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En Enero
La catedral de Monza alberga el esplendor lombardo

Tras las joyas de Teodolinda

 Dietro i gioielli di Teodolinda  DCM-001
05 enero 2024

Un peine de marfil, un abanico de pergamino morado, coronas con piedras preciosas, cruces de oro, relicarios, esculturas... Y la corona de Teodolinda. Esto y mucho más se puede admirar en el Tesoro de la catedral de Monza. El templo, que se levantó sobre el complejo original de San Juan Bautista, fue construido por orden de la Reina de los Lombardos a partir de la capilla personal anexa a su palacio entre finales del siglo VI y principios del VII. Teodolinda, que murió en Monza el 22 de enero de 627, nació en Baviera hacia el año 570 y era de origen lombardo por parte de madre. Su padre era bávaro. En virtud de una política matrimonial subordinada a las necesidades de la guerra, fue entregada en matrimonio a Autari, rey de los lombardos, que había sido elegido por los demás duques que llegaban desde Hungría a Italia con sus tribus (los “fare”), para dar estabilidad a los dominios.

Lejos de ser una simple moneda de cambio, Teodolinda supo ganar sus espacios de autonomía. Tras quedar viuda después de un año, pudo participar en la elección de un sucesor, aunque esa prerrogativa pertenecía a la aristocracia guerrera. Su preferencia fue para el Conde de Turín, Agilulfo. A la hora de elegir la fe de su hijo, el heredero al trono Adaloaldo, quiso que fuera bautizado según el rito católico, aunque los lombardos eran en su mayoría paganos o arrianos. La ceremonia, celebrada en Monza en el año 603, marcó un momento simbólicamente importante en la historia política y social de Italia ya que favoreció la integración entre la población local y la nueva élite gobernante, si bien la conversión real de esas personas no se produjo de un día para otro.

No hay muchas noticias sobre Teodolinda. Paolo Diacono, autor de una historia de los lombardos escrita doscientos años después de los hechos, cuenta algo que se centra en sus dos matrimonios y en la donación de Monza. Sabemos algo gracias al importante intercambio epistolar entre la reina y el Papa Gregorio Magno. En las tres cartas enviadas a Teodolinda, Gregorio expresó gratitud y amistad hacia quienes, como ella, trabajaron por la paz en una Italia arruinada por las guerras, la destrucción y la inseguridad general hacia el fin del Imperio Romano de Occidente.

Son pocos los documentos, aunque sí muchos los objetos y obras de arte atribuibles a Teodolinda, así como historias, tradiciones y en algunos casos leyendas. En Monza, elegida por su proximidad a Milán y por la salubridad del lugar como sede de verano de los reyes lombardos, el Museo del Tesoro alberga objetos de uso personal con una fuerte carga simbólica y otros votivos, fruto de diálogo a distancia con Gregorio Magno. La primera categoría incluye un peine de marfil y plata decorado con gemas e hilos de oro procedente de la tumba de la reina y el abanico de pergamino que en los laterales celebra con versos escritos en oro la belleza de la mujer que lo portaba.

A la segunda categoría pertenecen la gallina con los polluelos y las coronas presentes en la basílica. Al grupo escultórico de la gallina se le han atribuido diversos significados, como que alude al paso de la vida a la muerte; al papel de liderazgo de la Iglesia de Roma; o al deseo de fertilidad de parte del pueblo para Teodolinda. Son cinco las coronas de Teodolinda y su familia. La de Teodolinda es de oro, gemas y nácar. La más significativa de todas desde el punto de vista devocional y político, es la corona férrea que, según la tradición, lleva engarzado entre esmaltes, oro y joyas, un clavo extraído de la Cruz de Cristo procedente de la diadema del emperador Constantino y que pasó después a los reyes lombardos.

El mayor conjunto de objetos conservados en el Museo del Tesoro tiene carácter devocional. Lo componen desde cruces procesionales, pasando por el evangeliario, hasta los paramentos litúrgicos de seda y los relicarios. Destacan las ampollas de Tierra Santa que contienen el aceite de las lámparas del Santo Sepulcro de Jerusalén. Algunas representan la cúpula y el edículo colocado para proteger la tumba de Cristo. Eran un regalo de Gregorio Magno a Teodolinda traídas desde Palestina por el abad Probo como recuerdo de su peregrinación (signa peregrinorum). Entre los méritos de la soberana lombarda está el de haber intentado dar estabilidad a su reino, apoyando la herencia del título real. A la muerte de Agilulfo, Teodolinda ejerció las funciones de regente en nombre de su hijo Adaloaldo, quien acabó siendo víctima de una conspiración. Teodolinda murió un año después, en el 627.

En Monza se recuerda vivamente a quienes confirieron prestigio a la ciudad. Así, en torno a Teodolinda, cuyo cuerpo se trasladó a la capilla de la catedral, se cultivó un culto popular que alcanzó su apogeo durante el siglo XV. En el lugar que también alberga la corona férrea, los hermanos Zavattari, una familia de pintores con taller en Milán, pintaron al fresco las Historias de la Reina. En un estilo con la riqueza típica del gótico tardío, los acontecimientos más emblemáticos de la historia y la leyenda de Teodolinda aparecen representados de manera idealizada en la Lombardía de la época. La tímida luz de la Edad Media da paso al esplendor del primer Renacimiento.

de Giuseppe Perta
Docente de Historia Medieval, Universidad Suor Orsola Benincasa de Nápoles