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Reportaje
Fetti en Mantua: los lugares de la monja pintora de la corte

Tras las huellas de Lucrina

 Sulle tracce di Lucrina  DCM-001
05 enero 2024

Vivo en una Roma pavimentada con adoquines, pero son los adoquines de Mantua los que me devuelven a mis raíces. “Por eso, una siempre corre el riesgo de caerse”, pienso mientras llego a la iglesia medieval de San Martino siguiendo el rastro de la hermana Lucrina Fetti, la pintora romana del siglo XVII. Como la iglesia está cerrada, voy a Piazza Sordello, la gran plaza de Mantua dedicada al poeta mantuano del siglo XIII Sordello da Goito. Allí entro en el Palacio Ducal, el palacio de los Gonzaga, señores de la ciudad de Virgilio durante siglos y protagonistas de la historia italiana y europea. En este palacio también se conservan algunos de sus retratos.

Siendo mujer, y por lo tanto también excluida de las academias y de la autodeterminación, fue al llegar a Mantua (en 1614) e ingresar como religiosa del prestigioso convento de Sant'Orsola, cuando Lucrina renació a una vida nueva. Gracias a sus pinturas se convirtió en una de las personalidades más significativas del convento y la más ilustre de la historia del arte italiano del siglo XVII. En un mundo que ponía trabas a la educación de las mujeres, Lucrina fue una excepción. Fue una mujer de un talento excepcional cuya vida “refleja la posibilidad de que una monja en la Italia del siglo XVII pudiera llevar a cabo actividades sociales y artísticas influyentes desde el interior del claustro”, afirma Cynthia A. Gladen en el volumen “Los monasterios femeninos como centros de cultura entre el Renacimiento y el Barroco”, editado por Gianna Pomata y Gabriella Zarri, Edizioni di Storia e Letteratura.

En el Palacio Ducal hay varios retratos de Fetti, casi todos en honor a las mujeres de la casa Gonzaga que la artista había visto crecer dentro del convento. Una de ellas es la princesa Eleonora Gonzaga, retratada con motivo de su matrimonio con el emperador Fernando de Habsburgo en 1622, como resultado del cual se convirtió en emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, archiduquesa de Austria, reina de Hungría y Bohemia. Es el único retrato firmado y fechado de Lucrina. Inmediatamente me enamoro de las telas de color rosa antiguo que caen abundantemente de la mesa y de la nube burdeos que Lucrina coloca en un rincón del techo. En el centro Eleonora se alza como desde un escenario envuelta en su majestuoso vestido de brocado con hilos dorados y adornos de encaje.

El colgante con el monograma de los Habsburgo descansa sobre el corsé, discreto y poderoso como una joya antigua. La corona imperial que está sobre la mesa, pero fuera del marco principal, emerge lentamente de la oscuridad como la carta nupcial dirigida a la Santísima Majestad de la Emperatriz Gonzaga. Sin embargo, la postura, la mano apoyada en el pecho, el dedo meñique levantado para dar movimiento y, sobre todo, la expresión muy realista del rostro de Eleonora, me remiten a todo lo que hay más allá del lienzo, al mundo de Sant'Orsola, el convento fundado en el siglo XVII por Margarita Gonzaga y que era una corte paralela a la ducal. Por allí pasaron todas las mujeres nobles de la época y las retratadas forman una galería que son la expresión, la culminación y quizás la celebración del método Sant'Orsola y, en consecuencia, de las ambiciones políticas de los Gonzaga. En sus rostros hay muy poco maquillaje combinado con gracia, sabiduría y buen vivir.

Como mantuana, he entrado muchas veces en el Palacio Ducal, pero ahora reconozco a Lucrina y pienso en Margarita Gonzaga, que fue esposa del duque de Ferrara Alfonso de Este y que ya viuda regresó a Mantua para fundar el convento. No existiría el uno sin la otra.

