· Ciudad del Vaticano ·

Relaciones entre católicos y ortodoxos 60 años después del encuentro entre Pablo vi y Atenágoras

Un beso fraternal, que también es un compromiso

Athenagoras I. (l.), ökumenischer Patriarch von Konstantinopel, und Papst Paul VI. umarmen sich am ...
19 enero 2024

Los días 5 y 6 de enero marcaron el sexagésimo aniversario del encuentro que tuvo lugar en Jerusalén entre el Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras. Se trató entonces del primer encuentro entre un Papa y un Patriarca ecuménico después del que tuvo lugar durante el Concilio de Ferrara (1438-1439) entre el Papa Eugenio IV y el Patriarca José II. Este importante aniversario es una oportunidad fructífera para mirar primero el doloroso pasado de las relaciones entre las dos Iglesias, sabiendo que la única forma de actuar sobre el pasado es purificar la memoria histórica y perdonar.

Sin embargo, la mirada puesta en los acontecimientos pasados tiene como objetivo principal registrar con gratitud lo que se ha logrado desde 1964 y permitir nuevos pasos hacia el futuro.

El retorno a la caridad con fuerza jurídica

El encuentro de Jerusalén tuvo un impacto en la historia sobre todo porque aquel beso fraternal selló la voluntad de ambas Iglesias de restablecer entre ellas la caridad. Este gesto está ante nuestros ojos como icono duradero de la voluntad de reconciliación. Por esta razón, el Papa Francisco subrayó, en el mensaje dirigido al patriarca ecuménico Bartolomé I con motivo de la fiesta patronal de SanAndrés de 2023, que el camino hacia la reconciliación comenzó «con un abrazo», «un gesto que expresa elocuentemente el reconocimiento mutuo de la fraternidad eclesial»1 .

Este beso fraternal encierra un profundo significado espiritual. Dado que el ágape y el beso fraterno representan el término y el rito de la unidad eucarística, la meta del camino iniciado en Jerusalén debe ser el restablecimiento de la comunión eucarística. De hecho, allí donde el ágape se vive seriamente como realidad eclesial, para ser creíble, también debe convertirse en ágape eucarístico. Esto correspondía a la intención de los dos peregrinos que se encontraron en Jerusalén, quienes en ese evento vislumbraron el amanecer de un nuevo día en el que las generaciones futuras alabarían juntos al único Señor a través de la participación en su Cuerpo y Sangre eucarísticos.

El memorable encuentro de Jerusalén preparó el terreno para el del 7 de diciembre de 1965, cuando en la iglesia patriarcal de San Jorge en el Fanar en Constantinopla y en la basílica de San Pedro en Roma los máximos representantes de las dos Iglesias cancelaron las excomuniones recíprocas de 1054, afirmando la voluntad común de eliminar los anatemas, cuyo recuerdo aún persiste, «de la memoria y del medio de la Iglesia», para que ya no pudieran representar «un obstáculo al acercamiento en el amor»2 . De esta manera solemne y jurídicamente vinculante, los acontecimientos de 1054 y sus consecuencias fueron entregados al olvido histórico, y al mismo tiempo se declaró que ya no pertenecían al inventario oficial de las dos Iglesias.

Con este acto histórico, el veneno de la excomunión fue extraído del organismo de la Iglesia y el "símbolo de la división" fue sustituido por el "símbolo de la caridad"; en palabras del entonces teólogo Joseph Ratzinger, "la relación de ‘caridad enfriada’, de ‘contraposiciones, desconfianzas y antagonismos’, ha sido sustituida por la relación de caridad y fraternidad, simbolizada por el beso fraterno".3 Con el levantamiento de las excomuniones, la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla pueden reconocerse nuevamente como Iglesias hermanas, hecho aún más significativo si pensamos que los patronos de las dos Iglesias, San Pedro y San Andrés, eran hermanos biológicos.

El diálogo de la caridad al servicio de la reconciliación

Estos acontecimientos memorables se convirtieron en el punto de partida del diálogo ecuménico de la caridad, que se profundizó en los años siguientes a través de un animado intercambio de visitas y comunicaciones, atestiguado en la documentación común que tiene el hermoso nombre de "Tomos Agapis". El diálogo de la caridad ha encontrado expresión visible sobre todo en la buena tradición de visitas recíprocas entre la Iglesia de Constantinopla y la Iglesia de Roma con ocasión de sus respectivas fiestas patronales u otros eventos particularmente importantes. Para un Pontífice recién elegido se ha convertido en una costumbre cargada de significado la de ir, poco después del inicio de su pontificado, al Fanar de Constantinopla para visitar al Patriarca ecuménico. Y ha sido un hermoso signo de amistad madura el hecho de que el Patriarca ecuménico Bartolomé I haya venido a Roma para la ceremonia de toma de posesión del Papa Francisco, gesto aún más apreciable porque se ha realizado por primera vez en la historia de las relaciones ecuménicas entre Roma y Constantinopla.

