Después del saludo que le dirigió el cardenal arzobispo de Marsella al finalizar la celebración, antes de impartir la bendición final el Papa dirigió a los fieles presentes las siguientes palabras.
Muchas gracias, Eminencia, por sus palabras, y también muchas gracias a todos ustedes, hermanos y hermanas, por su presencia y oración: gracias.
Llegados al final de esta visita, deseo expresar mi gratitud por la calurosa acogida que me han dispensado, así como por todo el trabajo y los preparativos que llevaron a cabo.
Agradezco al señor Presidente de la República y, a través de él, dirijo un saludo cordial a todos los franceses y francesas. Saludo a la Señora Primer Ministro, que vino a recibirme al aeropuerto; saludo también a las Autoridades presentes, en particular al Alcalde de Marsella.
Y abrazo a toda la Iglesia Marsellesa, con sus comunidades parroquiales y religiosas, sus numerosas instituciones educativas y sus obras de caridad.
Esta arquidiócesis fue la primera del mundo en ser consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, en 1720, durante una epidemia de peste; por eso está en vuestra índole ser signos de la ternura de Dios, incluso en la actual “epidemia de indiferencia” ¡gracias por vuestro servicio manso y decidido, que testimonia la cercanía y la compasión del Señor!
Muchos de ustedes han venido desde distintas partes de Francia: merci à vous! Quisiera saludar a los hermanos y hermanas que han venido de Niza, acompañados por el obispo y el alcalde, y que han sobrevivido al terrible atentado del 14 de julio de 2016.
Recordemos en la oración a todos los que perdieron la vida en esa tragedia y en todos los actos terroristas perpetrados en Francia y en todas partes del mundo.
El terrorismo es cobarde. No nos cansemos de rezar por la paz en las regiones asoladas por la guerra, especialmente por el martirizado pueblo de Ucrania.
Un saludo lleno de afecto para los enfermos, los niños y los ancianos ―que son la memoria de la ciudad―; y un recuerdo especial para las personas necesitadas y para todos los trabajadores de esta ciudad; Jacques Loew, el primer sacerdote obrero de Francia, trabajó en el puerto de Marsella.
¡Que la dignidad de los trabajadores sea respetada, promovida y protegida!
Queridos hermanos y hermanas, llevaré en mi corazón los encuentros de estos días.
Que Notre Dame de la Garde vele sobre esta ciudad, mosaico de esperanza, sobre todas vuestras familias y sobre cada uno de ustedes.
Je vous bénis. S’il vous plaît, n’oubliez pas de prier pour moi. Ce travail n’est pas facil! Merci!
[Los bendigo a todos. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Este trabajo no es fácil ¡Gracias!]