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MUJERES IGLESIA MUNDO

Testimonio
El cardenal Marengo: En Mongolia, los primeros bautizados fueron mujeres

Rezar juntos en la ger

  Pregare insieme nella ger  DCM-003
02 marzo 2024

El don de la misión está en el corazón de la Iglesia. Desde aquella mañana en que rodó la piedra del sepulcro, pasando por la experiencia vibrante de Pentecostés, la comunidad creyente se sintió guiada a compartir la inmensa alegría de la resurrección y a ofrecer a personas de todas las culturas la posibilidad de experimentar esta nueva realidad en su propia vida. Había hombres y mujeres en aquel primer grupo de discípulos misioneros y todavía hoy son hombres y mujeres los que perpetúan la misma dinámica de anuncio y testimonio. La vida misionera puede ayudar a tener una visión amplia y enriquecedora de lo masculino y lo femenino en la Iglesia.

Mi experiencia en este sentido es muy positiva y lo agradezco. Desde pequeña, la presencia de lo masculino y lo femenino ha formado parte de la normalidad de la vida cotidiana, empezando por la familia -en la que siempre ha habido una relación muy constructiva y enriquecedora con mi hermana-, y después en el colegio y a través del Movimiento Scout (niños y niñas), que marcó mis años de juventud. Tras terminar el bachillerato, entré en los Misioneros de la Consolata, un instituto fundado por el beato Giuseppe Allamano para formar religiosos y religiosas para la misión ad gentes. Un solo fundador dio vida a una congregación con rostro masculino y femenino, impartiendo a ambos las mismas enseñanzas, pensando precisamente en una familia, en el pleno respeto a la diversidad, pero en la convicción de que para alcanzar el fin último (la primera evangelización) necesitamos hombres y mujeres consagrados a Dios para este propósito. No solo unos u otros, sino ambos.

Desde el primer día que pisé Mongolia he experimentado personalmente que el Beato Allamano tenía razón. Incluso antes, dado que hubo una preparación cercana a la partida en la que tuvimos la oportunidad de conocernos y profundizar en la inspiración original de nuestro carisma. En el primer grupo de la Consolata en Mongolia éramos cinco: tres monjas, otro sacerdote y yo.

Una misión como esta, caracterizada por condiciones extremas - un número muy pequeño de católicos en comparación con toda la población (menos del 1 por ciento), un clima que oscila entre -40 grados en invierno y +40 grados en verano y un idioma de difícil al aprendizaje- requiere cierto sacrificio y mucha sinceridad con uno mismo. Los rasgos de carácter, tanto buenos como malos, aparecen bajo la luz transparente del cielo de Mongolia, y les pasa tanto a los hombres o como a las mujeres. En esta experiencia del desierto trabajamos juntos, hombres y mujeres, en la diversidad de vocaciones, pero en esencial armonía, porque nos sentimos humildes, iguales en nuestras necesidades ante la tarea que se nos ha confiado (el anuncio del Evangelio), que solo puede lograrse en la fe, con paciencia y con total libertad, ya seamos sacerdotes, monjas u obispos.

Para mí la misión compartida ha sido y sigue siendo fuente de humanización integral. Es también una de las condiciones para la vitalidad de la misión, porque el respeto mutuo y la estima que los misioneros se tienen unos a otros son parte del testimonio dado en nombre del Evangelio. En la remota parroquia de Arvaikheer, donde estoy desde hace varios años, los primeros grupos de bautizados estaban formados íntegramente por mujeres. Al igual que en el sepulcro, las mujeres llegaron primero, trayendo consigo a sus maridos, hijos y padres. Muchas mujeres también soportan solas la carga de sus familias. Durante la adoración eucarística en la iglesia redonda en forma de ger, rezamos juntos, religiosos y religiosas, alrededor del Santísimo Sacramento. Así, en la diversidad de nuestros respectivos roles, llevamos adelante juntos el discernimiento y la labor misionera, encontrando en la oración la fuente viva de nuestro ser hijos e hijas de Dios.

de Giorgio Marengo
Cardenal, Prefecto apostólico de Ulán Bator (Mongolia)