“Escondimiento y pequeñez”: en estas dos palabras -que “nos transmiten el rasgo manso de Dios”- está contenido “el estilo” recomendado por el Papa a los empleados del Vaticano durante la audiencia de felicitación navideña celebrada en la mañana del jueves 21 de diciembre, en el Aula Pablo VI. Publicamos, a continuación, el texto del discurso pronunciado por el Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
También este año la Navidad nos reúne para intercambiar nuestros mejores deseos. ¡Gracias por venir, incluso con sus familiares!
Contemplando juntos el Misterio del nacimiento de Jesús es bello poder captar el estilo de Dios, que no es grandioso, no es ruidoso sino, por el contrario, es el estilo del ocultamiento y de la pequeñez. Dos palabras importantes: ocultamiento y pequeñez. Ellas nos transmiten el rasgo manso de Dios, que no viene a nosotros para aterrorizarnos con su grandeza o para imponerse con su magnificencia, sino que se hace presente de la manera más común posible, haciéndose uno de nosotros.
Escondimiento y pequeñez. Dios se esconde en la pequeñez de un Niño que nace, en una pareja de esposos – María y José – que no está en el centro de atención, en la pobreza de un establo porque no había lugar para ellos en el alojamiento. Estos son los rasgos distintivos del Hijo de Dios, que luego se presenta al mundo como una pequeña semilla que muere escondida en la tierra para dar fruto. Él es el Dios de los pequeños, el Dios de los últimos y, con Él, todos aprendemos el camino a seguir para entrar en el Reino de Dios: no una religiosidad aparente y artificial, sino el hacerse pequeños como niños.
Vosotros, queridos, conocéis bien estas dos palabras. Vuestro trabajo aquí en el Vaticano se desarrolla principalmente en el ocultamiento cotidiano, a menudo llevando a cabo cosas que pueden parecer insignificantes y que, en cambio, contribuyen a ofrecer un servicio a la Iglesia y a la sociedad. Les agradezco por esto, y les deseo que puedan continuar su trabajo con espíritu de gratitud, con serenidad y con humildad, y dando precisamente allí, en las relaciones con sus compañeros y compañeras, testimonio cristiano. También aquí, es más, ante todo aquí, se necesita – ¿verdad? – este testimonio cristiano. Mirad el ocultamiento y la pequeñez de Jesús en la cueva; mirad la sencillez del pesebre que habéis hecho en casa; y estad seguros de que el bien, incluso cuando está oculto e invisible, crece sin hacer ruido. El bien crece sin hacer ruido, se multiplica de forma inesperada y difunde el aroma de la alegría. No olvides esto: el bien crece sin hacer ruido y da esa paz, esa alegría al corazón, que es tan bella.
Este estilo -el ocultamiento y la pequeñez- me gustaría desearlo también a vuestras familias y a vuestros jóvenes. Hoy vivimos en un tiempo que a veces parece obsesionado con aparentar, todos tratan de mostrarse a sí mismos. Es el momento del "maquillaje": todos se maquillan, no solo la cara, sino que se maquillan el alma y esto es feo, y tratan de mostrarse a sí mismos. Aparentar, especialmente a través de las llamadas redes sociales. Es un poco como querer unas preciosas copas de cristal sin preocuparse de que el vino sea bueno. El vino bueno se bebe en una copa común. Pero en la familia las apariencias y las máscaras no importan -en la familia se sabe todo-, o al menos duran poco; lo que importa es que no falte el buen vino del amor, de la ternura, de la compasión mutua. Y este es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. Y el amor -lo sabemos bien- no hace ruido. Lo vivimos en el ocultamiento y en la pequeñez de los gestos cotidianos, en las atenciones que sabemos intercambiar. Esto os deseo: estar atentos, en vuestros hogares y en vuestras familias, a las pequeñas cosas de cada día, a los pequeños gestos de gratitud, a la premura de cuidar. Mirando el pesebre podemos imaginar el cuidado, la ternura de María y José por el Niño que ha nacido. Quiero desearos este estilo a todos.
Queridas hermanas y hermanos, os expreso mis mejores deseos de una santa Navidad. Es un deseo que hago extensivo también a vuestros niños y jóvenes, a vuestros familiares, a los ancianos que viven con vosotros, especialmente a vuestros seres queridos que están enfermos. Hermanos y hermanas, abramos el corazón a la alegría: ¡el Señor viene en medio de nosotros! - Feliz Navidad a todos. Y, por favor, rezad por mí. ¡Gracias!