Testimonios
Desde Líbano a Italia. En medio, guerras y conflictos internos, dolores y esperanzas, heridas y fe. Son los elementos del camino que va de Beirut a Pennabilli, en provincia de Rimini. Aquí, en el monasterio agustino de San Antonio de Padua, Abir Hanna comenzó su recorrido vocacional en 2003. En 2009 hizo los votos solemnes. En el mundo hay 80 monasterios de monjas contemplativas agustinas. La historia de la comunidad de Pennabilli, una de las 21 que hay en Italia, comenzó en 1816. Hoy en día está formada por 14 hermanas, desde los 27 a los 93 años. La historia de Abir comenzó en Beirut en 1975, en el seno de una familia cristiana. Ese año, la historia de Abir comienza con el comienzo e la guerra civil en su país, un conflicto que se prolonga hasta 1990 y en el que muere uno de sus hermanos de solo 21 años.
¿Qué tipo de formación espiritual ha recibido?
Mi infancia ha estado marcada por la guerra que se extendió desde 1975 a 1990 y por la posterior ocupación extranjera desde 1977 a 2005. En un momento dado, Líbano estaba ocupado por los grupos armados de la OLP, la Organización para la Liberación de Palestina. Vivíamos cerca de la línea vere que separaba Beirut en dos. Muchas veces pasábamos meses sin ir al colegio y era imposible hacer una vida normal. Pasábamos los días entre sacos de arena buscando un lugar seguro. Pero estas circunstancias no impidieron a mis padres transmitirnos el Evangelio. Lo leíamos en familia y hasta en compañía de nuestros vecinos musulmanes.
¿Cómo descubrió su vocación?
De pequeña me hacía muchas preguntas sobre el sentido del sufrimiento. Soñaba con ser médico para salvar a los niños enfermos. Sufría por ver a los cristianos del Líbano armados hasta los dientes, engañados por la ideología que les convencía de tener que afirmar la propia identidad con la fuerza de las armas. De los Hechos de los Apóstoles aprendí cómo vivían los primeros cristianos. Aprendí que el camino es amar a nuestros enemigos. Esto era algo que me fascinaba, pero también me hacía daño porque no se correspondía con mi realidad. Interpelaba muchas veces a mi padre con esta pregunta: ¿Por qué nosotros, los cristianos, no vivimos como las primeras comunidades de Jerusalén? El encuentro con la vida monástica agustina, que es experiencia de comunión con las hermanas según el modelo de los primeros cristianos, es el espacio donde se encarna para mí la posibilidad de convertirme en quién deseo y estoy llamada a ser: una mujer de paz y de comunión. Antes de llegar aquí experimenté en mis propias carnes cómo se vive sin Cristo y sin Dios. Pasé por un tiempo de confusión, de oscuridad y de falta de valores. He visto el abismo sin fin del odio y he acogido la transformación que solo puede lograr el Evangelio encarnado en las relaciones fraternas.
¿En qué punto está de su camino vocacional?
El verdadero desarme y la reconciliación profunda con el “enemigo”, que llevaba dentro de mí, se produjo y se sigue produciendo en la vida cotidiana del vínculo con mis hermanas y en el camino hacia la paz. En esta red de vínculos fue naciendo en mí el deseo de reconciliación con los palestinos, sirios e israelíes que ocuparon mi tierra.
Hace dos años emprendió una licenciatura en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Pasó seis meses en Jerusalén, en Israel, un país tradicionalmente enemigo del suyo. ¿Cómo recuerda esta experiencia?
Fue el regalo de la vida que esperaba. Y, sobre todo, un desafío. Fui allí con una pregunta: ¿puedo ser una libanesa en Israel sin que se me vea como a una enemiga? Yendo a rezar al Muro de las Lamentaciones, comencé a vivir una experiencia que todavía hoy no llego a describir. Rezando junto a las mujeres israelíes, me embargó una enorme emoción. Comencé a sentir el dolor lacerante que la guerra y el odio han provocado en mi gente y en quien me rodea. Al mismo tiempo, me invadió un deseo de pacificación, de convertirme en “un lugar” donde se apaga la violencia porque habita la mansedumbre. Entendí que la paz es el origen que precede a las heridas de la historia.
El conflicto árabe-israelí ha vuelto a recrudecerse desde el 7 de octubre pasado. La violencia y la muerte han regresado a Israel y Gaza y el miedo a los países vecinos. ¿Qué camino se puede seguir para alcanzar la paz?
La conciencia de ser una superviviente de una guerra que ha ensangrentado el Líbano durante muchos años y que ha regresado de alguna forma en este último escenario de guerra terrible. En la guerra no te puedes escorar con uno u otro bando o armar a uno más que al otro. Esto solo lleva a aumentar continuamente el infierno de la guerra y a crear otros focos. En la guerra solo es posible ponerse del lado de las personas que forman cada una de las partes. Solo es posible ponerse del lado de la vida.
de Maria Giuseppina Buonanno
Periodista de «Oggi»