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Desmasculinizar la Iglesia: la experiencia con jóvenes seminaris

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05 enero 2024

“Si no podemos entender qué es una mujer ni cuál es la teología de una mujer, nunca entenderemos qué es la Iglesia. Uno de los grandes pecados que hemos tenido es el de ‘masculinizar’ la Iglesia", afirmaba el Papa Francisco durante el último encuentro con la Comisión Teológica Internacional. Exhortaba a “desmasculizar la Iglesia”.

Desde hace algunos años participo en cursos dentro de los seminarios, no solo en calidad de profesora de Filosofía del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum y de la Facultad de Teología Teresianum de Roma. Mi experiencia me lleva a decir que lo que pide Francisco es posible si los sacerdotes transforman su relación con las mujeres y, en consecuencia, aprenden a concebir el sacerdocio como un don, no como un poder.


Solo si son educados para dejarse enriquecer y completar por la feminidad encarnada y concreta podrán superar la tentación de dominar, poseer o masculinizar a la Iglesia. Conozco a muchos jóvenes y creo que de ellos puede partir el cambio necesario. Me viene a la mente una carta que recibí hace unos años de un sacerdote amigo que me confesaba: “Tú me enseñaste lo que es una mujer y esto me hizo comprender cómo ser hombre y lo que significa el amor. Y solo ahora me siento preparado para dar mi vida por la Iglesia”.

Había caminado con este joven durante varios años, cuando aún era seminarista. Al entrar en el seminario había dejado atrás algunas aventuras sentimentales con mujeres. Desafortunadamente, no fueron siempre historias felices. Me contaba que, al haberse sentido usado por muchas mujeres, decidió comenzar a usarlas. “No me resultaba agradable, pero había que sobrevivir de alguna manera”. Ingresó al seminario después de una experiencia muy fuerte de encuentro con Cristo y con la firme decisión de vivir de una manera completamente distinta.

Y así fue. En los años siguientes se reveló como un hombre honesto, firme en su amor a Dios y en su elección de una vida célibe. Pero le acompañaba una sospecha: ¿Era realmente posible tener una relación con las mujeres que no fuera distorsionada? Quizá no para él.

El encuentro y la amistad conmigo lo llevaron a tener una experiencia de feminidad completamente nueva. No impositiva ni contradictoria. A medida que se fue convenciendo de que estaba en terreno seguro, de diálogo y respeto, bajó las defensas y se quitó las máscaras. Descubrió que un encuentro igualitario y un afecto sincero unían en lugar de generar brechas. Descubrió que la belleza de una mujer era una fortaleza, no un obstáculo.

Experimentar esta relación lo llevó a mirar su masculinidad con nuevos ojos. Ya no había un Don Juan dispuesto a seducir, sino un hombre capaz de buscar desinteresadamente el bien de los demás, salvaguardándolo. Descubrió la dinámica del amor, que es la del don y la gratuidad. Y esto le permitió entrar en el misterio del amor de Cristo hacia su Iglesia. En su virilidad transfigurada floreció un amor esponsal hacia la Iglesia, que comprendía todos los aspectos de su naturaleza como hombre.  

de Marta Rodríguez