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MUJERES IGLESIA MUNDO

En el terreno
Análisis de las pinturas de Gentileschi con Alexandra Lapierre

La fe de Artemisia

 Il rumore  di Artemisia  DCM-001
05 enero 2024

La Galería Spada de Roma conserva numerosas obras maestras, entre ellas, la espléndida “La Virgen con el Niño” de Artemisia Gentileschi. El pequeño Jesús, casi dorado por sus cabellos rubios, acaricia con la mano izquierda a la Madre que acaba de dejar de amamantarlo. El dulce color rosa del vestido de la Virgen hace que la composición sea monumental al tiempo que muy dulce. Alexandra Lapierre, escritora e historiadora, conoce esa obra maestra al detalle. Dedicó cinco años de su vida estudiar e investigar archivos para escribir “Artemisia”, publicada en 1998 por Robert Laffont (editada en Italia por Mondadori), una biografía que hoy se considera no solo un gran clásico, sino también el punto de referencia para cualquiera que quiera saber prácticamente todo sobre la gran y atormentada pintora nacida en Roma en 1593 y muerta en Nápoles en 1653. Artemisia fue primera mujer artista admitida en la prestigiosa Accademia del Disegno de Florencia en 1616.

Se trata del lienzo que refleja la relación de la pintora con lo sagrado: “Esta Virgen espléndida tiene una doble identidad. Es una madre que sostiene a su hijo en brazos en una actitud llena de amor. Pero al mismo tiempo ya sabe que es hijo de Dios, es plenamente consciente de ello. El gesto del Niño Jesús lo explica todo: no es solo el afecto del hijo hacia su madre sino también un consuelo para el dolor futuro que espera a la Virgen, destinada a verlo morir para la salvación de la humanidad”.

Para Lapierre, explicar la relación entre Artemisia y lo sagrado debe partir del famoso proceso por la violación que sufrió por parte de Agostino Tassi en 1612: “Artemisia, después de ese acto violento, siguió frecuentando a su violador porque había prometido casarse con ella, aunque en realidad ya tenía esposa. A sus ojos, esa promesa era en todos los sentidos un acto sacramental. Estaba convencida de que ya estaba casada con él, como ocurre con el sacramento, contrato que involucra a los dos cónyuges y del que el sacerdote es solo testigo. Después se descubrió la mentira y el juicio que provocó un escándalo en toda Roma. A ello se añadió el sufrimiento físico. Porque durante el juicio Artemisia fue brutalmente torturada, a pesar de ser la parte perjudicada, para que dijera la verdad. En su producción artística es evidente esa relación con el sufrimiento que nos acerca a Dios y a lo sagrado”.

En la Galería Spada también se expone la magnífica Santa Cecilia. Aparece tocando el laúd, ataviada con un precioso vestido amarillo dorado sobre una túnica blanca y con la mirada dirigida al cielo. Lapierre explica: “En este cuadro hay una evidente relación de la autora con lo sagrado. Aquí Artemisia nos habla del vínculo interior de la santa con la música y con Dios, por tanto, la encarnación misma de la creatividad femenina representada por el mundo de la melodía y que se extiende a todas las artes. Es la idea de creatividad que en ese momento recorre todo el arte barroco encaminado a glorificar al Todopoderoso. Artemisia nos ofrece una magnífica imagen femenina, una belleza tangible, que nos remite inmediatamente a otra belleza, la espiritual, en diálogo con el Cielo”.

El doble registro que Lapierre observa en la poética de Artemisia (un capítulo de la verdad humana con la mirada dirigida hacia lo alto) también aparece claro en las dos versiones de Judith decapitando a Holofernes (Museo Capodimonte de Nápoles y Uffizi de Florencia): “La artista se identificaba claramente con el gesto que “debe” hacer, según el relato bíblico. Aquí nos encontramos frente a una representación completamente nueva de las mujeres. En aquella época, los hombres tenían una relación cotidiana con la violencia y la sangre: la vida militar, los duelos, la dureza de la vida. Para las mujeres todo esto no existía. En cambio, aquí Judith es fuerte, se muestra segura de decapitar a Holofernes y la visión de la sangre no la asusta”. Lapierre explica que es necesaria hacer una aclaración: “Es imposible no pensar en la obra de Caravaggio, que Artemisia evidentemente conocía. Sin embargo, la Judith de Caravaggio mata a Holofernes a distancia. Artemisia opta por una implicación física total de la protagonista: ella está por encima de la víctima. La sirviente Abra también tiene un papel activo en la acción manteniendo inmóvil al hombre. En otras representaciones la mujer no aparece. Lo sagrado se expresa en lo que Judith “debe” hacer para salvar a su pueblo de la dominación extranjera”. Y aquí sería interesante abrir un debate sobre el vínculo entre una escena tan sangrienta (la primera versión de la obra es inmediatamente después del juicio) y la violación que acaba de sufrir Artemisia.