El diálogo de la caridad debe continuar y profundizarse, hoy y en el futuro, también porque a lo largo de la historia diferentes espiritualidades en Oriente y Occidente han causado un alejamiento progresivo entre las Iglesias y han contribuido en gran medida a la posterior ruptura. El cardenal Walter Kasper resumió este proceso afirmando de manera concisa e incisiva: "Los cristianos no se han alejado principalmente debido a sus disputas y sus diferentes formulaciones doctrinales, sino que se han alejado unos de otros por su diferente forma de vida".4 Este desarrollo se explica en gran medida por el hecho de que en el mundo cristiano occidental y oriental el Evangelio de Jesucristo se ha recibido de manera diferente desde el principio y se ha vivido y transmitido en diferentes tradiciones y formas culturales. A pesar de estas diferencias, el mundo cristiano del primer milenio en Oriente y Occidente vivía dentro de una única Iglesia. Sin embargo, los cristianos se fueron alejando progresivamente unos de otros y comenzaron a entenderse cada vez menos, tanto que, como ha señalado elocuentemente Yves Congar5 , podemos reconocer en este proceso de distanciamiento mutuo una de las principales causas del cisma que se produjo posteriormente.

A la luz de estos desarrollos históricos, debemos preguntarnos si realmente se puede hablar de división en la Iglesia entre Oriente y Occidente. La llamada "división" suele asociarse con el año 1054, cuando se pronunciaron las excomuniones entre Constantinopla y Roma. Sin embargo, esta es una fecha más simbólica que histórica, sobre todo porque no hubo un cisma en el verdadero sentido de la palabra entre Oriente y Occidente en la Iglesia, y no tuvo lugar ninguna condena formal mutua ni en 1054 ni en otra fecha. El teólogo ortodoxo Grigorius Larentzakis ha resumido acertadamente este importante hecho en la breve fórmula: «Ningún cisma, y sin embargo separados»6 . Por lo tanto, no se debería hablar de cisma, sino de creciente distanciamiento en la Iglesia entre Oriente y Occidente. Este alejamiento, que ha llevado a incomprensiones y polémicas a lo largo de la historia, solo se puede superar con paciencia y, sobre todo, con caridad, tratando de ir con sinceridad los unos al encuentro de los otros.

El diálogo de la caridad ha permitido redescubrir entre católicos y ortodoxos esa "fraternidad" que el Papa Juan Pablo II consideraba uno de los frutos más importantes del compromiso ecuménico7 . El diálogo de la caridad contribuye ante todo a la reconciliación entre las Iglesias, que se expresa concretamente en la petición de perdón por los pecados cometidos en el pasado. Esta petición de perdón es particularmente urgente en referencia a la cuarta cruzada de 1204, que, por razones comprensibles, sigue siendo una herida abierta para muchos cristianos ortodoxos. Esta cruzada se lanzó inicialmente con un objetivo positivo. Sin embargo, por razones políticas, Constantinopla fue tomada y saqueada por los marineros venecianos, a pesar de que el Papa Inocencio III había prohibido estrictamente la guerra contra los cristianos, una advertencia que, a la luz de la guerra en Ucrania, adquiere una renovada actualidad.

El diálogo de la verdad en busca de la fe común

Sin embargo, en los procesos históricos de alejamiento mutuo también han entrado en juego serias cuestiones teológicas. Por un lado, por tanto, el diálogo de la caridad exige el diálogo de la verdad, es decir, la seria elaboración teológica de las diferencias teológicas que siguen siendo fuente de división, con el fin de hacer posible la comunión eclesial y eucarística. Por otro lado, el diálogo de la caridad constituye la premisa y el hábitat en el que puede florecer el diálogo de la verdad. Los dos diálogos están inseparablemente unidos, como lo están la caridad y la verdad. Los diálogos ecuménicos conducen hacia el futuro solo si van acompañados por el amor a la verdad de la fe y no simplemente por intereses políticos eclesiales. El núcleo más profundo de todo esfuerzo ecuménico reside en el reconocimiento y la profundización de la fe apostólica, que se transmite y confía a cada nuevo miembro del Cuerpo de Cristo con el bautismo.

