· Ciudad del Vaticano ·

El cardenal Parolin confiere el Premio Ratzinger 2023 y recuerda el legado vivo de Benedicto xvi

Maestro y modelo de diálogo entre la fe y la razón

 Maestro y modelo de diálogo entre la fe y la razón  SPA-049
07 diciembre 2023

El cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, presidió la tarde del jueves 30 de noviembre, en la Sala Regia del Palacio Apostólico, la ceremonia de entrega del Premio Ratzinger 2023, otorgado a Pablo Blanco Sarto y Francesc Torralba. «Es la primera vez que este premio tiene lugar después de la muerte de nuestro amado Papa Benedicto xvi ; por lo tanto, adquiere un carácter diferente del pasado y hemos pensado que es correcto celebrarlo bajo el título de la herencia de Joseph Ratzinger», explicó el padre Federico Lombardi, presidente de la Fundación Vaticana dedicada al Pontífice fallecido el 31 de diciembre pasado. Una herencia que el jesuita resumió subrayando en particular que «Joseph Ratzinger nunca pretendió construir su propio sistema de pensamiento o constituir su propia escuela, sino que nos enseñó a buscar y encontrar la verdad con la fuerza de la razón y la luz de la fe, conservando siempre la razón abierta, en el diálogo entre las personas, las disciplinas y las grandes tradiciones religiosas». Publicamos, a continuación, el texto completo de la intervención realizada por el cardenal secretario de Estado.

Eminencias,
Sus excelencias,
Ilustres Premiados,
Autoridades académicas,
Señoras y señores,
Amigos:

estoy muy contento de presidir este año la ceremonia de entrega de los Premios Ratzinger y felicito sinceramente una vez más a los dos ilustres estudiosos a los que se han asignado, los profesores Pablo Blanco Sarto y Francesc Torralba Roselló.

Hace poco menos de un año, Benedicto xvi terminaba su largo camino terrenal. Por eso este año -como ya se ha recordado- la ceremonia de entrega de los Premios que llevan su nombre adquiere naturalmente el carácter de un encuentro en su memoria y en la reflexión sobre el legado que nos ha dejado. Una herencia viva, que seguir haciendo fructificar en el camino de la Iglesia en nuestro tiempo, mirando no hacia atrás, sino hacia adelante.

En esta perspectiva, los discursos de los dos profesores, Blanco y Torralba, nos han dado valiosas aportaciones e ideas. Además, las ulteriores iniciativas de la Fundación seguirán estando oportunamente orientadas a este fin con amplios horizontes culturales y eclesiales.

En el mismo espíritu, permítaseme también a mí añadir algunas breves consideraciones, ciertamente sin pretender recorrer la larga vida y la obra de Joseph Ratzinger, pero subrayando con pocas alusiones algunos aspectos característicos de su servicio como Pastor de la Iglesia universal, que siguen siendo y seguirán siendo inspiradores para todos nosotros, y no solo para los fieles católicos.

A diferencia de los pontificados de su predecesor y de su sucesor, el de Benedicto xvi no se presenta como un tiempo de dinamismo excepcional en la escena política internacional y global, sino más bien como un magisterio caracterizado por la conciencia y la lectura en profundidad de la situación cultural y espiritual del mundo al comienzo de este milenio. Los signos de mutación y de crisis en las relaciones entre los pueblos, en la relación entre el hombre y la creación, en la visión de la persona humana, de su dignidad y de sus derechos, se han manifestado en las últimas décadas con creciente evidencia, dejando prever la gravedad de los desarrollos que siguen y la necesidad de un compromiso cada vez más urgente y decidido para afrontarlos. Urgencia sobre la que insiste cada vez más, con valentía y energía, el presente pontificado, como lo demuestra también el viaje que el Papa Francisco debería haber comenzado mañana, si por razones de salud no lo hubieran obligado a cancelarlo.

Benedicto xvi , llevando en su servicio de Pastor supremo la riqueza de la reflexión de toda su vida anterior, ayudó a comprender las razones profundas de los problemas y a encontrar fundamentos sólidos sobre los que apoyar la búsqueda de soluciones. Así, su encíclica social Caritas in veritate, publicada en un momento de grave crisis económica y social, con repercusiones en el sistema mundial, ya pone claramente de relieve e interpreta las cuestiones cruciales sobre el destino de nuestra casa común, luego profundizadas y afrontadas por el Papa Francisco en la Laudato si’, y ahora en la muy reciente Carta Laudate Deum, e indica las posibles vías de solución en la caridad y en la fraternidad, sobre las que nuevamente insistirá tan eficazmente el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti.

