Al finalizar la misa, después del saludo dirigido «al noble pueblo chino», el Papa saludó a los presentes con estas palabras.
Gracias por sus palabras, Eminencia, y gracias por vuestro regalo. Usted ha dicho que en estos días han podido experimentar mi afecto hacia el Pueblo de Dios que peregrina en Mongolia. Es verdad, he venido a esta peregrinación con gran expectativa, con el deseo de encontrarme con ustedes y de conocerlos, y ahora agradezco a Dios por ustedes; porque, por medio de ustedes, Él se complace en realizar cosas grandes en la pequeñez. Gracias, porque son buenos cristianos y ciudadanos honestos. Sigan adelante, con mansedumbre y sin miedo, sintiendo la cercanía y el aliento de toda la Iglesia, y sobre todo la mirada tierna del Señor, que no se olvida de nadie y mira con amor a cada uno de sus hijos.
Saludo a los hermanos obispos, a los sacerdotes, consagrados y consagradas, y a todos los amigos que han venido de diferentes países, en particular de distintas regiones del inmenso continente asiático, en el que me siento honrado de estar y que abrazo con gran estima. Expreso un agradecimiento particular a las personas que colaboran con la Iglesia local, sosteniéndola espiritual y materialmente.
Durante estos días, significativas delegaciones del gobierno han estado presentes en cada evento. Agradezco al señor Presidente y a las demás autoridades por la acogida y la cordialidad, así como también por todo el trabajo de preparación que han realizado. He podido experimentar vuestra tradicional cordialidad: gracias.
Saludo de corazón, además, a los hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas y religiones. Sigamos creciendo juntos en la fraternidad, como semillas de paz en un mundo tristemente asolado por tantas guerras y conflictos.
Y quisiera dedicar un recuerdo agradecido a todos aquellos que han trabajado, tanto y desde hace tanto tiempo, para hacer hermoso y para hacer posible este viaje, y a cuantos lo han preparado con la oración.
Eminencia, nos ha recordado que la palabra "gracias" en lengua mongola deriva del verbo "alegrarse". Mi "gracias" está en sintonía con esta maravillosa intuición de la lengua local, porque está lleno de alegría. Es un "gracias" grande a ti, pueblo mongol, por el don de la amistad que he recibido en estos días, por tu auténtica capacidad de valorar también los aspectos más sencillos de la vida, de custodiar con sabiduría las relaciones y las tradiciones, de cultivar la cotidianidad con cuidado y atención.
La Misa es acción de gracias, "Eucaristía". Celebrarla en esta tierra me ha hecho recordar la oración del padre jesuita Pierre Teilhard de Chardin, elevada a Dios hace exactamente cien años, en el desierto de Ordos, no muy lejos de aquí. Dice así: «Me prosterno, Dios mío, ante tu Presencia en el Universo, que se ha hecho ardiente, y en los rasgos de todo lo que encuentre, y de todo lo que me suceda, y de todo lo que realice en el día de hoy, te deseo y te espero». El padre Teilhard trabajaba en investigaciones geológicas. Deseaba ardientemente celebrar la Santa Misa, pero no tenía consigo ni pan ni vino. Fue entonces cuando compuso su "Misa sobre el mundo", expresando su ofrenda de este modo: «Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, atraída por Ti, te presenta en esta nueva aurora». Y una oración similar había nacido ya en él durante la Primera guerra mundial, mientras estaba en el frente, ejerciendo como camillero. Este sacerdote, a menudo incomprendido, había intuido que «la Eucaristía se celebra, en cierto sentido —en cierto sentido—, sobre el altar del mundo» y que es «el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable» (Carta enc. Laudato si’, 236), incluso en un tiempo de tensiones y de guerras como el nuestro. Recemos hoy, por tanto, con las palabras del padre Teilhard: «Verbo resplandeciente, Potencia ardiente, Tú que amasas lo múltiple para infundirle tu vida, abate sobre nosotros, te lo ruego, tus manos poderosas, tus manos previsoras, tus manos omnipresentes».
Hermanos y hermanas de Mongolia, gracias por su testimonio, bayarlalaa! [¡gracias!]. Que Dios los bendiga. Están en mi corazón y permanecen en él. Acuérdense de mí, por favor, en sus oraciones y en sus pensamientos. Gracias.