· Ciudad del Vaticano ·

Audiencia general de los miércoles

La “matemática” de Dios es la lógica del amor

 La “matemática” de Dios es la lógica del amor  SPA-009
01 marzo 2024

Dios tiene una “‘matemática’ distinta de la nuestra”, porque su lógica es el amor”. Así lo recordó el Papa Francisco en la catequesis preparada para la audiencia general del miércoles 28 de febrero. Todavía “un poco resfriado” -como dijo introduciendo el encuentro con los fieles en el Aula Pablo VI-, el Pontífice confió a monseñor Filippo Ciampanelli, funcionario de la Secretaría de Estado, la lectura del texto que, en el contexto del ciclo de reflexiones dedicado a los vicios y las virtudes, se detiene en la envidia y la vanagloria.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy examinaremos dos vicios capitales que encontramos en los grandes catálogos que nos ha legado la tradición espiritual: la envidia y la vanagloria.

Comencemos por la envidia. En la Sagrada Escritura (cfr. Gen 4) se nos presenta como uno de los vicios más antiguos: el odio de Caín hacia Abel se desata cuando se da cuenta de que los sacrificios del hermano agradan a Dios. Caín era el primogénito de Adán y Eva, se había llevado la parte más considerable de la herencia paterna; sin embargo, es suficiente que Abel, el hermano menor, tenga éxito en una pequeña iniciativa, para que Caín se torne sombrío. El rostro del envidioso es siempre triste: mantiene baja la mirada, parece estar constantemente examinando el suelo, pero en realidad no ve nada, porque su mente está envuelta en pensamientos llenos de maldad. La envidia, si no se controla, conduce al odio del otro. Abel morirá a manos de Caín, que no pudo soportar la felicidad de su hermano.

La envidia es un mal estudiado no sólo en el ámbito cristiano: ha atraído la atención de filósofos y sabios de todas las culturas. En su base hay una relación de odio y amor: uno quiere el mal del otro, pero en secreto desea ser como él. El otro es la manifestación de lo que nos gustaría ser, y que en realidad no somos. Su suerte nos parece una injusticia: ¡seguramente -pensamos- nosotros nos merecemos mucho más sus éxitos o su buena suerte!

En la raíz de este vicio está una falsa idea de Dios: no se acepta que Dios tenga sus propias "matemáticas", distintas de las nuestras. Por ejemplo, en la parábola de Jesús acerca de los obreros llamados por el amo para ir a la viña a distintas horas del día, los de la primera hora creen que tienen derecho a un salario más alto que los que llegaron los últimos; pero el amo les da a todos la misma paga, y dice: «¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿O es que mi generosidad va a provocar tu envidia?» (Mt 20,15). Quisiéramos imponer a Dios nuestra lógica egoísta, pero la lógica de Dios es el amor. Los bienes que Él nos da están destinados a ser compartidos. Por eso San Pablo exhorta a los cristianos: «Ámense cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10). ¡He aquí el remedio contra la envidia!

Y llegamos al segundo vicio que examinamos hoy: la vanagloria. Ésta va de la mano con el demonio de la envidia, y juntos estos dos vicios son característicos de una persona que aspira a ser el centro del mundo, libre de explotar todo y a todos, el objeto de toda alabanza y amor. La vanagloria es una autoestima inflada y sin fundamentos. El vanaglorioso posee un "yo" dominante: carece de empatía y no se da cuenta de que hay otras personas en el mundo además de él. Sus relaciones son siempre instrumentales, marcadas por la prepotencia hacia el otro. Su persona, sus logros, sus éxitos, deben ser mostrados a todo el mundo: es un perpetuo mendigo de atención. Y si a veces no se reconocen sus cualidades, se enfada ferozmente. Los demás son injustos, no comprenden, no están a la altura. En sus escritos, Evagrio Póntico describe el amargo asunto de algún monje afectado por la vanagloria. Sucede que, tras sus primeros éxitos en la vida espiritual, siente que ya ha llegado a la meta, y por eso se lanza al mundo para recibir sus alabanzas. Pero no se apercibe de que sólo está al principio del camino espiritual, y de que lo acecha una tentación que pronto le hará caer.

Para curar al vanidoso, los maestros espirituales no sugieren muchos remedios. Porque, después de todo, el mal de la vanidad tiene su remedio en sí mismo: las alabanzas que el vanidoso esperaba cosechar en el mundo pronto se volverán contra él. Y ¡cuántas personas, engañadas por una falsa imagen de sí mismas, cayeron más tarde en pecados de los que pronto se avergonzarían!

La instrucción más hermosa para superar la vanagloria se encuentra en el testimonio de San Pablo. El Apóstol se enfrentó siempre a un defecto que nunca pudo superar. Tres veces pidió al Señor que le librara de aquel tormento, pero al final Jesús le respondió: «Te basta mi gracia; mi fuerza se realiza en la debilidad». Desde ese día, Pablo fue liberado. Y su conclusión debería ser también la nuestra: «Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor 12,9).

Con motivo del “25 aniversario de la entrada en vigor de la Convención sobre la prohibición de las minas antipersona”, el Papa Francisco expresó su “cercanía a las numerosas víctimas de estos arteros artefactos, que -explicó- nos recuerdan la dramática crueldad de las guerras y el precio que las poblaciones civiles se ven obligadas a sufrir”. En la audiencia general del miércoles 28 de febrero, en el Aula Pablo VI, el Pontífice se refirió al aniversario del viernes 1 de marzo, denunciando cómo las minas siguen “golpeando a civiles inocentes, especialmente niños, incluso muchos años después del fin de las hostilidades”. En este sentido, el Papa Bergoglio agradeció a quienes “contribuyen a ayudar a las víctimas y a desminar las zonas contaminadas”, porque -añadió- “su trabajo es una respuesta concreta a la llamada universal a ser operadores de paz cuidando a nuestros hermanos y hermanas”. De ahí la exhortación final a no olvidar “a los pueblos que sufren a causa de la guerra: Ucrania, Palestina, Israel y tantos otros”, y a rezar en particular “por las víctimas de los recientes atentados contra lugares de culto en Burkina Faso” y “por el pueblo de Haití, donde continúan los crímenes y los secuestros por parte de bandas armadas”. Y es significativo que Francisco quisiera lanzar estos llamamientos con su propia voz, dado que al estar todavía “un poco resfriado” -como había dicho al introducir el encuentro- tuvo que hacer que uno de sus colaboradores leyera los otros textos preparados. Finalmente, “tras la audiencia general el Papa Francisco se dirigió al Hospital de Isola Tiberina - Isla Gemelli” de Roma “para someterse a algunas pruebas diagnósticas” al término de las cuales -según informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede a los periodistas acreditados- “regresó al Vaticano”.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Nos vendría bien en esta Cuaresma meditar con frecuencia las “Letanías de la humildad” del cardenal Merry del Val, para combatir los vicios que nos alejan de la vida en Cristo. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

El 1° de marzo se celebrará el 25° aniversario de la entrada en vigor de la Convención sobre la prohibición de las minas antipersonal, que siguen golpeando a civiles inocentes, sobre todo niños, incluso muchos años después del fin de las hostilidades. Expreso mi cercanía a las numerosas víctimas de estos artefactos perversos, que nos recuerdan la dramática crueldad de las guerras y el precio que las poblaciones civiles se ven obligadas a pagar. A este respecto, doy las gracias a todos aquellos que contribuyen a ayudar a las víctimas y a desminar las zonas contaminadas. Su trabajo es una respuesta concreta a la llamada universal a ser operadores de paz cuidando a nuestros hermanos y hermanas.