Benedicto xvi mira con realismo el desarrollo de la sociedad contemporánea. Varias veces habla del «ocaso de la presencia de Dios desde el horizonte de los hombres» e insiste en su tarea, como Papa, «de conducir a los hombres hacia Dios», de hablar de Dios al mundo de hoy y en el mundo de hoy, no de un Dios cualquiera, sino de aquel que habló en el Sinaí y del que Jesucristo nos reveló el rostro de Padre (Carta a los Obispos, 10 de marzo de 2009). Está convencido de que el olvido de Dios constituye el riesgo máximo para la vida misma de la humanidad.

Todavía recuerdo, como si fuera ayer, la homilía que pronunció el 12 de septiembre de 2009, cuando, en la basílica de San Pedro, confirió la ordenación episcopal a cinco nuevos obispos, entre los que también estaba yo. ¡Una celebración memorable! ¡Una homilía memorable! Identificó «la herida interior del hombre» en la «lejanía de Dios» y prosiguió: «El primer y esencial bien que necesita el hombre es la cercanía de Dios».

En esta perspectiva, no falta, infatigablemente y con arraigada convicción, recordar la necesidad de la contribución armónica de la fe y de la razón para buscar y encontrar el camino de la verdad, del sentido de la existencia humana y de su dignidad, para distinguir el bien del mal para la salvación de la persona y de la comunidad humana, para fundar el derecho y la justicia, la convivencia en la paz. Sus grandes discursos públicos dirigidos a los representantes de la sociedad y de la política —en Nueva York, Londres y Berlín—, permanecen entre los momentos más altos de la propuesta de diálogo constructivo entre el papado y el mundo contemporáneo, no solo en virtud de la autoridad moral y religiosa de la Iglesia, sino también de la profundidad del razonamiento y de la amplitud de las bases culturales de la argumentación.

Por lo demás, la idea de razón que el Papa Ratzinger no se ha cansado nunca de proponer y promover, siempre ha sido la de una razón “abierta”, capaz de abarcar desde las ciencias matemáticas y naturales hasta las humanas y sociales, pasando por la filosofía y la teología; una razón sedienta de diálogo entre las diferentes dimensiones y disciplinas del saber y del arte; una razón capaz de plantearse y afrontar las preguntas sobre la naturaleza y sobre el hombre, sobre su origen y su destino, sin encerrarse en el positivismo, y sin perder en el relativismo la propia vocación a la búsqueda de la verdad. No cabe duda de que Benedicto xvi es un maestro y un modelo para el ejercicio siempre necesario del diálogo entre fe y razón en el mundo de hoy, en toda su complejidad cultural y en todas las cuestiones cruciales que nos plantea cada día. El legado que nos deja no está tanto en una serie de soluciones específicas, sino en la actitud correcta con la que movernos volando alto con las dos alas de la razón abierta y la fe, aunque siempre con humildad, esfuerzo y perseverancia.

También por esto, contrariamente a lo que algunos han pensado superficialmente, Benedicto xvi ha sido y sigue siendo un ejemplo luminoso y valiente de diálogo. Las mismas dificultades que encontró a veces en las relaciones con diferentes posiciones, fueron generalmente consecuencia de su exigencia de lealtad total, para rechazar un diálogo hecho de acomodaciones superficiales y buscar un encuentro a un nivel más profundo en la verdad. Por lo demás, son innumerables los testimonios de su disponibilidad atenta y sincera a la escucha, por parte de quienes lo han conocido y han tenido interlocutor también en las relaciones cercanas y personales. No se trataba en modo alguno de una escucha limitada solo al nivel conceptual, sino que -sin descuidarlo- se extendía a la totalidad de la persona, mente, corazón, experiencia vivida, como es indispensable para alcanzar ese “encuentro” que el Papa Francisco no se cansa de proponernos.

Benedicto xvi , el último Papa en haber vivido personalmente la experiencia del Concilio Vaticano ii , no solo hizo una contribución muy importante durante su desarrollo, sino también durante su implementación, con una visión de futuro, ayudándonos a ver las orientaciones a largo plazo en la formulación de la misión de la Iglesia en nuestro tiempo, en relación con la cultura moderna y las relaciones con las grandes religiones.

