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Caterina Daghero, 43 años como superiora general

La gran salesiana

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03 febrero 2024

El 26 de febrero se cumplen 100 años de la muerte de madre Caterina Daghero, segunda superiora general de las Hijas de María Auxiliadora, primera sucesora de la cofundadora María Dominica Mazzarello. Una figura fundamental en la historia de las religiosas salesianas, que ha dirigido durante 43 años y a caballo entre dos siglos; cuatro décadas llenas de transformaciones para el mundo, de migraciones, de desastres naturales, de suspicacias hacia las congregaciones religiosas o de guerras. En ese contexto se han desarrollado las características del instituto femenino fundado por San Juan Bosco, es decir, la educación de los jóvenes y la caridad. Sumergirse en la vida y la misión de esta mujer de gran visión es emprender un viaje hacia una historia humana y espiritual muy intensa, animada por una fe profunda, que se ha hecho historia.

Su vida comienza en Piamonte, no lejos de Turín, en un pueblo llamado Daghé cuyo nombre procede precisamente del apellido Daghero. Caterina nació en este lugar en 1856. Su familia era sencilla, no rica en medios materiales, pero sí en auténtica fe y amor. En su seno maduró su dedicación a ­los demás, su capacidad de sufrir en silencio y su don innato para consolar a los que sufrían. Cuando tiene 12 años muere su madre y, poco después, su padre se vuelve a casar. El suyo fue un camino en el que los sufrimientos y las alegrías, los obstáculos y los triunfos tuvieron un denominador común: dejar a Dios la primacía de su vida y acoger su voluntad como don para mirar a los demás como un prodigio de su amor.

Y esto lo aplicó para lo pequeño y lo grande. Como, por ejemplo, cuando en 1874 llegó a Mornese, una pequeña ciudad italiana de la provincia de Alessandria para hacerse Hija de María Auxiliadora y se enfrentó a una vida religiosa de oración y trabajo; cuando comenzó su misión educativa en Turín con jóvenes pobres de recursos y de cultura, en una ciudad donde las clases populares vivían y trabajaban en condiciones precarias, especialmente las mujeres y niñas; o cuando en 1880 en St. Cyr, Francia, asumió la responsabilidad de un orfanato muy pobre y tuvo que pedir pan a las puertas de los ricos.

Sor Caterina se mantuvo fiel a sí misma incluso cuando, con solo 24 años, fue elegida vicaria general y, pocos meses después, en 1881 tras la muerte de la cofundadora María Dominica Mazzarello, cuando fue elegida superiora general de un instituto que, con solo 10 años de vida, ya estaba presente en cuatro países de Europa y América. Ni siquiera tenía la edad pertinente porque la superiora general por regla debía tener al menos 35 años. Don Bosco le concedió la dispensa. En los cuarenta y tres años de su gobierno, gracias a una convencida actividad salesiana de trabajo y oración, el Instituto experimentó un gran desarrollo, con importantes logros espirituales y sociales.

María Mazzarello, la primera superiora general elegida por el fundador San Juan Bosco (canonizada en 1951 por Pío XII) murió después de nueve años al frente del Instituto, dejando 26 Casas, con 156 religiosas profesas y 50 novicias. Caterina Daghero las multiplicó y a su muerte había en el mundo 487 Casas con 4.276 religiosas. Hoy hay casi 11.000 salesianas en 98 países.

Caterina Daghero fue una Madre que, a través de la espiritualidad del cuidado, se desgastó en diferentes campos como una mujer consagrada fuera de los esquemas de su tiempo. Tuvo el valor de enfrentarse a los desafíos de su tiempo y contexto social y ejerció como puente entre innovación y tradición, asumiendo una actitud que el lenguaje actual definiría como sinodal, es decir, capaz de implicar a sus hijas en la configuración de la vida del Instituto, de su espiritualidad e inculturarlo en distintos ámbitos. En 40 años, esta religiosa dedicada al cumplimiento de la voluntad de Don Bosco y que conoció a cuatro papas (León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI), abrió casas en Jerusalén y Belén, África y América del Sur donde permaneció durante dos años.

De ahí sus opciones proféticas, en primer lugar, la de abrir las puertas de la educación a las niñas, a los jóvenes y a quienes se les negaba un futuro digno y un papel en la sociedad. Una elección que se traduce en la creación de escuelas, internados, colegios universitarios, guarderías, y en querer una educación de calidad para las niñas. Para ello, confió esta tarea a educadoras religiosas formadas para la enseñanza y capaces de interpretar la cultura según la perspectiva cristiana y de hacer respirar a los estudiantes ese espíritu de familia de Don Bosco que tiende a la educación integral de la persona y se fundamenta en tres pilares: razón, religión y bondad.

Esta misión también se refleja en la apertura de los innumerables oratorios festivos y también vespertinos que Madre Caterina deseó en todas las comunidades y en todas las latitudes donde trabajaban las salesianas, a quienes repetía: “Buscad a las niñas más pobres, a las más necesitadas, a las más desfavorecidas... no ahorréis ningún sacrificio por su bien”.

En los cuatro continentes, los oratorios, apoyados por una Madre Superiora que los consideraba la institución salesiana por excelencia, se convirtieron en el lugar donde pasar horas de tranquilidad y en una manera de responder a la sed de cultura, al deseo de creatividad, al derecho al juego y a la alegría de las niñas y jóvenes que no tenían voz en la sociedad.

La madre Caterina Daghero no se quedó ahí. Ante el incipiente desarrollo de la industria textil y la consiguiente necesidad de mano de obra femenina, se atrevió a emprender un nuevo camino creando residencias donde las jóvenes trabajadoras eran acogidas después del trabajo. A veces incluso mandaba a las mismas religiosas a las fábricas como intermediarias entre trabajadoras y jefes en tiempos de huelga. Esta labor no se limitaba a una actividad asistencial, sino que también tenía una finalidad educativa: sacar a relucir el tesoro que cada una -estudiante, ama de casa o trabajadora- llevaba dentro de sí y acompañar a todas en su camino como mujeres capaces de aportar valores humanos y cristianos a la sociedad.

Este amor por los pobres anima a las Hijas de María Auxiliadora en todas partes del mundo a poner en su corazón a los huérfanos de guerra, a acoger a los refugiados, a cuidar de los soldados heridos, a sostener a las familias sin casa ni bienes tras un desastre natural o a estar cerca de los migrantes. Una caridad que se encarna en el tejido social y se desarrolla en diálogo con instituciones, gobiernos, empresarios y benefactores para garantizar la dignidad y una atención adecuada a quienes no cuentan en sociedad.

de Angela Bertero
Asociación Vides Main, promovida por el Centro Italiano “Opere Femminili Salesiane”

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