Una delegación compuesta de coordinadores, colaboradores y simpatizantes de la Jornada Mundial de la Juventud 2023 - que tuvo lugar en Lisboa el pasado mes de agosto - fue recibida por el Pontífice en el Aula Pablo vi. Francisco entregó a los presentes el texto del discurso preparado para la ocasión, dirigiéndoles en español este saludo.
Hablo español porque es más seguro, más cercano al portugués. El italiano es más lejano.
Gracias. Gracias por lo que hicieron. Gracias por todo este andamiaje, que ustedes ofrecieron para que la Jornada de la Juventud fuera lo que fue. Un núcleo de evangelización fuerte, de alegría, de expresión juvenil. Yo traigo del encuentro de Lisboa una emoción muy grande, y también un recuerdo, gente sencilla, que puso el hombro desde abajo. Todavía conservo el rosario de la viejita de 96 años -¿vive todavía?-; después recuerdo a esa chica, 19 años, con una gran enfermedad, que había ofrecido la vida por las Jornadas pensando que se iba a morir, pero todavía estaba viva. ¿Vive? 19 años. Recuerdo los hijos de esa voluntaria de la Jornada que murió en el trabajo, como vinieron con alegría y se van con tristeza de haber perdido a su madre. Recuerdo tanta gente sencilla, tanta. También recuerdo los pastéis, que son muy buenos… Tanta gente sencilla que ha ofrecido su trabajo, su ilusión. Y agradezco al cardenal Américo, a él le gusta que le diga padre Américo, es mejor. Le agradezco todo lo que ha hecho. Es un cardenal especial, un cardenal un poco enfant terrible, pero muy bueno.
Ahora, yo no puedo hablar mucho, alguien va a leer lo que les iba a decir.
A continuación el texto leído y entregado.
¡Señores cardenales, amados obispos y sacerdotes, distinguidas autoridades y empresarios, queridos hermanos y hermanas!
Os saludo a todos, y doy las gracias a monseñor Américo Aguiar por las gentiles palabras de presentación de la benemérita Delegación de animadores, coordinadores y simpatizantes de la Jornada Mundial de la Juventud 2023, en Portugal. ¡Qué alegría veros aquí juntos! Empiezo renovándoos mi gratitud y la de toda la Iglesia, ¡en particular de los jóvenes! A vosotros se os ha encomendado la realización de ese encuentro mundial, y vosotros, fortalecidos por la ayuda de muchos y por la extraordinaria gracia de Dios, no nos habéis defraudado. ¡Os deseo lo mejor!
Nos habéis dejado un luminoso ejemplo de cómo es posible compartir una misión, sin excluir a nadie; es más, habéis logrado poner en el centro a quien hasta ahora había vivido marginado. ¡Beatos aquellos que heredan y profesan en la vida las dimensiones universales del corazón de Dios! Sabéis fiaros de los talentos del otro – cualquier que fuera -, haciéndoles confluir en un gran sueño común. Seguid soñando juntos, seguid involucrándoos en oleadas sucesivas a nuevos compañeros soñadores de una sociedad hecha por todos y en el respeto de cada uno. Repito y estoy contento de ver que muchos ya se hacen eco: «¡todos, todos, todos!».
Como los espigadores en los campos que regresan a recoger las espigas perdidas, sea así vuestro título de gloria y honor volver a traer y hacer que se sienten en la mesa común a quien se ha quedado atrás. Jesús, como norma de vida, ha tomado la voluntad del Padre Celeste y nos la ha enseñado para que fuera también nuestra norma de vida: «que no pierda nada de lo que él me ha dado» (Jn 6, 39). El día antes de esta enseñanza, el Señor había multiplicado los panes para la multitud y, al final, había ordenado a los discípulos: «recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda» (6, 12). Amigos míos, no dejéis que nada se pierda de esa Jornada Mundial de la Juventud que nació, creció, floreció y fructificó en vuestras manos, extasiadas por la abundante multiplicación de fragmentos de Cielo hechos personas, que fluían de todas partes e incluso de donde no se esperaba.
María, sin esperarse comprender todo, pero sabiendo que «ninguna cosa es imposible para Dios» (Lc 1, 37; cfr. vv. 29.34), «se fue con prontitud». ¡Queridos hermanos y hermanas, habéis sabido deletrear cada una de sus palabras mostrando en la vida sus rasgos de Sierva y de Madre! ¡Gracias a todos y a todas! Que Dios os recompense por el bien que habéis hecho a los jóvenes y a mí, a la ciudad de Lisboa y a cuantos, de todo el mundo, dirigieron allí sus pasos y su corazón. Por favor, ¡seguid indicando y a impulsarnos hacia las dimensiones universales del corazón de Dios!