Ser «apóstoles de paz» en la península coreana y en el mundo entero, como «compañeros de camino y testigos de reconciliación» porque «el futuro no se construye con la fuerza violenta de las armas, sino con esa mansa de la proximidad». Con estas palabras el Papa Francisco se ha dirigido a los cerca de 300 peregrinos coreanos recibidos en audiencia, en la mañana del sábado 16 de septiembre, en la Sala Clementina. La razón de la peregrinación es el aniversario del martirio de san Andrés Kim Taegon y la bendición de su estatua, instalada en una de los nichos externos de la basílica de San Pedro.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os doy la bienvenida, feliz de encontraros en el día del martirio de san Andrés Kim Taegon, que tuvo lugar hace 177 años, y con ocasión de la bendición de su estatua, instalada en uno de los nichos externos de la Basílica de San Pedro. Doy las gracias al Señor por el testimonio de vida y de fe de vuestro gran santo, y también por la vuestra, porque el pueblo coreano, cuando sigue a Jesucristo, da un hermoso testimonio. Y un agradecimiento especial va a todos aquellos que se han dedicado a la realización de este proyecto, en particular al cardenal Lazzaro - ¡es muy bueno! -, y a monseñor Mathias Ri Iong-hoon, presidente de la Conferencia Episcopal, y a los hermanos obispos de Corea. Saludo también cordialmente a las autoridades civiles presentes, los sacerdotes, las consagradas y los consagrados, y los fieles laicos: ¡habéis venido muchos como peregrinos de Corea y de otras partes del mundo! Expreso sentido reconocimiento al señor Joseph Han Jin-seop, a su consorte y a la profesora Maria Ko Jong-hee, que han esculpido su estatua.
En agosto de 2014 tuve la alegría de visitar vuestro país para encontrar a los jóvenes que participaban en la VI Jornada de la Juventud Asiática. En esa ocasión visité el Santuario del Solmoe, en la casa donde san Andrés Kim nació y pasó la infancia. Allí recé en silencio, de forma especial por Corea y por los jóvenes. Cuando pienso en la intensa vida de este gran santo, me vuelve en el corazón la frase de Jesús: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Son palabras que nos ayudan a leer con inteligencia espiritual la hermosa historia de vuestra fe, de la que san Andrés es semilla valiosa: él, primer sacerdote mártir coreano, asesinado cuando era joven poco después de haber recibido la ordenación.
Su figura nos invita a descubrir la vocación encomendada a la Iglesia coreana, a todos vosotros: estáis llamados a una fe joven, a una fe ardiente que, animada por el amor de Dios y del prójimo, se hace don. En tal sentido, con la profecía del martirio, la Iglesia coreana recuerda que no se puede seguir a Jesús sin abrazar su cruz y que no se puede proclamar ser cristianos sin estar dispuestos a seguir hasta el fondo el camino del amor.
Sobre san Andrés Kim quisiera decir otra cosa: tenía un gran ardor por la difusión del Evangelio. Se dedicó al anuncio de Jesús con nobleza de alma, sin echarse atrás ante los peligros y a pesar de muchos sufrimientos: basta pensar que también su abuelo y su padre fueron martirizados y que su madre fue obligada a vivir como una mendiga. Mirándole a él, ¿cómo no sentirnos exhortados a cultivar en el corazón el celo apostólico, a ser signo de una Iglesia que sale de sí misma para esparcir con alegría la semilla del Evangelio, también a través de una vida gastada por los otros, en paz y con amor? Y sobre esto yo quisiera subrayar una cosa: vosotros tenéis la gracia de tener muchas vocaciones sacerdotales; por favor, “echadles”, mandadles en misión, porque si no serán más los sacerdotes que la gente, y esto no está bien: que sean misioneros fuera. Yo tengo la experiencia de haberles visto en Argentina y hacen mucho bien vuestros misioneros: mandadles fuera, que los sacerdotes sean los necesarios, los otros que vayan como misioneros.
Vuestra Iglesia, que surge del laicado y está fecundada por la sangre de los mártires, se regenera sacando de sus raíces el impulso evangélico generoso de los testigos y la valoración del rol y de los carismas de los laicos. Desde este punto de vista, es importante ampliar el espacio de la colaboración pastoral, para llevar delante juntos el anuncio del Evangelio; sacerdotes, religiosas y religiosos, y todos los laicos: juntos, sin cerrarse. El deseo de donar al mundo la esperanza del Evangelio abre el corazón al entusiasmo, ayuda a superar muchas barreras. El Evangelio no divide, sino que une; impulsa a encarnarse y a hacerse prójimos dentro de la propia cultura, dentro de la propia historia, con mansedumbre y en espíritu de servicio, sin crear nunca contrastes, sino siempre edificando la comunión. Edificar la comunión. Reflexionad bien sobre esto.
Deseo pues invitaros a redescubrir vuestra vocación de “apóstoles de paz” en cada ámbito de la vida. Mientras Andrés Kim estudiaba teología en Macao, tuvo que asistir a los horrores de las guerras del opio; sin embargo, en ese contexto de conflicto, logró ser semilla de paz para muchos, dando prueba de su aspiración a encontrar a todos y a dialogar con todos. Es una profecía para la península coreana y para el mundo entero: es el estímulo para hacerse compañeros de camino y testigos de reconciliación; es el testimonio creíble de que el futuro no se construye con la fuerza violenta de las armas, sino con esa mansa de la proximidad. Encomendamos a san Andrés Kim el sueño de paz de la península coreana, que está siempre en mis pensamientos y en mi oración.
Como sabéis, he anunciado que Seúl será la sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en el 2027, en preparación de la cual deseo que os dediquéis con celo a la difusión de la Palabra de Dios. En particular, quisiera encomendar a la Iglesia coreana precisamente a los jóvenes. No obstante vuestra maravillosa historia de fe y el gran trabajo pastoral que lleváis adelante con entusiasmo, muchos jóvenes, también allí, se dejan seducir por falsos mitos de eficiencia y de consumismo, y fascinar por la ilusión del hedonismo. Pero el corazón de los jóvenes busca otra cosa, está hecho para horizontes más amplios: cuidad de ellos, buscadlos, acercaros a ellos, escuchadlos, anunciadles la belleza del Evangelio para que, interiormente libres, se conviertan en testigos alegres de verdad y de fraternidad.
Queridos hermanos y hermanas, muchas gracias de verdad por este encuentro. Rezo por vosotros e invoco la intercesión de san Andrés Kim y de los santos mártires coreanos, para que os protejan y os indiquen el camino. Os bendigo de corazón y, por favor, no olvidéis de rezar por mí. Gracias.