La pobreza es «la guardiana» de la vida consagrada. Lo recordó el Papa a los participantes del 25º capítulo general de las Hermanas Educadoras de Nuestra Señora, recibidas en audiencia la mañana del lunes 13 de noviembre, en la sala clementina.
¡Queridas hermanas, buenos días!
Os doy mi bienvenida a todas vosotras, con ocasión de vuestro 25ª Capítulo General, que se celebra aquí en Roma. Os reunís para dar gracias a Dios por sus bendiciones del pasado y del presente y para discernir el camino futuro de vuestra Congregación. Lo hacéis trayendo inspiración de la herencia de vuestra Fundadora, la Beata Teresa de Jesús Gerhardinger, de la que el 17 de noviembre, último día del Capítulo, se celebra el aniversario de la beatificación. ¿Y cómo va la causa de canonización?
La vida de la beata Teresa fue un testimonio de fe transformador, de valentía en el crear nuevas vías y de dedicación a la educación de los jóvenes. Su pedagogía quería ser integral: junto a la instrucción intelectual comprendía también el cuidado del espíritu y la formación de personas compasivas, responsables y centradas en Cristo, es decir la formación del corazón, para tener compasión. Tras sus huellas, vosotras habéis proseguido a lo largo de estos tres caminos de la educación, del servicio y de la espiritualidad. Como se lee en vuestras Constituciones, la Beata Teresa “fundaba la congregación sobre la Eucaristía, la anclaba a la pobreza y la dedicaba a María” (cfr nn. 17-18). Me gusta esto: anclar en la pobreza. Sin la verdadera pobreza, no hay vida religiosa. La pobreza es la que custodia la vida consagrada. Y no solo es una virtud, no, es la guardiana. No olvidar esto. Este firme fundamento ha permitido a las School Sisters of Notre Dame ir a todo el mundo y testimoniar el Evangelio, haciendo visible Cristo a través de vuestra presencia, plena de fe, esperanza y caridad (cfr Constituciones, n. 4).
El tema que habéis elegido para vuestro Capítulo General: “Ser testigos proféticos para una comunión universal”, es de gran importancia en el contexto de nuestros tiempos. Las Escrituras nos ofrecen numerosas referencias a la vocación profética de individuos y comunidades que han promovido la comunión entre los diferentes miembros del santo Pueblo fiel de Dios. Pienso, por ejemplo, en el profeta Jeremías, cuya misión ha sido unirse al pueblo de Israel en su sufrimiento para ayudarlo a reconocer y a responder al amor de Dios que siempre quiere hacer alianza. Pensemos también en san Pablo, que recordaba a los primeros cristianos de Roma que «así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo» (Rm 12,5). De hecho, vuestro carisma de “conducir a todos a la unidad para que la Cristo fue enviado” está fundada en el deseo de Jesús de la unidad entre todos los que creen en Él (cfr Jn 17,11).
Como mujeres que profesan los consejos evangélicos, vosotras sois desde hace mucho tiempo pioneras en el abrazar la dimensión profética de la vida consagrada, que «es memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos» (Exhort. ap. Vita consecrata, 22). Y vuestra dedicación es signo, además que del don que habéis hecho de vosotras mismas al Señor, también de vuestra disponibilidad a servir, en Él, todos nuestros hermanos y hermanas.
Mientras ahora reflexionáis sobre nuevas vías para el camino de vuestra Congregación, permaneciendo siempre enraizadas en la sólida base puesta por la Fundadora, os animo a seguir siendo testigos valientes de la solidaridad evangélica, en un tiempo en el cual muchos experimentan fragmentación y desunión. Esta responsabilidad asume aún mayor importancia a la luz del camino sinodal que toda la Iglesia está realizando. Vuestro Capítulo es un momento propicio para escuchar más atentamente al Espíritu Santo y para escucharos mutuamente, con el fin de mejorar los vínculos que os unen como hermanas y como miembros del Cuerpo de Cristo.
Y quisiera subrayar esto: escuchar. A nosotros nos gusta hablar siempre, a todos. Y no solo a las mujeres, también a nosotros. A todos. Pero es tan difícil aprender a escuchar. El Señor nos habla también a través de los otros. Escuchar a los otros, y no, mientras el otro habla, pensar: “¿Qué responderé?”. No. Escuchar: que llegue al corazón y después, si siento que tengo que responder, respondo. Escuchar es precisamente una virtud que nosotros debemos hacer crecer en nuestras comunidades, en la vida consagrada. Escuchar al Señor, pero escuchar a los hermanos y a las hermanas. Esto es muy importante.
Queridas hermanas, os doy las gracias por vuestra visita. Que el Espíritu Santo os conceda sus dones en abundancia, para que las deliberaciones y las decisiones del Capítulo puedan llevar mucho fruto en la vida de vuestra comunidad. Y habrá fruto si vosotras sabéis escuchar. La Virgen María, Madre de la Iglesia, os proteja, os ayude y sea vuestra guía segura en el camino. Os bendigo de corazón a vosotras y a todas vuestras hermanas dispersas por el mundo. ¿Cuántas son? ¿Cuántas hermanas? [Responden: “1900”] ¿1900? ¡Saludadlas a todas! 1900 besos. Os bendigo de corazón a todas vosotras y a todas vuestras hermanas, y os pido, por favor, que recéis por mí, porque lo necesito.