«Custodiar, escuchar y cuidar». Esta es la triple indicación sugerida por el Papa Francisco a los participantes en el primer Encuentro nacional de los Servicios y de los Centros de escucha territoriales para la protección de los menores y de los más vulnerables, recibidos la mañana del sábado 18 de noviembre, en la Sala Clementina. La asamblea, promovida por la cei , tiene lugar en la iii Jornada de oración de la Iglesia italiana por las víctimas y los supervivientes de los abusos, que tiene por tema «La belleza herida. «Curaré tu herida y te curaré de tus llagas» (Jr 30, 17). Publicamos, a continuación, el discurso pronunciado por el Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Saludo al cardenal Zuppi, a monseñor Baturi y a monseñor Ghizzoni, y os saludo a todos vosotros, referentes diocesanos y regionales de los servicios de protección de menores y de los centros de escucha. Vosotros representáis el compromiso de la Iglesia en Italia en la promoción de una cultura de protección para los menores y los más vulnerables. Os doy la bienvenida al final de vuestro primer encuentro nacional, en el día en que, por tercer año, todas las comunidades eclesiales de Italia participan en la oración, en la petición de perdón y en la sensibilización sobre esta dolorosa realidad. Esto es importante: la implicación de todo el pueblo de Dios. Y también les felicito por haber respondido con prontitud a la invitación con el informe sobre su red territorial. Gracias.
Para esta cita habéis elegido como tema La belleza herida. “Curaré tu herida y te curaré de tus llagas” (Jr 30, 17). En vuestro servicio, dejaos guiar por esta certeza anunciada por el profeta Jeremías: el Señor está listo para curar cualquier herida, incluso la más profunda. Para que esto suceda, sin embargo, es necesaria nuestra conversión y el reconocimiento de nuestras deficiencias. No podemos detenernos en la acción de protección de los menores y de los vulnerables y, al mismo tiempo, de lucha contra toda forma de abuso, sexual, de poder o de conciencia. En este sentido, me gustaría sugerir tres verbos, de los que extraer orientación para cada iniciativa: custodiar, escuchar y curar.
En primer lugar, custodiar: participar activamente en el dolor de las personas heridas y hacer que toda la comunidad sea responsable de la protección de los menores y de los más vulnerables. Toda la comunidad cristiana, en la riqueza de sus componentes y competencias, debe participar, porque la acción de tutela es parte integrante de la misión de la Iglesia en la construcción del Reino de Dios. Custodiar significa orientar el propio corazón, la propia mirada y el propio trabajo en favor de los más pequeños e indefensos. Es un camino que requiere una renovación interior y comunitaria, en la justicia y en la verdad. Quien custodia, quien custodia el propio corazón, sabe que «ningún silencio u ocultamiento puede ser aceptado en tema de abusos» -esta no es materia negociable-; y sabe también que es importante «perseguir la comprobación de la verdad y el restablecimiento de la justicia dentro de la comunidad eclesial, incluso en aquellos casos en los que determinados comportamientos no sean considerados delitos por la ley del Estado, sino que lo sean por la normativa canónica» (cf. cei - cism , Líneas Guía para la tutela de los menores y de las personas vulnerables). Custodiar quiere decir también prevenir las ocasiones de mal, y esto solo es posible a través de una constante actividad de formación, dirigida a difundir sensibilidad y atención a la protección de los más frágiles. Y esto también es importante fuera de nuestro mundo eclesiástico. Piensen que, según las estadísticas mundiales, entre el 42 y el 46 por ciento de los abusos se hacen en la familia o en el barrio. Cállate, se cubre todo: los tíos, los abuelos, los hermanos, todo. Luego, en el mundo del deporte, luego en las escuelas, y así sucesivamente.
