· Ciudad del Vaticano ·

En el santuario mariano de Luján en Argentina el cardenal Fernando Vérgez Alzaga beatificó a Eduardo Francisco Pironio

Misionero con la sonrisa en los labios

 Misionero con la sonrisa en los labios  SPA-051
22 diciembre 2023

Ha sido misionero con la palabra y con el ejemplo, un anunciador del Evangelio con todo su ser; es más, «ha hecho de la misión su objetivo cotidiano». Así, el cardenal Fernando Vérgez Alzaga recordó la figura de Eduardo Francisco Pironio —del que fue durante mucho tiempo secretario particular— al presidir el rito de beatificación, en representación del Papa Francisco, el sábado 16 de diciembre, en la explanada del santuario mariano de Luján, en Argentina.

Reproponiendo el testimonio del purpurado argentino como «ejemplo vivo de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia y al magisterio del Papa», el presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano recordó que él evitaba todo personalismo, comunicando siempre la verdad del Evangelio y la integridad de la tradición. Su vida espiritual se ha nutrido de la piedad eucarística, de una gran devoción mariana y de la veneración de los santos. Vérgez Alzaga citó, a este respecto, la carta apostólica del Papa con motivo de la beatificación de Pironio, descrita como «humilde pastor según el espíritu del Concilio Vaticano ii , testigo de esperanza y paciencia evangélicas, firme defensor de la causa de sus hermanos más pobres».

Estas palabras, subrayó el celebrante, resumen las vicisitudes humanas del nuevo beato, que «supo vivir siguiendo a Cristo en cualquier situación en la que se encontrara, comenzando cuando, siendo joven sacerdote, prestó servicio pastoral en el seminario de la diócesis de Mercedes —hoy archidiócesis de Mercedes-Luján— como profesor de literatura, dogmática, cristología, teología sacramental, teología fundamental y filosofía». Precisamente en el santuario mariano de Luján fue ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1943 y recibió la ordenación episcopal el 31 de mayo de 1964. Existe, por lo tanto, señaló Vérgez Alzaga, «un vínculo indisoluble entre el nuevo beato y María, Nuestra Señora de Luján, aquí venerada por los fieles de toda Argentina, vínculo que se perpetúa incluso después de su muerte y sella su amor por la Virgen de la que goza en el Cielo».

El presidente de la Gobernación recordó que el 28 de septiembre de 1975, antes de partir hacia Roma como prefecto de la entonces Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, Pironio improvisó una oración en la que expresó su obediencia al Padre. Aunque el nuevo cargo le costaba sacrificio y renuncia, confiaba en Él para la nueva vida que le esperaba en la Curia Romana: «Señor, quiero dejar en tu corazón mi propia aniquilación, mi cruz, lo que me cuesta partir, lo que me cuesta hacer tu voluntad».

Cuando era joven, «fue llamado a seguir a Cristo para ser después un celoso ministro de la Iglesia y manifestar a todos las gloriosas riquezas de su misterio salvífico. Su inmenso amor por Cristo se transformó en amor por los hermanos, para que ellos a su vez pudieran experimentar las riquezas del Corazón divino». Quería que todos tuvieran acceso «a los beneficios de la redención, y por eso se hizo todo para todos». Anunció a Cristo Salvador «con absoluta fidelidad a la cruz y, al mismo tiempo, con ejemplar alegría evangélica en las dificultades, como cuando tuvo que dejar su país». La característica principal del cardenal es que a lo largo de su vida ha sabido afrontar las pruebas y las dificultades con serenidad, con una sonrisa en la cara.

En los años que fue su secretario particular en Roma, Vérgez Alzaga confió haber experimentado verdaderamente «su paz interior, su profunda amistad con Dios y su espíritu de santidad»: es un hecho, dijo, que «han experimentado todos los que lo han encontrado y conocido». Por lo demás, «la alegría en las pruebas y en los sufrimientos es una característica de los santos». Después de todo, las bienaventuranzas «no son más que un himno a la alegría». Hay muchas virtudes -como la fe, la esperanza, la caridad- que el beato «vivió con heroísmo». Pero estos «hábitos virtuosos los interpretó a la luz de las Bienaventuranzas, de la mansedumbre, de la misericordia y de la pureza de corazón».

En 1984 fue nombrado presidente del Consejo Pontificio para los Laicos. Su acción se desarrolló en torno a tres prioridades: «formación, comunión y participación, en profunda sintonía con san Juan Pablo ii ». Su actividad pastoral y apostólica «se ha manifestado sobre todo en la organización y promoción de los laicos y en particular de los jóvenes y de las Jornadas mundiales de la juventud». Escribía en enero de 1995, durante la X jmj , celebrada en Manila en Filipinas y presidida por el Papa Wojtyła: «Hoy se trata de elegir de nuevo al Señor y comprometernos a servirlo: como misioneros, en el corazón de la sociedad».

Sin embargo, hay una virtud que el cardenal «vivió de manera extraordinaria, considerándola un instrumento indispensable de santidad y apostolado: la humildad, como imitación e identificación con Cristo manso y humilde de corazón». De hecho, él había interiorizado «la actitud del Señor Jesús, que no vino para ser servido, sino para servir». También para él, como para sanAgustín, «la humildad era la casa de la caridad».

No era «una humildad dura, ostentosa y exasperada, sino amorosa y alegre»: para él «era la llave que abría la puerta de la santidad, mientras que el orgullo era el gran obstáculo para ver y amar a Dios».

Cuando hablaba de su vida sacerdotal, «sentía la alegría de ser sacerdote, y añadía que su vida había estado marcada por tres grandes amores y tres grandes presencias: el amor y la presencia del Padre, el amor y la presencia de María, Nuestra Señora, el amor y la presencia de la Cruz». Y cuando hablaba de la Virgen, era porque había «experimentado su presencia en su vida. El Rosario, subrayaba, aparentemente monótono, dice mucho, es la profundidad de los misterios de la salvación a través de los misterios del Hijo, contemplados por el Corazón de María». Así, cuando hablaba de la Cruz, «no hablaba por teoría, sino por experiencia, porque el Señor se la había dado sobreabundantemente, más de lo que humanamente hubiera deseado».