Aprecio la decisión del Sínodo de los Obispos de querer trabajar en un proceso “sinodal” que entiendo así: Un anuncio del Evangelio confiado a cada creyente, en un compromiso común que valora todos los carismas, para un redescubrimiento de los recursos de la Iglesia en su “catolicidad”, en profundidad y extensión, como gran cuerpo vivo e interactivo dedicado al Señor y a toda criatura. Por tanto, la sinodalidad solo puede ser una responsabilidad compartida entre los distintos ministerios y roles. Me gustaría que el ministerio sacerdotal no siguiera limitándose a un cuerpo de hombres célibes. Las mujeres ya tienen muchas responsabilidades y están muy implicadas en la Iglesia católica. Es importante que este compromiso venga valorado y reconocido oficialmente.
Para anunciar el Evangelio es necesario reconocer que algunos laicos puedan tener una formación teológica superior a la de los sacerdotes y tenerla en cuenta en el ejercicio de las misiones, incluida la predicación. Consultar a los miembros de la comunidad local solo puede enriquecer las orientaciones de quienes tienen poder de decisión, tanto en las diócesis como en las parroquias. El testimonio cristiano debe ser creíble en su esperanza. Como protestante, estoy muy pendiente de que nuestros rituales no den dar lugar a supersticiones o devociones indebidas, mientras que la Iglesia católica tiene como riqueza la centralidad de la Eucaristía dominical. Por tanto, no debe tener miedo de compartirla con convicción y con una hospitalidad que espero ver más abierta a las personas de otras Iglesias comprometidas con la fe.
Ante el éxodo de miles de creyentes de la Iglesia, y especialmente de mujeres creyentes, el testimonio de liberación y de esperanza cristiana debe ser una prioridad. Solo será creíble si las Iglesias lo proclaman comprometidas con el ecumenismo y el diálogo.
de Elisabeth Parmentier
Profesora de Teología y Decana de la Facultad de Teología Protestante de la Universidad de Ginebra.