La recientemente “Declaración Dignitas infinita” del Dicasterio para la Doctrina de la fe, firmada por su prefecto, el Cardenal Víctor Manuel Fernández resulta un aporte invalorable, no solamente dentro de la Iglesia Católica, sino para la reflexión ecuménica. El documento que contiene abundantes y sólidas citas, como era de esperar, referencia en abundancia al Papa Francisco. Por ello, quisiera aportar algunos puentes del pensamiento Bergoglio-Francisco trazados a la luz del ciclo televisivo “Biblia, diálogo vigente” donde se trató como tema “La Dignidad”. Del mismo participaron el entonces Cardenal Bergoglio, el Rabino Abraham Skorka y un servidor. A los fines del presente artículo, solamente tomaré las citas del entonces Arzobispo de Buenos Aires.
El Documento de referencia, expresa en su punto #6 “Desde los inicios de su pontificado, el Papa Francisco ha invitado a la Iglesia a «confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano» y a «descubrir que “con ello le confiere una dignidad infinita”», subrayando con fuerza que esta dignidad inmensa representa un dato originario a reconocer con lealtad y a acoger con gratitud. Es precisamente en ese reconocimiento y aceptación donde puede fundarse una nueva convivencia entre los seres humanos, que decline la sociabilidad en un horizonte de auténtica fraternidad: sólo «reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad». Según el Papa Francisco «ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo», pero también es una convicción a la que la razón humana puede llegar mediante la reflexión y el diálogo, ya que «hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio cultural». En realidad, concluye el Papa Francisco, «el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier época de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a negar esta convicción o a no obrar en consecuencia». En este horizonte, su encíclica Fratelli tutti constituye ya una especie de Carta Magna de las tareas actuales para salvaguardar y promover la dignidad humana”.
En esta misma línea de pensamiento, el Cardenal Jorge M. Bergoglio nos decía en aquella primavera de hace ya 14 años: “A mí me impresiona el hecho de que nuestra dignidad sea precisamente la de ser hijos de Dios. Nos hizo sus criaturas y a lo largo de la Escritura manifiesta que nos condujo como un padre a su hijo. En el relato de la creación, en el Génesis según la tradición elohísta, me conmueve que nos haya hecho artesanalmente. El escritor bíblico inspirado cuenta esa actitud artesanal de hacernos del barro de la tierra. Es decir, las manos de Dios se comprometieron en nuestra existencia. Es un antropomorfismo, por supuesto, pero hay un mensaje detrás de ese quehacer artesanal de las manos de Dios. Él nos hizo y no solo con su palabra, sino con algo más, con su corazón, con su amor, con su ilusión —me atrevo a decir. Se ilusionó con nosotros”.
Estos mismos conceptos son completados en el #28 de “Dignitas infinita”: Como subrayaba el Papa Francisco: «Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes internas […]: “Toda criatura posee su bondad y su perfección propias […] Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas”».Todavía más, «hoy nos vemos obligados a reconocer que sólo es posible sostener un “antropocentrismo situado”. Es el mismo Cardenal Fernández quien en el #11 retrotrae, al igual que Bergoglio, la dingindad a los inicios de teología de la creación: “La Revelación bíblica enseña que todos los seres humanos poseen una dignidad intrínseca porque han sido creados a imagen y semejanza de Dios: «Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” […] Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (Gen 1, 2627)”.
Dentro de los contextos sociales y económicos que afectan y deterioran aquella dignidad intrínseca, se resaltan las idolatrías, especialmente la del “dios dinero”, el Mamón del Evangelio (Lc 16,13; Mt 15,22). Así lo expresaba el Cardenal Bergoglio en el mencionado programa televisivo: “Somos hijos de Dios y uno bastardea esa filiación, de alguna manera, cuando negocia su dignidad, lo innegociable, aquello a lo que está adherido su corazón, cuando negocia el sello de Dios. Para mí, el fin de la indignidad, es decir, la dignidad es ser hijo de Dios, obra del espíritu de Dios insuflado. Y el final de la dignidad es el abrazo con la idolatría, cuando el hombre da cabida en su corazón a espacios idolátricos. Cuando la referencia de Dios se hace cada vez más lejana y toma cuerpo la referencia a sí mismo, al ídolo.
Cuando el pueblo sintió aburrimiento ante la tardanza de Moisés, tentado por el demonio, se hizo un ídolo. A mí me llama la atención que el ídolo haya sido de oro, o sea, el primer comercio que el hombre hace de su dignidad es por amor al dinero; el apego al dinero fue ocupando el lugar de Dios.
El primer paso es la adhesión a la riqueza desmesurada que le da una seguridad que no sentía de esa manera, en la dignidad de Dios. Pero le da otra dignidad que lo aparta de aquella inicial, y al sentirse fuerte da el segundo paso, que es la vanidad; se siente satisfecho de sí mismo. El tercer paso es el orgullo, la soberbia, y ahí ya está la idolatría instalada, ese hombre desdibujó la dignidad de Dios. Sin embargo, por pura misericordia Dios se queda sosteniéndolo, no se la quita, es uno el que la niega y le dice: “No quiero ser tu hijo, no quiero esta dignidad, prefiero la dignidad del dinero, mi vanidad, mi soberbia, mi ‘autorreferencialidad’, etc.”. Ahí yo veo el proceso de “desdibujamiento” hacia el lado de la idolatría.” En el apartado #37 de “Dignitas infinita” se expresa, citando a Francisco: “el Papa Francisco hay que concluir que «aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que “nacen nuevas pobrezas”. Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual». Como resultado, la pobreza se extiende «de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza».[Entre estos «destructores efectos del Imperio del dinero», se debe reconocer che «no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo». Si algunos nacen en un país o en una familia donde tienen menos oportunidades de desarrollo, hay que reconocer que eso está reñido con su dignidad, que es exactamente la misma que la de quienes nacen en una familia o en un país ricos. Todos somos responsables, aunque en diversos grados, de esta flagrante desigualdad”.
Desde luego que hay más citas y referencias que marcan una unidad de coherencia discursiva Bergoglio- Francisco pero exceden a espacio de una nota. También resulta alentadora y guiada por el Espíritu Santo, la comunión y desarrollo de pensamiento Bergoglio – Fernández – Francisco.
(Marcelo Figueroa)
Marcelo Figueroa