El inicio del diálogo teológico de la verdad se anunció con una declaración conjunta con motivo de la primera visita del Papa Juan Pablo II al Patriarca ecuménico Dimitrios I para la fiesta de San Andrés en Constantinopla en 1979 8 . El diálogo teológico puede partir de la constatación alentadora de que la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa tienen una amplia base común de convicciones de fe. Por este motivo, el diálogo ecuménico pudo concentrarse, en un primer momento, en la consolidación del fundamento común de la fe. Esta amplia base común se debe al hecho de que, entre todas las Iglesias y Comunidades eclesiales cristianas, católicas y ortodoxas son las más cercanas entre sí. De hecho, han conservado la misma antigua estructura eclesial, es decir, la estructura de fondo sacramental-eucarística y episcopal de la Iglesia, en el sentido de que en ambas Iglesias la unidad en la Eucaristía y el ministerio episcopal son vistos como constitutivos del ser Iglesia.

En este contexto, la Iglesia católica, ya con el Concilio Vaticano II, ha expresado un aprecio particular por las Iglesias de Oriente, considerándolas parte de una comunión fundamental "entre Iglesias locales como Iglesias hermanas"9 , porque prevén el ministerio episcopal en la sucesión apostólica y todos los sacramentos válidos, incluida en particular la Eucaristía, disponiendo así de todos los elementos eclesiales esenciales, que las constituyen como Iglesias particulares. Y reconociendo que las Iglesias de Oriente "aunque separadas tienen verdaderos sacramentos", la Iglesia católica considera también que "una cierta ‘communicatio in sacris’, presentándose circunstancias oportunas y con la aprobación de la autoridad eclesiástica, no sólo es posible, sino también aconsejable"10.

Eclesiología eucarística: convergencias y divergencias

La cuestión crucial que debe discutirse más a fondo en el diálogo ecuménico para restablecer la comunión eclesial es la diferente comprensión del ministerio del Obispo de Roma. Pero también para esta cuestión se puede partir de una base común. De hecho, incluso la ortodoxia considera que la Iglesia del Obispo de Roma ocupa el primer lugar en la taxis de las distintas sedes, como ya había establecido el Concilio de Nicea. Sin embargo, mientras que la ortodoxia reconocería al Papa como "primero entre iguales" si se restableciera la unidad, la fórmula fundamental desde el punto de vista católico va más allá, afirmando: "el Papa es primero y también tiene funciones y tareas específicas"11 .

Si observamos esta diferencia más de cerca, nos damos cuenta de que detrás de la cuestión del ministerio petrino también hay una diferencia en la eclesiología, ya que en la estructura fundamental de la Iglesia antigua que los ortodoxos y los católicos han preservado la cuestión del ministerio del Papa representa ese elemento que todavía se percibe como controvertido. Sin embargo, también y sobre todo en la cuestión eclesiológica podemos encontrar un fundamento ampliamente común, más precisamente en el desarrollo ulterior de una eclesiología eucarística, que fue promovida principalmente por los teólogos rusos en el exilio en París después de la Primera Guerra Mundial y revitalizada por la Iglesia católica con el Concilio Vaticano II.

En la teología católica esto se demuestra por el hecho de que, en contraste con una eclesiología universalista unilateral difundida en el pasado, el Concilio ha redescubierto las "Iglesias" en plural, revalorizando desde el punto de vista teológico las Iglesias locales, cada una de las cuales es plenamente Iglesia, aunque no sea la totalidad de la Iglesia: "Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en las legítimas comunidades locales de fieles, las cuales, unidas a sus pastores, son también llamadas Iglesias en el Nuevo Testamento".12 La Iglesia católica vive, por tanto, en la interrelación entre la pluralidad de las Iglesias locales y la unidad de la Iglesia universal.

