· Ciudad del Vaticano ·

La audiencia a los miembros de la Comisión teológica internacional

“Masculinizar” la Iglesia es un pecado

 “Masculinizar” la Iglesia es un pecado  SPA-049
07 diciembre 2023

“Masculinizar la Iglesia – que es «mujer» y «esposa» —es «uno de los grandes pecados que hemos tenido». Lo dijo el Papa a los miembros de la Comisión teológica internacional, que recibió en audiencia la mañana del 30 de noviembre, en el aula anexa al Aula Pablo vi . Debido a la persistencia de la «inflamación pulmonar asociada a dificultades respiratorias» — como hizo saber el director de la oficina de prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, asegurando igual que «las condiciones del Santo Padre son estacionarias, no tiene fiebre» y «sigue con la terapia antibiótica» — Francisco entregó el texto del discurso preparado para la ocasión y pronunció improvisando las siguientes palabras.

Gracias por esta visita. Y gracias por vuestro trabajo. Hay un bonito discurso aquí con cosas teológicas, pero por cómo estoy yo, mejor no leerlo. Os lo entrego.

Doy las gracias por lo que hacéis. La teología, la reflexión teológica, es muy importante. Pero hay algo que no me gusta a mí de vosotros, perdonadme la sinceridad. Una, dos, tres, cuatro mujeres: ¡pobrecillas! ¡Están solas! Ah, perdonadme, cinco. ¡Sobre esto debemos ir adelante! La mujer tiene una capacidad de reflexión teológica diferente de la que tenemos nosotros los hombres. Será porque yo he estudiado mucho la teología de una mujer. Me ha ayudado una alemana muy buena, Hanna-Barbara Gerl, sobre Guardini. Ella había estudiado esta historia y la teología de esa mujer no es muy profunda, pero es hermosa, es creativa. Y ahora, en la próxima reunión de los nueve cardenales, tendremos una reflexión sobre la dimensión femenina de la Iglesia.

La Iglesia es mujer. Y si nosotros no sabemos entender qué es una mujer, qué es la teología de una mujer, nunca entenderemos qué es la Iglesia. Uno de los grandes pecados que hemos tenido es “masculinizar” la Iglesia. Y esto no se resuelve por el camino ministerial, esto es otra cosa. Se resuelve por el camino místico, por el camino real. A mí me ha dado mucha luz el pensamiento balthasariano: principio petrino y principio mariano. Se puede discutir esto, pero los dos principios están. Es más importante el mariano que el petrino, porque está la Iglesia esposa, la Iglesia mujer, sin masculinizarse.

Y vosotros os preguntaréis: ¿dónde lleva este discurso? No solamente para deciros que tengáis más mujeres aquí dentro – esto es uno -, sino para ayudar a reflexionar. La Iglesia mujer, la Iglesia esposa. Y esta es una tarea que os pido, por favor. Desmasculinizar la Iglesia.

Y gracias por lo que hacéis. Perdonadme, he hablado mucho y me ha hecho daño, pero ahora sentados como estamos, podemos rezar un Padre Nuestro juntos, cada uno en la propia lengua y después daré la bendición.

Oración del Padre Nuestro

Bendición. Y rezad por mí. Por favor, no en contra, porque este trabajo no es fácil. Gracias.

Este es el texto del discurso preparado por el Pontífice.

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Saludo al cardenal Fernández y os doy la bienvenida a todos vosotros, expresándoos gratitud por vuestro valioso trabajo.

Hoy estamos llamados a dedicarnos con toda la energía del corazón y de la mente a una «conversión misionera de la Iglesia» (Evangelii gaudium, 30). Esta responde a la llamada de Jesús a evangelizar, hecha propia por el Concilio Vaticano ii , que todavía hoy guía nuestro camino eclesial: ahí el Espíritu Santo ha hecho sentir su voz para nuestro tiempo. El Concilio ha enunciado su propósito proprio afirmando que «desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo» (Lumen gentium, 1). Y, como observó vuestra Comisión, «la puesta en acción de una Iglesia sinodal es el presupuesto indispensable para un nuevo impulso misionero que involucre a todo el Pueblo de Dios» (La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 9): un impulso misionero que sepa comunicar la belleza de la fe.

