana Zarri y otear el horizonte bíblico en las referencias en los jardines del Edén y el Cantar de los Cantares. El jardín era signo de la armonía cósmica deseada por Dios y. ella también, en sus jardines y huertas, participaba, vivía, daba armonía y belleza. “Sembrar y hacer crecer los brotes y guiarlos con su mano, encantada por el florecimiento del universo y el cambio de las estaciones, era su manera de rezar, de alabar a Dios,”, señalaba su amiga Rossana Rossanda, que compartió con ella su pasión y cuidado de las rosas.
Y Adriana se sumergió en esa armonía, hasta sentirse hierba, flor, tierra. Muy crítica con cualquier antropocentrismo explotador, promotora de un nuevo “equilibrio ecológico del mundo” y partícipe de una profunda fraternidad con la naturaleza y sus elementos: “Hazme crecer verde como la hierba, hazme florecer como un prado y oler como el heno de mayo. / Dame rocío y brisa, serena y cálida; porque yo soy tu tierra y tú eres mi sol”.
de Mariangela Maraviglia
Autora de “Semplicemente una che vive. Vita e opere di Adriana Zarri”, IlMulino