«Apreciar las diferencias, acompañar con cuidado y actuar con valentía»: son las tres actitudes «importantes» indicadas por el Papa a los participantes del Encuentro de capellanes y responsables de la pastoral universitaria promovida por el Dicasterio para la cultura y la educación del 23 al 24 de noviembre sobre el tema “Hacia una visión poliédrica”. Recibiéndoles en audiencia en la Sala del Consistorio, el Pontífice pronunció el siguiente discurso.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Os saludo a todos vosotros: el cardenal Tolentino con los otros superiores y los oficiales del Dicasterio para la Cultura y la Educación, saludo a los capellanes y los responsables de la pastoral universitaria. Es hermoso que estéis aquí, con ocasión del congreso que habéis organizado. Vuestra presencia transmite el eco de la voz de estudiantes, de docentes de varias disciplinas, de quien, también con el trabajo más escondido, contribuye al buen funcionamiento de vuestras instituciones formativas, de las culturas, de las Iglesias locales, de los pueblos, abrazando también a muchos jóvenes para los cuales el derecho al estudio representa todavía – lamentablemente – un privilegio inaccesible, como los más pobres y los refugiados.
Para vuestro encuentro habéis elegido el tema “Hacia una visión poliédrica”. A mí me gusta mucho la figura del poliedro, porque dice mucho; sabéis que esta imagen es querida por mí: la he usado desde el principio del pontificado, cuando dije que la pastoral no debe asumir como «modelo la esfera, […] donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros», sino «el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad» (Exhort. ap. Evangelii Gaudium, 236). El Evangelio se encarna así, permitiendo a su coralidad resonar de forma diferente en las vidas de las personas, como una única melodía capaz de expresarse con timbres diferentes. En este sentido quisiera encomendaros tres actitudes que creo importantes para vuestro servicio: apreciar las diferencias, acompañar con cuidado y actuar con valentía. Apreciar las diferencias. El poliedro no es una figura geométrica fácil. A diferencia de la esfera, que es lisa y cómoda de manejar, es angular, incluso agudo: tiene algo de chocante, precisamente como la realidad, a veces. Sin embargo, precisamente esta complejidad está en la base de su belleza, porque les permite hacer reverberar la luz con diferentes tonos y gradaciones, dependiendo del ángulo de cada cara individual. Una faceta devuelve una luz nítida; otro más matizada; otro más un claroscuro. No sólo eso: con sus múltiples caras, un poliedro también puede producir una proyección diversificada de sombras. Tener una visión poliédrica, entonces, implica entrenar los ojos para captar y apreciar todos estos matices. Al fin y al cabo, el origen mismo de los maravillosos poliedros del mundo mineral, como los cristales de cuarzo, es el resultado de una historia muy larga, marcada por complejos procesos geológicos que duran cientos de millones de años. Este estilo paciente, acogedor y creativo remite a la forma de hacer de Dios que, como recuerda el profeta Isaías, crea el sol resplandeciente, pero no desprecia la luz insegura de «mecha mortecina no apagará» (Is 42,3). Fuera de metáfora, en el servicio formativo, acoger con ánimo paterno y materno a las personas, las luces y las sombras, también las sombras presentes en ellos y en las situaciones, ya es una misión: facilita el crecimiento de lo que Dios ha sembrado dentro de cada uno de forma única e irrepetible. Cada persona debe ser acogida tal como es y de ahí empieza el diálogo; de ahí el camino, de ahí el progreso.
