Un puntito en la estepa. Así se siente al viajar a Mongolia. Aquí uno encuentra su justa posición en el mundo y en la vida. La fe vuelve a su esencialidad original, o al menos es provocada por este retorno. Nos encontramos pequeños, frágiles, y precisamente por eso también objeto de un amor incondicional que es puro don. La visita del Papa Francisco a Mongolia participa de esta gracia y la confirma con un plus que nos hace aún más humildes y agradecidos.
La pequeña comunidad católica local (unos 1.500 fieles mongoles) desea acoger esta gracia con toda la intensidad posible. Los fieles la están preparando en la perspectiva de una ayuda para crecer en la fe, para ser confirmados en la elección (para nada obvia) de ser amigos, discípulos y testigos de ese Señor que se preocupa por cada persona, perteneciente a cualquier cultura, a cualquier latitud.
Los misioneros y misioneras que trabajan aquí con tanta pasión y paciencia esperan recibir entre ellos al sucesor de San Pedro. Incluso la población mongola en general tiene curiosidad por ver a este líder espiritual, del que se habla desde hace mucho tiempo.
San Juan Pablo ii había esperado venir aquí en 2003. Pero será el Papa Francisco el primer Romano Pontífice en poner pie en la tierra del eterno cielo azul, como la llaman sus habitantes.
Desde los tiempos del Papa Inocencio iv (siglo xiii ) existe una relación directa con los mongoles. Se remonta a entonces la primera misión diplomática, llevada a cabo por el fraile de Umbría Giovanni di Pian del Carpine. La Santa Sede, por lo tanto, cuenta con una primacía a la que el Papa Francisco probablemente se referirá y que el presidente Khurelsukh también conoce muy bien. Tal vez también por esta razón, en julio de 2022 decidió formular la invitación formal, que el Santo Padre acogió inmediatamente con gratitud. El documento fue traído personalmente por una delegación oficial, que también participó en el Consistorio. Estaba escrito en la grafía antigua, la de arriba abajo, cifra de un pueblo que sabe estar siempre de pie, incluso en los momentos difíciles. Como los niños que se asoman desde los ger sin miedo a mirar a la cara también al huésped extranjero.
El Papa Francisco vendrá como peregrino e invitado, testigo de paz y promotor de fraternidad. Sus palabras seguramente serán escuchadas con atención, como cuando un viajero se detiene a refrescarse de un largo viaje y los habitantes de la ger le hacen sitio, sentándose alrededor de la estufa a escuchar su relato, con una taza humeante de té en la mano.
Creemos que el Papa Francisco apreciará la belleza de este país de vastas praderas, imponentes cadenas montañosas, claros lagos alpinos y extensiones desérticas. Un país con dos caras: la de la tradición nómada, todavía practicada por aproximadamente el 30% de la pequeña población (3.2 millones de habitantes) y la de la ciudad cambiante y a veces contradictoria, con los edificios brillantes del centro y la periferia desfavorecida que apuntala las colinas alrededor de la capital, Ulán Bator.
Tradición y novedad. También para la fe cristiana, aquí conocida ya en la antigüedad y luego matizada hasta casi perderse. En la trama de este hilo conductor se vislumbra algo muy positivo: una pequeña comunidad creyente, que vive en situación de marginalidad, con el deseo de continuar sembrando la buena semilla del bien; como a principios de los años noventa, cuando la Iglesia comenzó su silenciosa y fructífera labor de promoción humana, investigación cultural y diálogo, haciendo florecer también las primeras comunidades católicas, hoy reunidas en 9 parroquias. Sí, la palabra diálogo es quizás una de las que más caracterizarán este viaje apostólico. Diálogo cultural y social, pero también ecuménico e interreligioso. Esta es la premisa indispensable para poder construir (o consolidar) puentes, en un momento particularmente difícil para el planeta, donde parece ser más fácil destruir que construir.
El Papa es también un padre, que cuida de todos los hijos e hijas de Dios esparcidos por el mundo. Es el Padre Santo, que desea irradiar la santidad (reflejada) de la Iglesia, sierva del Evangelio, y quiere hacerla brillar también en esta tierra con una historia tan fascinante y una profunda tradición espiritual. Aquí lo esperamos así y es una gran alegría que está a punto de florecer.
La Virgen María quiso mostrarse de una manera discreta y fuerte, haciéndose encontrar en la imagen esculpida de una estatua surgida en un vertedero. A su intercesión está dedicado este año, que ha visto la estatuilla trasladarse a todas las comunidades, antes de regresar a la catedral de San Pedro y San Pablo, donde el Papa Francisco la encontrará el próximo 2 de septiembre. Se la presentará la señora Tsetsegee, dentro de una ger. En los próximos días viviremos la invitación del profeta Isaías: «Ensancha el espacio de tu tienda» (Is 54, 2), cuando todo el mundo asomará a nuestra tienda. Tengan paciencia, no pasará nada. La visita del Papa Francisco seguirá siendo memorable y será un signo de esperanza universal: «Esperar juntos».
*Cardenal, prefecto apostólico de Ulán Bator
Giorgio Marengo *