Dejemos ahora de lado la sangre de Holofernes y fijémonos en otra escena que nos devuelve al tema de lo sagrado, la Conversión de la Magdalena, expuesta en el Palacio Pitti de Florencia: “Aquí volvemos una vez más al doble registro de Artemisia, es decir, una historia humana que es también una historia que nos lleva a Dios. Magdalena es bella, elegante y refinada, se ve que es una mujer admirada y deseada. Pero algo extraordinario sucede en ella. Con la mano izquierda deja a un lado el espejo, símbolo de la vanidad terrenal, y mira hacia otro lado, con la mano derecha apoyada sobre el corazón. Aquí lo sagrado domina todo, es una conversión, es la historia de una mujer que cambia su vida gracias a su encuentro con Dios”.

Una pregunta hacemos a Lapierre: “¿Pero fueron claros estos mensajes para las jerarquías eclesiásticas? ¿No fue un problema la descripción de tanta belleza física femenina?”. “Yo diría que no. Si hubiera habido malentendidos desde este punto de vista, Artemisia no habría podido trabajar para tantos clientes vinculados a la Iglesia. Tampoco podría haber colocado sus obras, como ocurrió en Nápoles, en la catedral de Pozzuoli, o a San Gennaro en el anfiteatro de Pozzuoli”.

Respecto a su condición de artista femenina, llama mucho la atención la forma en que Artemisia propone la escena de Cristo con la samaritana junto al pozo. Ella acaba de saciar su sed y los dos están sentados al mismo nivel, casi en una conversación igualitaria: “Siempre hay un encuentro real entre dos personajes, como ocurre en el relato del Evangelio. Habla con Cristo sin saber que es el hijo de Dios, algo que descubrirá más tarde. Precisamente por eso es un cuadro que destila espiritualidad, especialmente de la figura de Jesús”.

“Entonces, Lapierre, ¿podemos decir que Artemisia, con su producción y con sus bellas y atractivas figuras femeninas, nos habla siempre de Dios, de la relación con lo sagrado?”, preguntamos.

“Probablemente sí. Artemisia siempre sitúa a una mujer en el centro de sus obras, pensemos, por ejemplo, en la grandeza de la Anunciación conservada en Capodimonte. Aparte de San Gennaro de Pozzuoli, no se me ocurre ninguna de sus obras en las que no aparezca un elemento femenino. Siempre son figuras humanas encarnadas en una dimensión espiritual muy fuerte. Lo mismo sucedió con Caravaggio que pintó a los humildes para hablar de Dios. Y así era la obra de Artemisia, de la que emana una profunda fe a través de las mujeres de las que nos habla”.

de Paolo Conti
Periodista «Corriere della Sera»

Escritora que investiga en el terreno

Alexandra Lapierre es autora de biografías y novelas centradas en grandes personajes olvidados de la historia, especialmente mujeres. Francesa, hija del escritor y filántropo Dominique Lapierre, le apasiona Italia y el arte barroco. Dedicó cinco años de trabajo a Artemisia. Es una escritora que sigue a sus personajes en el terreno absorbiendo los ruidos, colores y olores que marcan sus vivencias. Todos sus libros son el resultado de un extenso trabajo casi detectivesco, investigación bibliográfica e inmersión total en archivos de todo el mundo.

Sus otras obras incluyen La vida extraordinaria de William Petty; Fanny Stevenson; La Cortesana; Serás la reina del mundo; La ausente; En el amor y en la guerra; Belle Greene.