Paz por las poblaciones de Myanmar, Ucrania, Palestina e Israel: la invocó el Papa en el Ángelus del día 19 de noviembre. Asomándose a la ventana del Estudio privado del Palacio apostólico vaticano, antes de recitar la oración mariana con los veinte mil fieles presentes en la plaza de San Pedro y con los que le seguían a través de los medios de comunicación, el Pontífice había comentado la parábola de los talentos contenida en el pasaje evangélico del xxxiii domingo del Tiempo ordinario.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio nos presenta la parábola de los talentos (cf. Mt 25,14-30). Un señor se va de viaje y confía a sus siervos sus talentos, es decir, sus bienes, un “capital”: los talentos eran una unidad monetaria. Los distribuye en base a las capacidades de cada uno. Al regreso les pide cuentas sobre lo que han hecho. Dos de ellos han redoblado lo que habían recibido y el señor les alaba, mientras que el tercero, por miedo, ha enterrado su talento y puede solo devolverlo, razón por la que recibe un severo reproche. Mirando a esta parábola, podemos aprender dos modos diversos de acercarnos a Dios.
El primer modo es el de aquel que entierra el talento recibido, que no sabe ver las riquezas que Dios le ha dado: él no se fía ni del señor ni de sí mismo. De hecho, dice a su señor: «Sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces» (v. 24). Frente a él siente miedo. No ve el aprecio, no ve la confianza que el señor deposita en él, sino que ve solamente el modo de actuar de un patrón que pretende más de lo que da, de un juez. Esta es su imagen de Dios: no es capaz de creer en su bondad, no es capaz de creer en la bondad del Señor hacia nosotros. Por eso se bloquea y no se deja implicar en la misión recibida.
Veamos entonces el segundo modo, en los otros dos protagonistas, que corresponden la confianza de su señor confiando a su vez en él. Estos dos invierten todo lo que han recibido, incluso si no saben al principio si todo irá bien: estudian, ven las posibilidades y con prudencia buscan lo mejor; aceptan el riesgo de jugársela. Se fían, estudian y se arriesgan. Así tienen el valor de actuar con libertad, de modo creativo, generando nueva riqueza (cf. vv. 20-23).
Hermanos y hermanas, esta es la disyuntiva que tenemos delante de Dios: miedo o confianza. O tienes miedo delante de Dios o tienes confianza en el Señor. Y nosotros, como los protagonistas de la parábola, – todos nosotros – hemos recibido unos talentos, todos, más valiosos que el dinero. Pero mucho de cómo los invertimos depende de la confianza en el Señor, que nos libera el corazón, nos hace ser activos y creativos en el bien. No olvidemos esto: la confianza libera, siempre, el miedo paraliza. Recordemos: el miedo paraliza, la confianza libera. Esto vale también en la educación de los hijos. Y preguntémonos: ¿Creo que Dios es padre y me confía dones porque se fía de mí? Y yo, ¿confío en Él hasta el punto de jugármela sin desanimarme, incluso cuando los resultados no son seguros ni se dan por descontado? ¿Sé decir cada día en la oración: “Señor, yo confío en ti, dame la fuerza de avanzar; me fío de ti, de las cosas que me has dado; dime cómo llevarlas adelante”? Por último, también como Iglesia: ¿cultivamos en nuestros ambientes un clima de confianza, de aprecio recíproco, que nos ayude a avanzar juntos, que desbloquee a las personas y estimule la creatividad del amor en todos? Pensemos.
Y que la Virgen María nos ayude a vencer el miedo – ¡nunca tengáis miedo de Dios! Temor sí, miedo no – y a fiarnos del Señor.
Después del Ángelus el Papa recordó la beatificación en Sevilla, el día anterior, de los mártires de la persecución religiosa en la guerra civil española, y «cristianos que en nuestro tiempo son discriminados por su fe»; después lazó los llamamientos por la paz en los países que sufren por violencias y guerras. A continuación saludó a los presentes después de haber hablado de la Jornada Mundial de los pobres, de la dedicada a las víctimas de la calle y la de la pesca que se celebra el martes 21.
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer en Sevilla fueron beatificados Manuel González-Serna, sacerdote diocesano y los diecinueve compañeros presbíteros y laicos, asesinados en 1936, en el clima de persecución religiosa de la guerra civil española. Estos mártires dieron testimonio a Cristo hasta el final. Que su ejemplo reconforte a los muchos cristianos que en nuestro tiempo son discriminados por su fe. ¡Un aplauso para los nuevos beatos!
Renuevo la cercanía a la querida población de Myanmar, que desafortunadamente continúa sufriendo a causa de violencias y agresiones. Rezo para que no se desanime y confíe siempre en la ayuda del Señor. Y, hermanos y hermanas, continuemos rezando por la martirizada Ucrania – veo las banderas aquí – y por las poblaciones de Palestina e Israel. La paz es posible. Hace falta buena voluntad. La paz es posible. ¡No nos resignemos a la guerra! Y no olvidemos que la guerra siempre, siempre, siempre es una derrota. Solamente ganan los fabricantes de armas.
Hoy celebramos la vii Jornada Mundial de los Pobres, que este año tiene por tema «No apartes tu rostro del pobre» (Tb 4,7). Agradezco a todos lo que en las diócesis y en las parroquias han llevado a cabo iniciativas de solidaridad con las personas y las familias que afrontan dificultadas para salir adelante.
Y en este día recordemos también a todas las víctimas de la carretera: recemos por ellos, por sus familiares y comprometámonos para prevenir los accidentes.
Deseo mencionar además la Jornada Mundial de la Pesca, que se celebrará pasado mañana.
Os saludo con afecto a todos vosotros, peregrinos de Italia y de otras partes del mundo. Saludo a los fieles de Madrid, de Ibiza y de Varsovia, y a los miembros del Consejo de la Unión Mundial de Profesores Católicos. Saludo a los grupos de Aprilia, San Ferdinando de Puglia y Sant’Antimo; a la Asociación FIDAS de Orta Nova, y a los participantes de las “Jornadas para compartir” del Movimiento Apostólico de Ciegos. Un saludo especial para la comunidad ecuatoriana de Roma, que celebra la Virgen del Quinche. Y un saludo a los muchachos de la Inmaculada.
Deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!