Este Mes
¡Adelante!, mujeres
El primer movimiento se produjo en 2018 cuando en el Sínodo de los jóvenes pudo votar un religioso, pero ninguna monja. Por ello, una petición para pedir que “las superioras religiosas trabajen y voten del mismo modo” y que ha sido promovida por algunas organizaciones comprometidas con la igualdad en la Iglesia, ha recogido miles de firmas, entre ellas las de varias superioras generales. El tema volvió a la palestra en 2019, en el Sínodo sobre la Amazonía.
Por eso, en 2021, resultó un paso de gigante el nombramiento de sor Nathalie Becquart como subsecretaria del Sínodo de los Obispos, cargo que le permitió ser la primera en ejercer un derecho que hasta ayer era solo una prerrogativa masculina. Pues bien, en esta Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispo que se celebra en el Vaticano del 4 al 29 de octubre sobre el tema, “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, participan 85 mujeres, de las cuales 54 tienen derecho a votar. Dos de ellas, la mexicana Sor María de los Dolores Palencia Gómez, superiora general de la congregación de San José de Lyon y la japonesa Sor Momoko Nishimura, S.e.m.d - Comunidad Misionera de las Siervas del Evangelio de la Misericordia de Dios, se encuentran entre las nueve presidentas delegadas, es decir, quienes dirigen la Asamblea cuando el Papa no está presente.
Pero la procedencia es amplia y significativa. Hay religiosas consagradas y laicas. De todas partes del mundo, de todas las edades. Cinco de ellas son representantes de la UISG, la Unión Internacional de Superioras Generales, que reúne a casi dos mil superioras. Los cardenales Mario Grech y Jean-Claude Hollerich, respectivamente secretario general del Sínodo y relator general, quisieron precisar que “no se trata de una revolución”. Al menos desde el punto de vista visual (la mesa presidencial ya no es un monopolio masculino), pero lo es. Y, detrás del impacto de la imagen, se esconde el reconocimiento de una verdad profunda, es decir, que lo femenino puede y debe ser significativo en los ámbitos de responsabilidad de la Iglesia. Y eso constituye un punto de inflexión estructural. La “tienda” se ha ampliado. Y comenzó a expandirse durante las asambleas locales y continentales que precedieron a la Asamblea Sinodal y la prepararon.
La “cuestión femenina” en la Iglesia, aunque no figuraba en el orden del día como tema en sí, sí surgió, - y no por casualidad -, en todas las reuniones. Así, el Instrumentum Laboris da voz a la petición de un “mayor reconocimiento y promoción de la dignidad bautismal de las mujeres”, para que la “igual dignidad” pueda “encontrar una realización cada vez más concreta en la vida de la Iglesia también a través de relaciones de mutualidad, reciprocidad y complementariedad entre hombres y mujeres”, combatiendo contra “todas las formas de discriminación y exclusión” y garantizando a las mujeres “puestos de responsabilidad y de gobierno”.
Por decisión del Papa Francisco, la figura de los auditores, prevista por el antiguo reglamento, fue sustituida por 70 “no obispos”, todos con derecho a voto. El Papa había pedido que al menos el 50 por ciento fueran mujeres, y que entre los diez superiores generales de los religiosos, la mitad fueran de la UISG, la unión internacional que asocia a aproximadamente 2.000 superioras generales. “Es una profecía que se está cumpliendo. Superar formas de clericalización, incluso dentro de nosotros mismos; reconocer más la participación de las mujeres en la Iglesia, especialmente de aquellas, preciosas, que viven en las periferias; y tener un espacio en el que podamos pedirnos perdón unos a otros con humildad, haciendo del Sínodo también un lugar de curación”, afirma sor Nadia Coppa, de las Adoratrices de la Sangre de Cristo, que, llamada al Sínodo como presidenta de la UISG, llevará las expectativas de sus hermanas.
