Encuentros
El último libro de Marinella Perroni lleva por título, “Leadership religiose: la parola alle donne. Sette testimonianze” (Liderazgo de religiosas: Palabra de siete mujeres).
Una de las siete es la propia Perroni, biblista católica y miembro del comité directivo de estas publicaciones, que explica: “Mi historia como creyente está dentro de mi historia dentro de la Iglesia italiana que, a su vez, está dentro de la historia de la Iglesia católica romana que está dentro de la historia de las Iglesias, que está, una vez más, dentro de la historia del mundo. O, si se prefiere, es la historia de una teóloga católica que crece y madura inmediatamente después de un Concilio, el Vaticano II, que empujó a la Iglesia Católica Romana a salir de la etapa secular del tridentinismo. Es también una página en la historia de las mujeres creyentes de todas las Iglesias y que solo puede leerse e interpretarse dentro de la historia de un mundo cambiante”.
Perroni reúne a otras seis mujeres: la investigadora judía Miriam Camerini, que se prepara para ser rabino en la escuela Har'El de Jerusalén, una de las primeras academias rabínicas ortodoxas abiertas también a las mujeres; la pastora bautista Elizabeth E. Green; la obispo vetero-católica y biblista, Teodora Tosatti; la profesora de budismo tibetano Carla Gianotti; la pastora valdense Letizia Tomasone; y la islamóloga Marisa Iannucci. Recogemos aquí una parte del testimonio de estas últimas.
Hoy, ¿qué significa para mí ser pastora? Por un lado, sigue existiendo un fuerte sentimiento de que aún no se ha llegado a una verdadera comunidad de mujeres y hombres libres de las limitaciones del patriarcado. El ministerio pastoral tiene una dimensión colectiva e individual al mismo tiempo. Funciona si la pastora forma parte de una red comunitaria y lleva a la comunidad con ella por el camino espiritual que propone. Responde a la Iglesia y la estimula a ser más fuerte y más atenta, llena de solicitud y capaz de acogida. Sin embargo, la figura pastoral también tiene la incómoda función de mantener las puertas abiertas, de no conformarse con la repetición, que esteriliza cualquier práctica. A menudo, la conciencia de la brecha entre la teología feminista y la realidad de la Iglesia crea dificultades y discrepancias.
La definición que siempre he sentido más mía, a veces con el sufrimiento del conflicto, otras como una bendita posibilidad, es la que da la teóloga Rosemary Radford Ruether de la feminista cristiana como una “residente extranjera”. Una extranjera en su propia casa que se da cuenta de los límites y problemas y, precisamente, por ese difícil equilibrio puede abrir nuevas perspectivas, aunque tenga que pagar el precio. Todavía busco la comunidad que me haga sentir como en casa. A veces, esta casa son los grandes eventos ecuménicos internacionales en los que nos reconocemos entre mujeres y pastoras que están dando pasos similares para deconstruir el patriarcado. Se reconoce la valentía de las demás, lo que te hace reflexionar sobre la tuya. Se inventan formas nuevas y creativas de experimentar la libertad femenina en el Espíritu. Se encuentra apoyo y se construyen alianzas ante posibles retrocesos en materia de derechos y libertades de las mujeres.
Otras veces son encuentros entre mujeres de diferentes generaciones y culturas, como ocurre en Italia en el ámbito de las organizaciones evangélicas femeninas que se entrelazan en los caminos de las inmigrantes evangélicas de primera y segunda generación y de mujeres italianas. Todas todavía luchan por valorar su presencia en la Iglesia, pero saben que ya han recibido su valor ante Dios. La fe común les permite expresarse con libertad y alegría en estos encuentros entre mujeres, que suscitan la fuerza que las propias mujeres llevarán luego al ámbito mixto de las Iglesias. Aún queda mucho camino por recorrer, el camino ha comenzado y la transformación de los corazones y de las existencias, - de las que siempre hablamos como fruto del Espíritu divino o de la Sabiduría divina -, está operando entre nosotras y en nosotras.
de Letizia Tomasone