Llegamos así al segundo punto: acompañar con cuidado. Creer en la vitalidad de la siembra de Dios conlleva cuidar lo que crece en silencio y que se manifiesta en los pensamientos, en los deseos y en los afectos, aunque a veces desorganizados, de los jóvenes que os han sido confiados. No tengáis miedo de asumir todo esto. Vuestra actitud no debe ser de simple apologética, de pregunta y respuesta, de “no”: no temáis haceros cargo de estas realidades. Si en un sólido geométrico se quitan los bordes y se cancelan las sombras, se reduce a una figura plana, sin espesor y sin profundidad. Y hoy vemos corrientes ideológicas dentro de la Iglesia, donde la gente va y termina por reducirse a una figura “plana”, sin matices… Pero si una persona se valora con sabiduría por lo que es, se puede crear una obra de arte. El Señor nos enseña precisamente este arte del cuidado: Él, que de la oscuridad del caos ha creado el mundo y de que la noche de la muerte ha resucitado a la vida, nos enseña a sacar lo mejor de las criaturas empezando por cuidar lo más frágil e imperfecto que hay en ellas. Por eso, delante de los desafíos formativos que encontráis cada día, en contacto con personas, culturas, situaciones, afectos y pensamiento tan diferentes y a veces problemáticos, no os desaniméis; cuidad de ellos, sin buscar resultados inmediatos, pero con la esperanza cierta de que, cuando acompañáis con cercanía a los jóvenes y cuando rezáis por ellos, florecen maravillas. Pero no florecen de la uniformidad: florecen precisamente de las diferencias, que son su riqueza.
Llegamos así al tercer punto: actuar con valentía. Queridos amigos, alimentad la alegría del Evangelio en el ambiente universitario es una aventura, sí entusiasmante, pero también exigente: requiere valentía. Y esta es la virtud que se pone al inicio de todo trabajo, desde el fiat lux de la creación al fiat de María hasta el más pequeño “sí” de nuestra cotidianidad; es la valentía que permite construir puentes también sobre los abismos más profundos, como los del miedo, la indecisión y las coartadas paralizantes que inhiben la acción y alimentan el desinterés. Hemos escuchado la parábola “del siervo infiel”, que no invierte el capital que el señor le había dado y lo entierra para no arriesgarse: lo peor para un educador es no arriesgarse. Cuando no se arriesga no hay fecundidad: esta es una regla. Cuando en el trabajo de un alma irrumpe una decisión que crea algo nuevo, rebelándose a la inercia de una conciencia demasiado calculadora, esto es valentía; la valentía que no ama los adornos, ni mentales ni emotivos, sino que llega al punto mirando lo necesario, dejando todo lo que puede debilitar la fuerza de impacto de la elección inicial. Es la valentía de los primeros discípulos, es la virtud de los «pobres en espíritu» (Mt 5,3), de aquellos que, sabiéndose necesitados de misericordia, mendigan la gracia sin miedo y en su pobreza aman soñar en grande. Soñar en grande: los jóvenes deben soñar y vosotros debéis hacer lo posible para soñar, apuntando a las proporciones de Cristo: a la altura, a la amplitud y a la profundidad de su amor (cfr Ef 3,17-19). Os deseo que cultivéis siempre en la vida y en el misterio la confianza audaz de quien cree. ¿Y quién es Aquel que nos da la valentía para ir adelante? El Espíritu Santo, el “Gran escondido” en la Iglesia. Pero es Él que nos da la fuerza, la valentía: se debe pedir al Espíritu que nos dé esta valentía.
Y antes de concluir quisiera deciros otro motivo de felicidad que me acompaña en este encuentro. Me han dicho que algunos de vosotros, personalmente o a través de las Universidades de pertenencia, habéis contribuido económicamente, para que quien tenía menos posibilidades pudiera participar en este congreso. Gracias, es hermoso. Es hermoso que gestos similares se conviertan cada vez más en parte habitual de vuestro estilo de acción: hacer que quien puede ayude a quien está en dificultad, con ese pudor que tiene la limosna cristiana. Un cristiano, cuando da, siempre custodia el pudor: da a escondidas, da con delicadeza, sin ofender. Conservad esta grandeza en el alma cuando dais, pero también el pudor en la forma de hacerlo. Esto es muy hermoso, recordando que todos, siempre, necesitamos los unos de los otros y que por tanto todos, siempre, tenemos algo precioso para donar. Os doy las gracias por vuestra presencia, por favor saludad a los y las estudiantes que os han sido confiados, las autoridades académicas, el personal de vuestras Universidades y las Iglesias de las que provenís. Os acompaño con la oración y os pido también a vosotros que no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.