El segundo elemento es escuchar. Para custodiar es necesario saber escuchar, dejando de lado toda forma de protagonismo e interés personal. Escuchar es un movimiento del corazón y también es una opción fundamental para poner en el centro de todas nuestras acciones a quienes han sufrido o están sufriendo y a quienes son más frágiles y vulnerables. Pensemos en Jesús que acoge a los niños y a todos los “pequeños” (cf. Mt 19, 14). Escuchar a las víctimas es el paso necesario para hacer crecer una cultura de prevención, que se concreta en la formación de toda la comunidad, en la implementación de procedimientos y buenas prácticas, en la vigilancia y en la claridad de la acción que construye y renueva la confianza. Solo escuchar el dolor de las personas que han sufrido estos terribles crímenes abre la solidaridad y empuja a hacer todo lo posible para que el abuso no se repita. Esta es la única manera de compartir realmente lo que ha sucedido en la vida de una víctima, para que se sienta interpelado a una renovación personal y comunitaria. Estamos llamados a una reacción moral, a promover y a testimoniar la cercanía hacia aquellos que han sido heridos por un abuso. Saber escuchar es cuidar de las víctimas. «Reparar los tejidos desgarrados por la historia es un acto redentor, es el acto del Siervo que sufre, que no ha evitado el dolor, sino que ha tomado sobre sí toda culpa (cf. Is 53,1-14). Este es el camino de la reparación y de la redención: el camino de la cruz de Cristo» (Discurso a los miembros de la Pontificia Comisión para la Protección de los Menores, 5 de mayo de 2023).
Solo recorriendo el camino de la custodia y de la escucha es posible curar. En este tiempo se ha difundido la cultura del descarte, al contrario de lo que dice el Evangelio; nuestras comunidades deben ser una saludable provocación para la sociedad, en su capacidad de hacerse cargo de los errores del pasado y de abrir nuevos caminos. La “curación” de las heridas es también obra de justicia. Precisamente por esta razón es importante perseguir a quienes cometen estos crímenes, aún más si se llevan a cabo en contextos eclesiales. Y ellos mismos tienen el deber moral de una profunda conversión personal, que conduzca al reconocimiento de su infidelidad vocacional, a la reanudación de la vida espiritual y a la humilde petición de perdón a las víctimas por sus acciones.
Por lo tanto, expreso mi aprecio por las realidades que representáis, servicios para la protección de los menores y centros de escucha, difundidos en todo el país como lugares a los que referirse para ser escuchados. Seguid haciendo todo lo posible. Y también cuida algo muy malo que pasa, que son las películas pornográficas que usan los niños. Esto sucede, de hecho, está al alcance de cualquiera que pague, en el teléfono. ¿Dónde se hacen estas películas? ¿En qué país? Por favor, hay que trabajar en esto: es una lucha que tenemos que hacer porque se difunde en los teléfonos lo más feo. Continúen haciendo todo lo posible para que todos los que han sido heridos por la llaga de los abusos puedan sentirse libres de dirigirse con confianza a los Centros de Escucha, encontrando esa acogida y ese apoyo que puedan calmar sus heridas y renovar la confianza traicionada. Cuidar es compartir pasión eclesial y competencias con el compromiso de formar al mayor número posible de agentes pastorales. Así se promueve un verdadero cambio cultural que ponga en el centro a los más pequeños y vulnerables de la Iglesia y de la sociedad. Esta acción eclesial vuestra puede favorecer el crecimiento de la atención en toda la sociedad italiana sobre esta plaga que, lamentablemente, afecta a muchos, demasiados, menores y adultos.
Los resultados de la encuesta sobre las actividades de los Servicios y Centros que hoy me habéis entregado ponen de manifiesto precisamente el bien que sabéis hacer en el territorio, haciéndoos cercanos a quien ha sufrido una herida lacerante. Lo que estáis haciendo es valioso tanto para las víctimas como para toda la comunidad eclesial. De estas páginas emerge el testimonio de un compromiso constante y compartido. Este es el camino para crear confianza, la confianza que conduce a una renovación real.
Por último, deseo agradecerles el apoyo que están brindando a otras Conferencias Episcopales; así como el apoyo a los planes de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores hacia aquellos países, especialmente en desarrollo, que tienen pocos recursos para la prevención y la implementación de políticas de protección.
¡Adelante! Estoy cerca de vosotros en vuestro trabajo y os bendigo de corazón. Rezo por vosotros, porque vuestro trabajo no es fácil; y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí, ¡porque también mi trabajo no es fácil! Gracias.