La economía «que mata, que excluye, que contamina, que produce guerra, no es economía» sino más bien «una perversión de la economía misma y de su vocación». Lo escribe el Papa en el mensaje enviado a los participantes del iv encuentro anual de “The Economy of Francesco”, que se celebró en modalidad online en Asís el viernes 6 de octubre.
Queridas y queridos jóvenes,
es hermoso encontraros un año después del evento de Asís y saber que vuestro trabajo para reanimar la economía va adelante con frutos, entusiasmo y compromiso.
A menudo me habéis escuchado decir que la realidad es superior a la idea [1]. Y sin embargo las ideas inspiran y hay una que, desde que era un joven estudiante de teología, me fascina. En latín se llama la coincidentia oppositorum, es decir la unidad de los opuestos. Según esta idea la realidad está hecha de polos opuestos, de parejas que están en oposición entre ellas. Algunos ejemplos son el grande y el pequeño, la gracia y la libertad, la justicia y el amor, etc. ¿Qué hacemos con estos opuestos? Sí, se puede intentar elegir uno de los dos y eliminar el otro. O, como sugerían los autores que estudiaba, en el intento de conciliar los opuestos, se podría hacer una síntesis, evitando cancelar un polo u el otro, para resolverlos en un plano superior, pero donde la tensión no se elimina.
Queridos jóvenes, cada teoría es parcial, limitada, no puede pretender encerrarse o resolver completamente los opuestos. Así es también todo proyecto humano. La realidad siempre se escapa. Entonces, como joven jesuita, esta idea de la unidad de los opuestos me parecía un paradigma eficaz para entender el rol de la Iglesia en la historia. Pero si lo pensáis bien, es útil entender qué sucede en la economía de hoy. Grande y pequeño, pobreza y riqueza y muchos otros opuestos están también en economía. Economía son los puestos del mercado, así como los centros de la finanza internacional; y está la economía concreta hecha de rostros, miradas, personas, pequeños puestos y empresas, y está la economía tan grande que parece abstracta de las multinacionales, de los Estados, de los bancos, de los fondos de inversión; está la economía del dinero, de los bonus y de los sueldos altísimos junto a una economía del cuidado, de las relaciones humanas, de sueldos demasiado bajos para poder vivir bien. ¿Dónde está la coincidencia entre estos opuestos? Esta se encuentra en la naturaleza auténtica de la economía: ser lugar de inclusión y cooperación, generación continua de valor de crear y circular con los otros. El pequeño necesita del grande, el concreto del abstracto, el contrato del don, la pobreza de la riqueza compartida.
Sin embargo, no lo olvidemos, hay oposiciones que no generan en absoluto una armonía. La economía que mata no coincide con una economía que hace vivir; la economía de las enormes riquezas para pocos no se armoniza desde el propio interior con los demasiados pobres que no tienen cómo vivir; el gran negocio de las armas no tendrá nunca nada en común con la economía de la paz; la economía que contamina y destruye el planeta no encuentra ninguna síntesis con la que lo respeta y lo custodia.
El corazón de la nueva economía por la que trabajáis está precisamente en estas conciencias. La economía que mata, que excluye, que contamina, que produce guerra, no es economía: otros la llaman economía, pero es solo un vacío, una ausencia, es una enfermedad, una perversión de la economía misma y de su vocación. Las armas producidas y vendidas para las guerras, los beneficios hechos en la piel de los más vulnerables e indefensos, como quien deja la propia tierra buscando un futuro mejor, la explotación de los recursos y de los pueblos que roban tierras y salud: todo esto no es economía, no es un polo bueno de la realidad, para mantener. Es solo prepotencia, violencia, es solo una estructura depredadora de la que liberar a la humanidad.
