Vivir «el carisma de la esperanza» para vencer «la seducción de la indiferencia» que aflige hoy al mundo: es la entrega encomendada por el Papa a los miembros de la asociación “Familia da Esperança”, recibidos en audiencia en el patio de San Damaso.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos!
Os doy las gracias de corazón por vuestra visita. Este año celebráis con alegría y gratitud los 40 años desde que recibisteis vuestro carisma específico, es decir la aventura de presentar al Señor Resucitado, origen y fin de nuestra esperanza, a los que lo necesitan. Y es muy hermoso vuestro carisma: ¡el carisma de la esperanza! Nunca tenéis que abandonar vuestra vocación de la esperanza, la más humilde de las virtudes teologales, pero la más cotidiana y la más “fuerte”.
En el Evangelio según Mateo, Jesús se nos presenta de este modo: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (25,35-36). Con estas palabras, el Señor se identifica con nuestros hermanos y hermanas más pobres, más necesitados, más sufrientes. Hace cuarenta años, vuestro carisma nación de la petición de ayuda de un joven que quería librarse de la dependencia de la droga: en él – y en todos aquellos que han venido después de él – habéis reconocido a Cristo que os decía: era esclavo de la droga y me habéis acogido, para llevarme nuevamente la esperanza y hacer entender que una nueva vida es posible. La llamada que Dios os hace, de llevar esperanza a aquellos que quizá ya no tienen un sentido en su vida, es una llamada a amarlo incondicionalmente en las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad social.
Uno de los grandes problemas del mundo de hoy es la indiferencia, “la seducción de la indiferencia”, como recordé en la encíclica Fratelli tutti. Vosotros, sin embargo, no os habéis quedado indiferentes delante del dolor que habéis visto en el rostro de tantos jóvenes, afligidos por grandes sufrimientos existencialistas, sobre todo de aquellos cuya vida estaba destruida por la droga y por otras dependencias. Os habéis hecho “prójimos”, es más “hermanos” de tantas personas que habéis recogido por la calle y, como en la parábola del buen samaritano, les habéis acompañado para curarles, sanarles y ayudarles a encontrar su dignidad.
Vosotros sabéis bien que llevar esperanza significa no solo ayudar a derrotar los vicios, a superar los traumas, a reencontrar el lugar en la familia y en la sociedad. Recordamos las palabras del Papa Benedicto xvi , cuando os visitó en Guaratinguetá, en 2007: «La reinserción en la sociedad constituye, sin duda, una prueba de la eficacia de vuestra iniciativa. Pero lo que más llama la atención, y confirma la validez del trabajo, son las conversiones, el reencuentro con Dios y la participación activa en la vida de la Iglesia». Vuestro carisma de la esperanza, como don suscitado en medio de vosotros por el Espíritu Santo, os lleva a cuidar de las personas en su integridad material y espiritual, cuerpo y alma. Este carisma está encomendado a todos vosotros. Los fundadores han sido instrumentos providenciales para que este don tomara forma, se consolidase, encontrase su sitio en la Iglesia y llegase a muchas personas. Después de 40 años, en la fidelidad a la inspiración original, nuevas personas son llamadas a asumirse la responsabilidad de preservar y de hacer fructificar este patrimonio espiritual que el Señor os ha encomendado. No hay que tener miedo de esta nueva fase. Vividla con humildad, con confianza y preservando la comunión espiritual entre vosotros. Y el Señor, que ha empezado con vosotros este camino, él permanecerá cerca de vosotros y lo hará realidad. Y también estoy muy agradecido por el trabajo que hacéis con sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, ayudándoles a superar los desafíos y los problemas de tipo psicológico que afectan a algunas personas consagradas a Dios. ¡Adelante con este gran trabajo, que es tan necesario en la Iglesia!
Queridos amigos, os deseo lo mejor para vuestro camino en la vía de la esperanza. La Virgen María os acompañe. Bendigo de corazón vuestra gran Familia y vuestra misión. Y os pido por favor que recéis por mí. ¡Gracias!