Un camino para amar al hombre y aprender la humildad: así ha resumido el Papa Francisco la esencia de la profesión del “vaticanista”, que el 22 de enero se reunió con la Asociación de Periodistas Acreditados ante el Vaticano ( aigav ) en la Sala Clementina, pronunciando el siguiente discurso.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡Les doy la bienvenida aunque aquí estén como en casa!
Me alegro: esta es para mí la ocasión de darles las gracias a ustedes, que son un poco como mis compañeros de viaje, por el trabajo que realizan informando a los lectores, oyentes y telespectadores sobre las actividades de la Santa Sede. Periodistas, operadores, fotógrafos, productores: son una comunidad unida por una misión. Conozco su pasión, su amor por lo que informan, su duro trabajo. Muchos de ustedes no sólo siguen al Vaticano, sino también a Italia, al sur de Europa, al Mediterráneo, a los países de los que proceden.
Ser periodista es una vocación, un poco como la de un médico, que elige amar a la humanidad tratando sus enfermedades. También lo es, en cierto modo, la del periodista, que elige tocar las heridas de la sociedad y del mundo. Es una llamada que viene de la juventud y lleva a comprender, a poner de relieve, a contar. Les deseo que vuelvan a las raíces de esta vocación, que la recuerden, que se acuerden la llamada que los une en una tarea tan importante.
¡Cuánta necesidad de saber y de contar, por un lado, y cuánta necesidad de cultivar un amor incondicional a la verdad, por el otro!,
Quisiera expresarles gratitud no sólo por lo que escriben y transmiten, sino también por su perseverancia y paciencia al seguir día tras día, las noticias que llegan de la Santa Sede y de la Iglesia, relatando una institución que trasciende el “aquí y ahora”, y nuestras propias vidas. Como decía San Pablo VI, hay “simpatía, estimación y confianza por lo que ustedes son y por lo que ustedes hacen” (cf. Alocución a los periodistas, 29 de junio de 1963).
Gracias también por los sacrificios siguiendo al Papa por todo el mundo, y trabajando a menudo incluso los domingos y los días festivos. Debo pedirles perdón por las veces en que las noticias que me conciernen de diversos modos, los han alejado de sus familias, de jugar con sus hijos – esto es muy importante; cuando confieso, pregunto a los padres: “¿juega usted con sus hijos?”: es una de las cosas que un padre y una madre tienen que hacer siempre, jugar con los hijos -, y al tiempo para estar con los maridos o con las mujeres.
Nuestro encuentro es una ocasión para reflexionar sobre el fatigoso trabajo de un vaticanista a la hora de contar el camino de la Iglesia, de construir puentes de conocimiento y de comunicación en lugar de surcos de división y desconfianza (cf. S. Juan xxiii , Discurso al Consejo Directivo de la prensa italiana, 22 de febrero de 1963).
¿Quién es entonces el vaticanista? Respondo tomando prestadas las palabras de uno de sus colegas, que recientemente cumplió ochenta años y ha viajado mucho con los Papas. Hablando de su trabajo como vaticanista, lo definió “un trabajo rápido hasta resultar despiadado, el doble de incómodo cuando se aplica a un tema elevado como la Iglesia, que los medios comerciales llevan inevitablemente a su nivel […] de mercado». «En tantos años de vaticanismo – añadió - he aprendido el arte de buscar y contar historias de vida, que es una forma de amar al hombre [...]. He aprendido la humildad. Me he acercado a muchos hombres de Dios que me han ayudado a creer y a quedarme humano. Por lo tanto, sólo puedo animar a quienes quieran aventurarse en esta especialización periodística» (L. Accattoli, Prefazione a G. Tridente, Diventare vaticanista. Informazione religiosa ai tempi del Web, 2018, 5-7). A pesar de las dificultades, es un buen estímulo: amar al hombre, aprender la humildad.
San Pablo VI, recién elegido, en los meses que precedieron a la reanudación del Concilio, invitó a los periodistas que cubrían los asuntos vaticanos a sumergirse en la naturaleza y el espíritu de los acontecimientos sobre los que informaban. Decía «…la cual no debe estar orientada, como tal vez ocurre por criterios que suelen inspirarla y que califican las cosas de la Iglesia de acuerdo con criterios profanos y políticos, en virtud de los cuales no se atiende a las cosas mismas y así resultan deformadas. Por el contrario, debe tener en consideración aquello que realmente inspira la vida de la Iglesia, es decir, su finalidad religiosa y moral, así como su característica fisonomía espiritual.» (Alocución del Santo Padre a los periodistas). Quisiera añadir la delicadeza que tan a menudo tienen al hablar de los escándalos en la Iglesia: hay algunos, y tantas veces he visto en ustedes una gran delicadeza, un respeto, un silencio casi, digo, “vergonzoso”: gracias por esta actitud.
Les agradezco el esfuerzo que hacen por mantener esta mirada que sabe ver detrás de las apariencias, que sabe captar la sustancia, que no quiere plegarse a la superficialidad de los estereotipos y a las fórmulas preconfeccionadas de la información-espectáculo, que, en lugar de la difícil búsqueda de la verdad, prefiere la fácil catalogación de los hechos y de las ideas según esquemas pre-establecidos. Los animo a seguir por este camino que sabe combinar la información con la reflexión, la palabra con la escucha, el discernimiento con el amor.
El mismo periodista que cité, sostenía que en el entorno mediático “el vaticanista debe resistir a la vocación nativa de la comunicación de masas de manipular la imagen de la Iglesia, tanto y más que cualquier otra imagen de la humanidad asociada. En efecto, los medios de comunicación, tienden a deformar la actualidad religiosa. La deforman tanto con el registro alto o ideológico, como con el registro bajo o espectacular. El efecto global es unja doble deformación de la imagen de la Iglesia: el primer registro tiende a forzarla bajo una especie política, el segundo tiende a relegarla a noticia ligera» (Prefazione).
No es fácil, pero ahí reside la grandeza del vaticanista, la fineza de alma que se añade a la habilidad periodística. La belleza de su trabajo en torno a Pedro es la de fundarlo sobre la roca sólida de la responsabilidad en la verdad, no sobre las frágiles arenas de la cháchara y de las lecturas ideológicas; eso radica en no ocultar la realidad y tampoco sus miserias, sin edulcorar las tensiones, pero al mismo tiempo sin hacer clamor innecesario, sino esforzándose por captar lo esencial, a la luz de la naturaleza de la Iglesia. Cuánto bien hace esto al Pueblo de Dios, a la gente más sencilla, a la propia Iglesia, a la que aún le queda camino por recorrer para comunicar mejor: con el testimonio, antes que con las palabras. Muchas gracias por su trabajo. Una cosa que me alegra es que he aprendido a conocerlos por su nombre; aquí está la gran decana, y la saludo; el vicedecano, y tantos de ustedes a los que conozco por su nombre... Les agradezco mucho, recen por mí, yo lo hago por ustedes. Les renuevo mi agradecimiento y les bendigo a ustedes, sus seres queridos, y a su trabajo. Y, por favor, ¡no se olviden de rezar por mí! ¡a favor!