Viniendo por tanto a vuestra tarea más específica, en la Carta dirigida al nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe subrayé que hoy «nos hace falta un pensamiento que sepa presentar de modo convincente un Dios que ama, que perdona, que salva, que libera, que promueve a las personas y las convoca al servicio fraterno» (1 de julio 2023). De tal necesidad vosotros estáis llamados a haceros cargo de forma cualificada, a través de la propuesta de una teología evangelizadora, que promueva el diálogo con el mundo de la cultura. Y es esencial que vosotros teólogos lo hagáis en sintonía con el Pueblo de Dios, diría “desde abajo”, es decir con una mirada privilegiada para los pobres y los sencillos, y al mismo tiempo estando “de rodillas”, porque la teología nace de rodillas, en la adoración de Dios.

Sé que estáis profundizando dos desafíos actuales: la cuestión antropológica y la temática ecológica. Pero vuestro trabajo os ve también comprometidos proponiendo una reflexión actualizada e incisiva en la permanente actualidad de la fe trinitaria y cristológica confesada en el Concilio de Nicea, que vamos a conmemorar 1700 años después de su celebración, que coincide con el Jubileo convocado para el año 2025. Quisiera ahora compartir con vosotros tres motivos que hacen que el redescubrimiento de Nicea sea tan prometedor.

El primero es un motivo espiritual. En Nicea se profesó la fe en Jesús Hijo unigénito del Padre: Aquel que se ha hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación es «Dios de Dios, luz de luz». No es solo la luz de un conocimiento impensable, sino que es luz que ilumina la existencia con el amor del Padre. Sí, hay una luz que nos guía en el camino y disipa las oscuridades, y esta luz, que habita nuestras vidas, es manantial y eterna: ¿cómo testimoniarla, si no es con una vida luminosa, con una alegría que se irradia? También para vuestro ministerio de teólogos vale la invitación de Jesús a “no encender una lámpara para ponerla bajo el celemín, sino en el candelabro, para que dé luz a todos los que están en la casa” (cfr Mt 5,15). Les corresponde a los teólogos difundir nuevos y sorprendentes destellos de la luz eterna de Cristo en la casa de la Iglesia y en la oscuridad del mundo.

Un segundo motivo es el sinodal. En Nicea se celebró el primer Concilio ecuménico, en el cual la Iglesia pudo expresar su naturaleza, su fe, su misión, para ser, como afirma el último Concilio, el «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1). La sinodalidad es el camino, el camino para traducir en actitudes de comunión y en procesos de participación la dinámica trinitaria con la que Dios, por medio de Cristo y en el soplo del Espíritu Santo, viene al encuentro con la humanidad. A los teólogos se les encomienda la gran responsabilidad de liberar la riqueza de esta maravillosa “energía humanizadora”. Vosotros mismos participáis en los trabajos de la Comisión procediendo de varias partes del mundo, llevando con vosotros los dones y las riquezas, los interrogantes y los sufrimientos de vuestras Iglesias y de vuestros pueblos. Sed testimonio, en vuestro trabajo colegial y en el compartir vuestras peculiaridades eclesiales y culturales, de una Iglesia que camina según la armonía del Espíritu, enraizada en la Palabra de Dios y en la Tradición viviente, y que acompaña con amor y con discernimiento los procesos culturales y sociales de la humanidad en la transición compleja que estamos viviendo. No os conforméis con lo ya adquirido: tened abiertos el corazón y la mente al semper magis de Dios.

Y finalmente un tercer motivo, ecuménico. ¿Cómo no recordar la extraordinaria relevancia de este aniversario para el camino hacia la plena unidad de los cristianos? No solo, de hecho, el Símbolo de Nicea reúne a los discípulos de Jesús, sino que precisamente en el 2025, providencialmente, la fecha de la celebración de la Pascua coincidirá para todas las denominaciones cristianas. ¡Qué hermoso sería si marcara el inicio concreto de una celebración siempre común de la Pascua!

Hermanos y hermanas, llevamos este sueño en el corazón e invocamos la creatividad del Espíritu, porque la luz del Evangelio y de la comunión resplandezcan más. Os renuevo mi agradecimiento para vuestro servicio y os bendigo, pidiéndoos que recéis por mí.