Frenar la peligrosa “espiral de violencia” en Oriente Medio: así lo pidió el Papa en voz alta al final del Regina Caeli del 14 de abril, en la Plaza de San Pedro. Asomado a mediodía a la ventana del estudio privado del Palacio Apostólico Vaticano para el rezo de la oración mariana con los fieles presentes y con quienes le seguían a través de los medios de comunicación, el Pontífice había comentado primero, como es habitual, el Evangelio dominical, centrado circunstancialmente en el episodio del encuentro del Resucitado con los discípulos de Emaús. Publicamos, a continuación, su meditación.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días, ¡feliz domingo!
Hoy el Evangelio nos traslada a la noche de Pascua. Los apóstoles están reunidos en el cenáculo, cuando desde Emaús vuelven los dos discípulos y relatan su encuentro con Jesús. Y, mientras expresan la alegría de su experiencia, el Resucitado se aparece a toda la comunidad. Jesús llega precisamente mientras están compartiendo el relato del encuentro con Él. Esto me hace pensar que es hermoso compartir, es importante compartir la fe. Este relato nos hace pensar en la importancia de compartir la fe en Jesús resucitado.
Cada día nos bombardean con mil mensajes. Muchos son superficiales e inútiles, otros revelan una curiosidad indiscreta o, peor aún, nacen de cotilleos y malicia. Son noticias que no sirven para nada, es más, hacen daño. Pero también hay noticias hermosas, positivas y constructivas, y todos sabemos lo bien que sienta escuchar cosas buenas y cómo nos sentimos mejor cuando eso ocurre. Y es hermoso también compartir las realidades que, en lo bueno y en lo malo, han tocado nuestra vida, de modo que podamos ayudar a los demás.
Sin embargo, hay algo de lo que a menudo nos cuesta hablar. ¿De qué nos cuesta hablar? De lo más hermoso que tenemos que contar: nuestro encuentro con Jesús. Cada uno de nosotros ha encontrado al Señor y nos cuesta hablar de ello. Cada uno de nosotros podría decir tanto al respecto: ver cómo el Señor nos ha tocado y compartir esto, no haciendo de maestro de los demás, sino compartiendo los momentos únicos en los que ha sentido al Señor vivo, cercano, que encendía en el corazón la alegría o enjugaba las lágrimas, que transmitía confianza y consuelo, fuerza y entusiasmo, o perdón, ternura. Estos encuentros, que cada uno de nosotros ha tenido con Jesús, compartidlos y transmitidlos. Es importante hacer esto en familia, en la comunidad, con los amigos. De igual modo que sienta bien hablar de las inspiraciones buenas que nos han orientado en la vida, de los pensamientos y de los sentimientos buenos que nos ayudan tanto a avanzar, también de los esfuerzos y de las fatigas que hacemos para entender y para progresar en la vida de fe, tal vez también para arrepentirnos y volver sobre nuestros pasos. Si lo hacemos, Jesús, precisamente como sucedió a los discípulos de Emaús la noche de Pascua, nos sorprenderá y hará aún más hermosos nuestros encuentros y nuestros ambientes.
Probemos entonces a recordar, ahora, un momento fuerte de nuestra vida, un encuentro decisivo con Jesús. Todos lo hemos tenido, cada uno de nosotros ha tenido un encuentro con el Señor. Hagamos un pequeño silencio y pensemos: ¿Cuándo encontré yo al Señor? ¿Cuándo el Señor se hizo cercano a mí? Pensemos en silencio. ¿Y este encuentro con el Señor, lo he compartido para dar gloria al propio Señor? Y también, ¿he escuchado a los demás cuando me hablan de este encuentro con Jesús?
Que la Virgen nos ayude a compartir la fe para que nuestras comunidades sean cada vez más lugares de encuentro con el Señor.
Tras el Regina Caeli, el Papa lanzó el llamamiento por la paz para Oriente Medio y habló de la Centésima Jornada Nacional de la Universidad Católica del Sagrado Corazón. A continuación, saludó a los diversos grupos presentes, entre ellos los niños que habían acudido para recordar que los días 25 y 26 de mayo la Iglesia celebrará la primera Jornada Mundial dedicada a ellos, exhortándoles a rezar por sus coetáneos “que sufren por las guerras -¡hay tantas! - en Ucrania, en Palestina, en Israel, en otras partes del mundo, en Myanmar”.
Queridos hermanos y hermanas:
Sigo en la oración y con preocupación, también dolor, las noticias que han llegado en las últimas horas sobre el agravamiento de la situación en Israel a causa de la intervención por parte de Irán. Hago un encarecido llamamiento para que se detenga toda acción que pueda alimentar una espiral de violencia con el riesgo de arrastrar a Oriente Medio a un conflicto bélico aún más grande.
Nadie debe amenazar la existencia ajena. Que todas las naciones, por el contrario, se posicionen del lado de la paz y ayuden a los israelíes y a los palestinos a vivir en dos Estados, uno al lado del otro, con seguridad. ¡Es su deseo profundo y legítimo y es su derecho! Dos Estados cercanos.
Que se alcance pronto un alto el fuego en Gaza y se recorran los caminos de la negociación, con determinación. Que se ayude a esa población, sumida en una catástrofe humanitaria, se libere inmediatamente a los rehenes secuestrados hace meses. ¡Cuánto sufrimiento! Recemos por la paz. ¡Basta con la guerra, basta con los ataques, basta con la violencia! ¡Sí al diálogo y sí a la paz!
Hoy en Italia se celebra la centésima Jornada nacional de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, sobre el tema «Demanda de futuro. Los jóvenes entre el desencanto y el deseo». Animo a este gran Ateneo a proseguir su importante servicio formativo, en la fidelidad a su misión y atento a las necesidades juveniles y sociales actuales.
De corazón dirijo mi bienvenida a todos vosotros, romanos y peregrinos llegados de Italia y de tantos países. Saludo, en particular, a los fieles de Los Ángeles, Houston, Nutley y Riverside en los Estados Unidos de América; como también a los polacos, especialmente -¡cuántas banderas polacas!- a aquellos de Bodzanów y a los jóvenes voluntarios del Equipo de Ayuda a la Iglesia del Este. Acojo y animo a los responsables de las Comunidades de Santo Egidio de algunos países latinoamericanos.
Saludo a los voluntarios de las ACLI comprometidos en los patronatos en toda Italia; a los grupos de Trani, Arzachena, Montelibretti; a los muchachos de la profesión de fe de la parroquia de los Santos Silvestre y Martín en Milán; a los confirmandos de Pannarano; y al grupo juvenil “Arte y Fe”, de las hermanas Doroteas.
Saludo con afecto a los niños de varias partes del mundo, que han venido a recordar que el 25-26 de mayo la Iglesia vivirá la primera Jornada Mundial de los Niños. ¡Gracias! Invito a todos a acompañar con la oración el camino hacia este evento – la Primera Jornada de los Niños – y agradezco a todos los que están trabajando para prepararlo. Y a vosotros, niñas y niños, os digo: ¡Os espero! ¡A todos vosotros! Necesitamos vuestra alegría y vuestro deseo de un mundo mejor, un mundo en paz. Recemos, hermanos y hermanas, por los niños que sufren por las guerras – ¡son muchos! – en Ucrania, en Palestina, en Israel, en otras partes del mundo, en Myanmar. Recemos por ellos y por la paz.
Deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Saludo a los muchachos de la Inmaculada. Buen almuerzo y hasta pronto.