Publicamos, a continuación, el texto de la oración pronunciada la tarde del viernes 8 de diciembre, por el Papa Francisco ante la columna de la Inmaculada en la plaza de España.
Virgen Inmaculada:
Venimos a ti con el corazón dividido entre la esperanza y la angustia.
¡Te necesitamos, Madre nuestra!
Pero ante todo queremos darte las gracias,
porque en silencio, como es tu estilo, velas por esta ciudad,
que hoy te envuelve de flores para decirte su amor.
En silencio, día y noche, velas por nosotros: por las familias, con las alegrías y las preocupaciones —tú lo sabes bien—;
en los lugares de estudio y trabajo; en las instituciones y oficinas públicas;
sobre los hospitales y las residencias; sobre las cárceles; sobre los que viven en la calle;
sobre las parroquias y todas las comunidades de la Iglesia de Roma.
Gracias por tu presencia discreta y constante,
que nos da consuelo y esperanza.
Tú sabes, te necesitamos, Madre,
porque tú eres la Inmaculada Concepción.
Tu persona, el hecho mismo de que existas
nos recuerda que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra;
que nuestro destino no es la muerte sino la vida,
no es el odio sino la fraternidad, no es el conflicto sino la armonía,
no es la guerra sino la paz.
Mirándote, nos sentimos confirmados en esta fe
que los acontecimientos a veces ponen a dura prueba.
Y tú, Madre, dirige tus ojos de misericordia
sobre todos los pueblos oprimidos por la injusticia y la pobreza,
probados por la guerra: Madre, mira al martirizado pueblo ucraniano,
al pueblo palestino y al pueblo israelí,
sumidos en la espiral de la violencia. Hoy, Madre santa, traemos aquí, bajo tu mirada,
tantas madres que, como te ha pasado a ti, están afligidas.
Las madres que lloran a sus hijos asesinados por la guerra y el terrorismo.
Las madres que los ven partir en viajes de desesperada esperanza.
Y también las madres que intentan soltarlos de los lazos de las adicciones,
y las que los velan en una enfermedad larga y dura.
Hoy, María, te necesitamos como mujer,
para confiarte a todas las mujeres que han sufrido violencia
y las que aún son víctimas,
en esta ciudad, en Italia y en todo el mundo.
Tú las conoces una a una, conoces sus caras.
Seca, por favor, sus lágrimas y las de sus seres queridos.
Y ayúdanos a hacer un camino de educación y purificación,
reconociendo y contrarrestando la violencia anidada
en nuestros corazones y en nuestras mentes
y pidiendo a Dios que nos libre de ellos.
Muéstranos de nuevo, oh Madre, el camino de la conversión,
porque no hay paz sin perdón
y no hay perdón sin arrepentimiento.
El mundo cambia si los corazones cambian;
y cada uno debe decir: empezando por el mío.
Pero el corazón humano solo Dios lo puede cambiar
con su gracia: aquella en la que tú, María,
estás inmersa desde el primer instante.
La gracia de Jesucristo, nuestro Señor,
que tú has engendrado en la carne,
que por nosotros ha muerto y resucitado, y que tú siempre nos señalas.
Él es la salvación, para cada hombre y para el mundo.
¡Ven, Señor Jesús!
¡Venga tu reino de amor, de justicia y de paz!
Amén.