En su pontificado no faltaron las dificultades. Recordemos en particular la dramática manifestación de la crisis de los abusos sexuales por parte de miembros del clero, cuya gravedad ya había visto como cardenal prefecto y con la que tuvo que lidiar durante todo el pontificado. Lo hizo con íntimo sufrimiento, pero con humilde respeto a las víctimas y a la verdad, orientando a la Iglesia por los caminos de la escucha, la justicia y el rigor, la conversión y la prevención, sobre los que su sucesor pudo continuar y avanzar hacia una solución cada vez más adecuada de estos terribles males.

Benedicto xvi fue un Pastor y maestro de la fe. A pesar de tener un conocimiento teológico muy amplio y muy articulado en los diferentes campos de la teología, ha sabido guiarnos hacia lo esencial con orden y claridad. Lo ha demostrado con la elección de las tres virtudes teologales como argumento de tres encíclicas, de las cuales la última, significativamente, ha sido retomada y concluida por su sucesor.

Deus Caritas est. Es Dios el Amor. Recordamos la preocupación de Benito por el olvido de Dios en nuestro mundo y la urgencia con la que se sintió llamado a conducirnos hacia él. La palabra con la que Benedicto abrió su primer y más esperado acto magisterial, dice exactamente quién es el Dios que Jesús nos revela, cuál es la verdad última hacia la que tienden la razón y la fe, es decir, el Amor. No se puede dejar de ser tocados por la plena continuidad con la que los Papas contemporáneos ven el corazón del mensaje cristiano para nuestro tiempo —tan atormentado por guerras y disputas— precisamente en el amor y la misericordia de Dios. Estos deben inspirar no solo las palabras, sino todo el servicio de la Iglesia. Con profundidad y finura, el Papa Francisco, en la homilía de las exequias del Papa Benedicto, evocó sus palabras en la inauguración del ministerio de pastor universal: «Pastorear es amar».

Este misterio del Amor de Dios, que nunca se terminará de explorar, abre a la esperanza. Todos sentimos la inmensa necesidad de encender y alimentar la esperanza ante la tentación de desconfianza y desesperación generada por los conflictos asesinos que están continuamente ante nuestros ojos en esta «tercera guerra mundial a trozos». De los conflictos no resueltos nace una desesperación que genera continuamente nuevos. Ante esta situación, en la encíclica Spe salvi Benedicto xvi no solo recorrió los acontecimientos históricos de las esperanzas humanas y de sus crisis, sino que continuó proponiendo la perspectiva de la salvación y de la justicia final de Dios también para todas las víctimas olvidadas de todos los conflictos del mundo.

El compromiso teológico y magisterial de Benedicto xvi sobre los temas del destino final y de la esperanza del hombre y de la humanidad seguirá siendo ciertamente un elemento importante de su herencia durante este tiempo absorbido en un ritmo frenético, que hace difícil o imposible conservar la memoria del pasado y del futuro.

Hace un año, precisamente en su discurso con motivo de la entrega de los Premios Ratzinger, el Papa Francisco evocó la mirada del Papa Benedicto, hablando de «sus ojos contemplativos», que en los años posteriores a la renuncia se habían fijado cada vez más en las realidades últimas. En nuestro tiempo, el Señor ha dado a la Iglesia el don de Papas no solo sabios y prudentes, sino también virtuosos y santos, que han guiado al pueblo de Dios también con su ejemplo. Juan Pablo ii dio un testimonio eminente de enfermedad vivida en la fe. Bendito seas de fragilidad creciente en la vejez vivida en la oración.

Por lo tanto, su legado tiene varias dimensiones preciosas. Ciertamente la teológica y cultural, de la que quedará sólido testimonio en su poderosa Opera Omnia y en su magisterio papal, así como la pastoral. Pero no debemos olvidar la espiritual, que brilla en la profundidad y en la espiritualidad de sus homilías y se ha cumplido en su largo testimonio de oración por la Iglesia y de preparación para el encuentro con Dios. En realidad, ya el acto mismo de su renuncia al pontificado fue una síntesis admirable de visión lúcida y razonable de la situación, de responsabilidad en el ejercicio del gobierno y de humildad ante Dios y los hombres. Ciertamente, también marca para el futuro la historia de la Iglesia de nuestro tiempo.

Por tanto, a los premiados y a todos vosotros, la tarea y el deseo de poder continuar vuestro servicio sintiendo la inspiración y el apoyo del legado de este gran Papa, Benedicto xvi .

¡Gracias!