Y aquí entramos en el corazón palpitante del sistema Sant'Orsola que nació del encuentro entre estas dos mujeres de gran temperamento. Entramos por otro retrato realizado por Lucrina y que plasma a la duquesa Margarita. En cuanto a colores y gravedad, el vestido es muy parecido al de Eleonora, su tía paterna, pero aquí prácticamente no hay fondo. La figura de Margarita en primer plano es tan imponente como el cuerpo de una soberana. Ese vestido, según el historiador del siglo XIX Giovanni Battista Intra, tiene “una forma extraña, que tiene algo de claustro y principesco”, parece un oxímoron y lo es: hay algo a la vez principesco y monástico en Margarita porque es tanto una noble Gonzaga como una abadesa. Y Lucrina Fetti lo reivindica celebrando con este retrato los dos mundos que Sant'Orsola representa y fusiona, es decir, la prestigiosa corte, por un lado, y el refugio monástico por el otro. El vestido es regio para recordar la magnificencia de este monasterio tan especial que es como una extensión espiritual de la corte de Gonzaga al mismo tiempo que es de clausura, porque la mujer retratada también es monja. El retrato también tiene valor histórico. Cynthia A. Gladen destaca que “contiene tres temas centrales en la historia de Sant'Orsola vista por la fundadora Margarita Gonzaga: la devoción religiosa, el esplendor de la corte y la celebración de ambos a través del mecenazgo artístico”. Un manifiesto.

Pero, ¿cómo se unen las vidas de la monja Lucrina y la noble Margarita que vive en un convento, aunque nunca ha hecho votos formales? A través de sus hermanos Domenico Fetti y Ferdinando Gonzaga que se conocieron en Roma. Ferdinando, que es cardenal y ha renunciado a la púrpura para regresar a Mantua como duque, nombra a Domenico pintor de la corte. En Roma conoció el talento de Giustina (que era el nombre de bautizo de Lucrina) y, sabiendo que su hermana buscaba un pintor, pensó en proponérsela a Margarita.

Porque Margarita quería transformar el convento donde se retiró tras la muerte de su marido. Quería hacer del monasterio un centro cultural y de formación. Por eso, para el majestuoso edificio que construyó necesitaba un excelente artista. Y así Domenico Fetti se convirtió en el punto de referencia artístico de la corte de Fernando, y Giustina-Lucrina en el de la corte del convento de Sant'Orsola. La alianza entre hermanos y hermanas animó el panorama de la nobleza mantuana que se divertía entre fiestas y arte. Domenico se marchó de la corte pasado un tiempo. Mientras tanto, la asociación entre Margarita y Lucrina se fortaleció para dar lugar a una de las “escuelas de la vida” más famosas de Europa. De aquellos tiempos gloriosos solo sobrevive hoy la iglesia de San'Orsola, construida en 1608 por el arquitecto Gonzaga Antonio Maria Viani, de la que da testimonio el cuadro oficial de la entrega del proyecto a Margarita Gonzaga realizado por Lucrina Fetti.

Vuelvo de nuevo a la iglesia de San Martino para ver de cerca las pinturas religiosas de sor Lucrina que se encuentran repartidas por toda la ciudad puesto que el convento de Sant'Orsola ya no existe. Se está celebrando un rito ortodoxo y me siento incómoda moviéndome por la iglesia. En el centro de la nave encuentro la copia de su Magdalena penitente en la que colaboró​​Domenico Fetti. Además de la Magdalena hay una copia de Santa Bárbara. Me llama la atención su rostro lleno del optimismo de la juventud. Encuentro en él trazos de su pincel de retratista. Los expertos sostienen que los pliegues de las cortinas y los ricos detalles de las telas enfatizan el cuerpo con un estilo que recuerda al de su hermano Domenico. “¿Y si fuera al contrario?”, me digo a mí misma.

Lo cierto es que la grandeza y modernidad de esta artista reside en su propio recorrido. En plena Contrarreforma, el convento de Sant'Orsola bajo su dirección se convirtió en un importante centro de la vida artística. Fue esta exitosa religiosa y artista la que con sus ganancias logró sacar al convento de la crisis en la que había caído tras la muerte de la duquesa Margarita Gonzaga.

Mientras vuelvo a casa pienso que todo el tiempo yo, una mantuana que vive en Roma, me he movido por mi ciudad como si fuera una romana que vivía en Mantua. Me he sentido verdaderamente mantuana en Mantua cuando he pisado el barrio de Pradella, donde estaba el convento de Sant'Orsola.

De Pradella hoy no queda nada, solo un pequeño claustro y la iglesia. Allí donde Lucrina rezó, pintó, estudió y enseñó, a pocos pasos de la casa donde crecí, encuentro la síntesis de lo que siempre me devolverá a ella y a su mundo: la afirmación femenina a través de la cultura y la propia determinación.

de Elena Martelli
Periodista y escritora

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