El don de la paz para Tierra Santa desgarrada por sufrimientos tremendos que golpean a tantos inocentes fue invocado de nuevo por el Papa la mañana del jueves 9 de noviembre, durante la audiencia a los miembros del Orden ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, recibidos en la Sala del Consistorio en conclusión de la Consulta de la institución, reunidos en Roma el lunes 6.
¡Señores cardenales, queridos hermanos en el episcopado, señores miembros del Gran Magisterio y Lugartenientes, hermanos y hermanas!
Os doy la bienvenida a todos vosotros, caballeros, damas y eclesiásticos que representáis la orden ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén. Dirijo un saludo particular al cardenal Fernando Filoni, Gran Maestro del Orden y extiendo mis sentimientos de gratitud y estima a todos los miembros del Orden dispersos en el mundo.
Os habéis reunido en Roma para la Consulta, que prevé el encuentro de los lugartenientes, de los delegados magistrales y este año también de los obispos grandes priores, para tratar el tema de la formación. Una formación necesaria para los candidatos aspirantes a entrar en la Orden; una formación permanente para los que ya participan en su vida y en su misión; y además la formación de aquellos que están llamados a redescubrir cargos de responsabilidad, con dos elementos: el espiritual, en la conciencia del alto compromiso moral asumido frente al Altar; y el relativo a la organización de las actividades y a la gestión administrativa de los recursos, para satisfacer de forma continua y adecuada las necesidades de Tierra Santa.
Formación inicial y permanente, práctica y espiritual: son cuatro líneas directivas que podemos ver representadas en el signo de la Cruz, que destaca claramente sobre vuestros mantos y que anima vuestra espiritualidad. Esta, con su brazo horizontal os recuerda el compromiso a hacer que la dedicación a Cristo crucificado y resucitado abrace toda vuestra vida, y en la caridad os haga cercanos a cada hermano y hermana; mientras que con el vertical, bien plantado en tierra y dirigido al cielo, os recuerda la irrenunciable complementariedad, en vuestro camino, entre vida de oración y servicio de los hermanos, atento, cualificado, bien enraizado en las realidades en las que trabajáis, dirigido al bien total de la persona (cfr Ef 3,17-19; S. Tomás de Aquino, Comm. in Ep. ad Eph., iii , lect. 5). En este sentido, los Estatutos que he aprobado constituyen la vía maestra en la que moverse en cuanto Orden laical, con una finalidad ya bien intuida por el beato Pío ix y después confirmada por sus sucesores: asociar hombres y mujeres que se comprometan por una más plena participación en la vida de la Iglesia, partiendo de esa Iglesia “Madre” de Jerusalén, según la enseñanza del apóstol Pablo (cfr 1 Cor 16,3), y abriéndose a todo el mundo. Con este soplo universal, estáis llamado a ser Orden que, fuerte en la propia identidad, participa en el misterio de la caridad en el mundo más hermoso, abierto y disponible, preparado para asumir esos servicios que el Señor requiere a través de las necesidades de los hermanos: desde la educación de la infancia en las escuelas a la solidaridad concreta con las categorías más frágiles, como los ancianos, los enfermos, los refugiados. Recordemos aquí, siempre, diría el “estribillo” que el Señor hace decir a todos los profetas en el Antiguo Testamento: la viuda, el huérfano y el extranjero; la viuda, el huérfano y el extranjero. Este cuidado que nosotros debemos tener.
El Sepulcro vacío, del que por vocación desde hace siglos os comprometéis para ser Custodios especiales, es en este sentido sobre todo signo del amor sin confines del Crucificado, que no tiene nada para sí y que por eso no puede ser detenido por los lazos de la muerte; es signo de la victoria del Resucitado en el que también nosotros encontramos la vida (cfr Rm 6,8-9) y del poder del Misterio de su Cuerpo y de su Sangre que nos une a todos como sus miembros (cfr 1 Cor 10,17). Formar y formarse, al inicio del camino de Investidura y para toda la vida. La formación es para toda la vida. Formar y formarse en una caridad universal e inclusiva. Estudiar en esta óptica la historia de vuestra Orden y, en un contexto de escucha y de oración, aplicaros a adquirir las competencias para responder a las necesidades del prójimo: este es un gran servicio que podéis hacer hoy a la Iglesia y al mundo. En toda época, también en la nuestra marcada por el paradigma tecnocrático, hay mucha necesidad de gente que practique la caridad con inteligencia y fantasía. Os exhorto por tanto a seguir con este estilo vuestra obra y a transmitirlo fielmente en las varias fases de la formación.
Antes de concluir, quiero dirigir junto a vosotros el pensamiento a Tierra Santa. Lamentablemente somos testigos de una tragedia que se desarrolla precisamente en los lugares en los que el Señor vivió, en los que enseñó a través de su humanidad a amar, a perdonar y hacer el bien a todos. Y sin embargo lavemos desgarrados por los tremendos sufrimientos que golpean sobre todo a tantos inocentes, tantos inocentes muertos. Por eso estoy espiritualmente unido a vosotros, que ciertamente vivís este encuentro de la Consulta compartiendo el gran dolor de la Iglesia Madre de Jerusalén e implorando el don de la paz.
Queridos hermanos y hermanas, la Virgen María invocada por vosotros con el título de Reina de Palestina, os asista siempre en vuestra misión. De corazón os bendigo, bendigo a todos los miembros de la Orden con sus familias. Y os pido, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.