La viticultura «implica una infinidad de competencias, solo en parte transmisibles de manera técnica, “escolar”, a menudo vinculadas al intercambio de una sabiduría práctica, de vida, a una experiencia específica para adquirir en el campo». Lo dijo el Papa al saludar a los participantes en el congreso organizado por Vinitaly sobre “La economía de Francisco y el mundo del vino italiano”. El Pontífice los recibió la mañana del 22 de enero en la Sala del Consistorio, dirigiéndoles las palabras que publicamos a continuación.
Queridos hermanos y hermanas.
¡Buenos días!
Os doy la bienvenida, saludo a monseñor Pompili y a cada uno de vosotros. Estáis aquí con motivo del congreso que Vinitaly ha organizado sobre el tema “La economía de Francisco y el mundo del vino italiano”. Por el número de empresas involucradas, la calidad de la producción y el impacto en el empleo, la vuestra es sin duda una realidad significativa, tanto en la escena vitivinícola italiana como internacional, por lo que es bueno que reflexionéis juntos sobre los aspectos éticos y las responsabilidades morales que conlleva todo esto, y que en esto se inspiren en el Poverello de Asís.
Las líneas fundamentales sobre las que habéis elegido moveros — atención al medio ambiente, al trabajo y a unos hábitos de consumo saludables — indican una actitud centrada en el respeto, en varios niveles. Y el respeto, en vuestro trabajo, es ciertamente fundamental: para un producto de calidad, de hecho, no basta la aplicación de técnicas industriales y lógicas comerciales; la tierra, la vid, los procesos de cultivo, fermentación y maduración requieren constancia, requieren atención y requieren paciencia.
La Sagrada Escritura misma habla de estos temas. Viene a la mente la Carta de Santiago, que dice: «Mirad al labrador: él espera con constancia el precioso fruto de la tierra hasta que haya recibido las primeras y las últimas lluvias» (St 5, 7). Y pienso sobre todo en Jesús, quien, en la última imagen que deja a sus discípulos, habla del Padre como de un agricultor, que cuida de la vid, podándola y haciendo así que dé buen fruto (cf. Jn 15, 1-6).
Respeto, constancia, capacidad de podar para dar fruto: son mensajes preciosos para el alma, que se aprenden bien de los ritmos de la naturaleza, de las cepas y de la elaboración. Implica una infinidad de competencias, solo en parte transmisibles de manera técnica, “escolar”, a menudo vinculadas al intercambio de una sabiduría práctica, de vida, a una experiencia específica que se debe adquirir en el campo, de manera tanto más fructífera cuanto más nos dejemos involucrar por la dimensión humana de lo que se hace.
Y si el respeto y la humanidad valen en el uso de la tierra, son aún más decisivos en la gestión del trabajo, en la protección de las personas y en el consumo de los productos, para hacer madurar, a nivel de individuos y empresas, esa capacidad de «autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad», que «hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente», considerando «el impacto causado por cada acción y cada decisión personal fuera de sí» (Carta enc. Laudato si’, 208). De hecho, el «auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (ibíd., 70).
Queridos amigos, el vino, la tierra, la habilidad agrícola y la actividad empresarial son dones de Dios, pero no olvidemos que el Creador nos los ha confiado a nosotros, a nuestra sensibilidad y a nuestra honestidad, porque hacemos de ellos, como dice la Escritura, una verdadera fuente de alegría para «el corazón del hombre» (cf. Sal 104, 15), y de cada hombre, no solo de los que tienen más posibilidades. Gracias, entonces, por haber elegido inspirar vuestra actividad en sentimientos de concordia, ayuda a los más débiles y respeto por la creación, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís. En él os bendigo y os deseo, en su estilo, “paz y bien”. Gracias.