En la interpretación católica, la dimensión universal no está en contraposición con la eclesiología eucarística. De hecho, la Iglesia católica entiende la primacía del Obispo de Roma ni exclusiva ni primariamente como un elemento jurídico y meramente externo a la eclesiología eucarística, sino más bien como una realidad enraizada en ella. La unidad de la Iglesia reside profundamente en el hecho de que vive de la única Eucaristía. También la primacía del Obispo de Roma debe entenderse en referencia a esa red de comunidades eucarísticas que es la Iglesia, como ha observado de manera elocuente monseñor Bruno Forte: "La primacía en la Eucaristía"13 . Por lo tanto, la misión del Obispo de Roma, que, según las palabras de san Ignacio de Antioquía, tiene la “primacía en la caridad”, es la de unir en la Eucaristía a todas las Iglesias locales presentes en el mundo en la única Iglesia universal. La primacía del Obispo de Roma es una primacía de caridad, que apunta a esa unidad de la Iglesia que permite y preserva la comunión eucarística e impide, de manera creíble y eficaz, que un altar se levante contra otro altar.

Por el contrario, la eclesiología eucarística en el mundo ortodoxo está vinculada a una eclesiología de la Iglesia local muy fuerte. Por Iglesia se entiende la comunidad de fe que, reunida en torno a su obispo, celebra con él la Eucaristía. Por eso toda comunidad eucarística es plenamente Iglesia. Aunque la unidad horizontal de las Iglesias locales entre sí representa plenitud y belleza, en última instancia no es constitutiva de la Iglesia. Lo mismo ocurre a nivel regional, donde, según el principio de autonomía y autocefalia, las Iglesias son independientes; y como están estrechamente vinculadas a su respectiva nación, existen como Iglesias nacionales. Esta es sin duda su fuerza, porque están inculturadas en las sociedades en las que viven los creyentes.

Sin embargo, el riesgo que corren las Iglesias nacionales es el de estar sujetas no pocas veces a fuertes tendencias nacionalistas. Estas tendencias se deben también al hecho de que la ortodoxia -también a diferencia de la Iglesia católica- no reconoce una separación entre Iglesia y Estado, sino que ve entre ellas una "sinfonía". De ello se deduce que la dimensión universal de la Iglesia pasa a un segundo plano. Sin embargo, si no se valora, es difícil llegar a un concepto común de ministerio de unidad también a nivel universal.

Reconciliación ecuménica entre sinodalidad y primado

Esto plantea la importante cuestión de cómo se puede lograr una mayor convergencia teológica en la interpretación del concepto de Iglesia entre católicos y ortodoxos. No hace falta decir que no puede tratarse de un compromiso basado en el mínimo común denominador. Más bien, los puntos fuertes de ambas comunidades eclesiales deben dialogar entre sí. En este sentido, el grupo de trabajo ortodoxo-católico San Ireneo, en su documento de estudio titulado "Al servicio de la comunidad", ha proporcionado la siguiente orientación: "En particular, las Iglesias deben esforzarse por lograr un mejor equilibrio entre sinodalidad y primacía en todos los niveles de la vida eclesial, a través de un fortalecimiento de las estructuras sinodales en la Iglesia católica y a través de la aceptación por parte de la Iglesia ortodoxa de una cierta primacía dentro de la comunión mundial de las Iglesias".14 Por lo tanto, para poder progresar en esta dirección en el diálogo ecuménico es necesaria la disponibilidad a aprender por parte de ambas Iglesias.

Por un lado, la Iglesia católica debe admitir que aún no ha desarrollado, en su vida y en sus estructuras eclesiales, ese grado de sinodalidad que sería teológicamente posible y necesario, y que la valorización y el fortalecimiento de la sinodalidad constituye también una importante contribución al reconocimiento ecuménico de la primacía del Obispo de Roma. En este sentido, el Papa Francisco está convencido de que los esfuerzos teológicos y pastorales emprendidos para edificar una Iglesia sinodal también tienen un fuerte impacto en el ecumenismo y que, en particular, la cuestión del primado petrino se puede aclarar más adecuadamente dentro de una Iglesia sinodal: «El Papa no está, por sí solo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como Bautizado entre los bautizados y dentro del Colegio episcopal como Obispo entre los obispos, llamado al mismo tiempo -como Sucesor del apóstol Pedro- a guiar a la Iglesia de Roma que preside en el amor a todas las Iglesias».15

Por otro lado, esperamos que la Iglesia ortodoxa esté dispuesta a repensar el principio de autocefalia para permitir una mayor apertura a la dimensión universal de la Iglesia y, en consecuencia, poder reconocer la necesidad teológica de una primacía también a nivel universal. En este sentido, sobre todo el teólogo y metropolita ortodoxo John D. Zizioulas ha subrayado en varias ocasiones que un ministerio de unidad a nivel universal de la Iglesia no es de ninguna manera contrario a una eclesiología eucarística, sino que es compatible con ella.

La Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa ha apostado también por un mejor equilibrio entre sinodalidad y primacía. En particular, durante la Asamblea Plenaria de Rávena de 2007, la Comisión adoptó un importante documento, en el que se afirma que sinodalidad y primacía son interdependientes y que esta correlación se realiza a todos los niveles de la Iglesia, local, regional y universal. El hecho de que católicos y ortodoxos hayan podido declarar juntos por primera vez que la Iglesia necesita un Protos también a nivel universal representa sin duda un hito en el camino ecuménico. Mientras tanto, la Comisión ha ampliado y profundizado esta visión fundamental con otros dos documentos sobre sinodalidad y primacía en el primer milenio (en Chieti en 2016) y sobre sinodalidad y primacía en el segundo milenio y hoy (en Alejandría en 2023).

Estos esfuerzos ecuménicos tienen como objetivo restablecer la comunión eclesial para que la Iglesia ortodoxa y la Iglesia católica no sigan viviendo como dos Iglesias separadas, sino que vivan como una sola Iglesia en Oriente y Occidente, reflejando así la unidad del Cuerpo de Cristo. Pero el ser Cuerpo de la Iglesia tiende a ir más allá de sí mismo, hacia la comunión vinculante en el Cuerpo eucarístico del Señor, por lo que la unidad restaurada de la Iglesia tendrá como resultado la recomposición de la comunión eucarística.

El patriarca ecuménico Atenágoras expresó esta visión con palabras incisivas ya en 1968: "Ha llegado la hora del coraje cristiano. Nos amamos los unos a los otros; profesamos la misma fe común; caminamos juntos hacia la gloria del sagrado Altar común, para hacer la voluntad del Señor, para que la Iglesia resplandezca, el mundo crea y la paz de Dios venga sobre todos ”.16 En esta visión se realiza el sentido profundo de ese beso fraternal que se dio en Jerusalén hace sesenta años y que aún hoy une a católicos y ortodoxos en un compromiso común.

Notas

1 Francisco, Mensaje al Patriarca Bartolomé con motivo de la fiesta de SanAndrés el 30 de noviembre de 2023

2 Déclaration commune du pape Paul VI et du patriarche Athenagoras esprimant leur décision d´enlever de la mémoire et du milieu de l´Eglise les sentences d´excommunication de l´année 1054, dans: Tomos Agapis. Vatican-Phanar (1958-1970) (Roma – Estambul 1971), N. 127.

3 J. Kardinal Ratzinger, Rom und die Kirchen des Ostens nach der Aufhebung der Exkommunikationen von 1054, en: Ders., Theologische Prinzipienlehre. Bausteine zur Fundamentaltheologie (München 1982) 214-230, zit. 229

4 W. Kardinal Kasper, Wege der Einheit. Perspektiven für die Ökumene (Freiburg i. Br. 2005) 208.

5 Vgl. Y. Congar, Zerstrittene Christenheit. Wo trennten sich Ost und West (Wien 1959).

6 G. Larentzakis, Kein Schisma, trotzdem getrennt, en: Die Tagespost vom 27. Jun 2021.

7 Juan Pablo II, Ut unum sint, n. 41-42.

8 La Declaración, redactada en griego y en francés, se publicó en L’Osservatore Romano del 1 de diciembre de 1979.

9 Cfr. Unitatis redintegratio, n .º 14.

10 Unitatis redintegratio, Nr. 15.

11 Benedicto XVI, Luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald (Ciudad del Vaticano, 2010) 132.

12 Lumen gentium, n .º 26.

13 B. Forte, La primacía en la Eucaristía. Consideraciones ecuménicas en torno al ministerio petrino en la Iglesia, en: Asprenas 23 (1976) 391-410.

14 Im Dienst an der Gemeinschaft. Das Verhältnis von Primat und Synodalität neu denken. Eine Studie des Gemeinsamen orthodox-katholischen Arbeitskreises St. Irenäus (Paderborn 2018) 94.

15 Francisco, Discurso para la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, el 17 de octubre de 2015.

16 Télégramme du patriarche Athénagoras au pape Paul VI, à l 'occasion de l' anniversaire de la levée des anathèmes le 7 décembre 1969, en: Tomos Agapis. Vatican-Phanar (1958-1970) (Roma – Estambul 1971) Nr. 277.

Kurt Cardenal Koch