Quisiera proponeros una segunda idea que me importa mucho, unida a lo que acabamos de decir sobre tensiones internas en la economía: la economía de la tierra y la economía del camino. La economía de la tierra viene del primer significado de la palabra economía, el del cuidado de la casa. La casa no es solo el lugar físico donde vivimos, sino que es nuestra comunidad, nuestras relaciones, son las ciudades que habitamos, nuestras raíces. Por extensión, la casa es el mundo entero, el único que tenemos, encomendado a todos nosotros. Por el solo hecho de haber nacido estamos llamados a convertirnos en custodios de esta casa común y, por tanto, hermanos y hermanas de todo habitante de la tierra. Hacer economía significa cuidar de la casa común, y esto no será posible si no tenemos ojos entrenados a ver el mundo a partir de las periferias: la mirada de los excluidos, de los últimos. Hasta ahora la mirada a la casa que se ha impuesto ha sido la de los hombres, de los varones, en general occidentales y del norte del mundo. Hemos dejado fuera durante siglos – entre los otros – la mirada de las mujeres: si hubieran estado presentes, nos habrían hecho ver menos mercancías y más relaciones, menos dinero y más redistribución, más atención a quien tiene y a quien no tiene, más realidad y menos abstracción, más cuerpo y menos chismorreos. No podemos seguir excluyendo miradas diferentes de la praxis y de la teoría económica, así como de la vida de la Iglesia. Por esto, una alegría mía especial es ver cuántas mujeres jóvenes son protagonistas de Economy of Francesco. La economía integral es la que se hace con y para los pobres – en todas las maneras en las que se es pobre hoy – los excluidos, los invisibles, los que no tienen voz para hacerse escuchar. Debemos encontrarnos ahí, en las fallas de la historia y de la existencia y, para quien se dedica al estudio de la economía, también en las periferias del pensamiento, que no son menos importantes. Entonces preguntémonos: ¿cuáles son hoy las periferias de la ciencia económica? No basta un pensamiento sobre y para los pobres, sino con los pobres, con los excluidos. También en la teología hemos “estudiado a los pobres” demasiadas veces, pero hemos estudiado poco “con los pobres”: como objeto de la ciencia se deben convertir en sujetos, porque cada persona tiene historias que contar, tiene un pensamiento sobre el mundo: la primera pobreza de los pobres es ser excluidos del poder opinar, excluidos de la misma posibilidad de expresar un pensamiento considerado serio. Se trata de dignidad y respeto, demasiado a menudo negado.
Esta es entonces la economía del camino. Si miramos la experiencia de Jesús y de los primeros discípulos es la del “Hijo del hombre que no sabe dónde apoyar la cabeza” (Lc, 9). Uno de los más antiguos modos de describir a los cristianos era: “los del camino”. Y cuando Francisco de Asís, al que queremos tanto, inició su revolución también económica en nombre del Evangelio, se volvió mendicante, errante: se puso a caminar, dejando la casa de su padre Bernardone. ¿Qué camino, entonces, para quien quiere renovar la economía desde las raíces? El camino de los peregrinos desde siempre es arriesgado, entrelazado de confianza y de vulnerabilidad. Quien lo emprende debe reconocer enseguida su dependencia de los otros, a lo largo del camino: así, vosotros comprenderéis que también la economía es mendicante de las otras disciplinas y saberes. Y como el peregrino sabe que su viaje será polvoriento, así vosotros sabéis que el bien común requiere un compromiso que ensucia las manos. Solo las manos sucias saben cambiar la tierra: la justicia se vive, la caridad se encarna y, solidarios en los desafíos, en ellos se persevera con valentía. Ser economistas y empresarios “de Francisco” hoy significa ser necesariamente mujeres y hombre de paz: no darse paz por la paz.
Queridos jóvenes, no tengáis miedo de las tensiones y de los conflictos, buscad habitarlos y humanizarlos, cada día. Os encomiendo la tarea de custodiar la casa común y tener la valentía del camino.
Es difícil, pero sé que vosotros podéis hacerlo porque ya lo estáis haciendo. Sé que no es inmediato insertar vuestros esfuerzos y compartir vuestros sueños dentro de vuestras Iglesias y entre las realidades económicas de los territorios que habitáis. La realidad parece ya configurada, a menudo impermeable como un terreno sobre el que no llueve desde hace demasiado tiempo. Que no os falten paciencia e inventiva para dejaros conocer y para establecer conexiones cada vez más estables y fecundas. El deseo de un mundo nuevo está más difundido de lo que parece. No os cerréis en vosotros mismos: los oasis en el desierto son lugares en los que todos deben poder acceder, cruces en los que pararse y de los que volver a partir diferentes. Permaneced por tanto abiertos y buscad con determinación y entusiasmo a vuestros colegas, vuestros obispos, vuestros conciudadanos. Y en esto, os repito, los pobres estén con vosotros. Dad voz y dad forma a un pueblo, porque la concreción de la economía y de las soluciones que estáis estudiando y experimentando involucran la vida de todos. Hay más espacio para vosotros del que aparece hoy. Os pido por tanto permanecer activamente unidos, construyendo en temas operativos auténticos puentes entre los continentes, que lleven definitivamente fuera la humanidad de la era colonial y de las desigualdades. Dad rostros, contenido y proyectos a una fraternidad universal. Sed pioneros dentro de la vida económica y empresarial de un desarrollo humano integral.
Confío en vosotros, y, no lo olvidéis nunca: os quiero mucho.
Francisco
[1] eg 217-237