Iniciado el 10 de octubre de 2021 con la convocatoria de Francisco, el Sínodo continuó con la consulta a las Iglesias locales para abordar una cuestión crucial, leitmotiv de todo el proceso. La Iglesia sinodal es la que anuncia el Evangelio caminando juntos. Pero ¿cómo se logra este “caminar juntos” en cada Iglesia y comunidad particular? ¿Y qué pasos nos invita el Espíritu a dar para crecer en este “caminar juntos”?
Los resúmenes que llegaron a Roma produjeron el documento de trabajo para las siete asambleas continentales. Todos los materiales, -incluidos los del innovador Sínodo digital-, constituyeron la base del Instrumentum Laboris presentado el 20 de junio, que, en unas cincuenta páginas, recoge la riqueza del proceso vivido. Hay muchos interrogantes, desde el acompañamiento a los pobres y discapacitados hasta la formación de sacerdotes, pasando por el ministerio de las mujeres en la Iglesia y la acogida de las personas LGBT+.
No está claro que todos puedan encontrar una respuesta, advierte el cardenal Grech: “Es una asamblea sobre la sinodalidad. Estamos en camino, el Sínodo no es un evento sino un proceso, y debemos comprometernos a aprender cómo hacerlo juntos”. La idea, capaz de desentrañar situaciones candentes en las asambleas continentales y que, por este motivo, se propone nuevamente en el Sínodo, es la “conversación en el Espíritu”. No se trata de un intercambio genérico de ideas, sino de una dinámica que “nos permite pasar del yo al nosotros, sin borrar a los individuos, sino insertándolos en una dimensión comunitaria”, explica el padre Giacomo Costa, uno de los dos secretarios especiales del Sínodo.
Precisamente para permitir la escucha, la oración y el discernimiento común, la asamblea no se celebra, según la tradición, en la sala del Sínodo, sino en el Aula Pablo VI. En grupos de 10-12 personas, alrededor de mesas, se intenta construir juntos una etapa más del camino. A partir de ahí comienza la cuenta atrás para la segunda asamblea en octubre de 2024.
“Las mesas pueden parecer una cuestión de imagen, pero no es así. El método es fundamental para afrontar los problemas y salir de polarizaciones y callejones sin salida”, subraya el padre Costa. En esto, la cuestión de las mujeres se convierte en la prueba de fuego de una posible sinodalidad. “El trabajo de grupo, donde hombres y mujeres trabajaron juntos concretamente y tuvieron que encontrar espacios de entendimiento, fue ya un laboratorio de sinodalidad. También porque empezamos escuchando historias concretas. Las historias de mujeres individuales, sobre muchos temas espinosos, nos han permitido alejarnos de las ideologías”, dice Costa.
El tema femenino no es el único sobre la mesa. Hay muchos otros, pero no constituyen “mini-sínodos” porque “el objetivo es uno: crecer como Iglesia sinodal para llevar la Buena Nueva del Evangelio al mundo”, explica Anna Rowlands, profesora de la Universidad de Durham, que participó en la redacción del documento para la etapa continental (una de las siete asambleas continentales fue la europea, que se celebró en Praga). “En todas partes se reflexionó sobre cómo hacerlo y cómo expresar la misión, la comunión y la participación en clave sinodal y también surgió el tema de la participación de las mujeres en los contextos más dispares. Esto significa una prueba importante para nuestra capacidad de caminar juntos como Iglesia”, indica Rowlands.
El término “mujeres”, como solicitaron expresamente los participantes en el proceso, debe declinarse en plural. “La riqueza de sus voces y vivencias no puede reducirse a un prototipo estereotipado, a una idea genérica, aunque romántica, de lo femenino. Hay mujeres reales, de comunidades reales, que intentan seguir a Jesús como discípulas en un mundo complejo. Sus vidas, todas diferentes, deben tomarse en serio”, añade la experta británica. Además, quienes participaron en el proceso, -desde grupos nacionales hasta asambleas continentales-, “no solo hablaron de sí mismos y de su participación”. “Se expresaron sobre todos los grandes temas: la liturgia, el acompañamiento de las familias y de los jóvenes, la transparencia, la hospitalidad... También estos son temas de mujeres porque entran dentro de los sueños y esperanzas de las mujeres concretas que buscan ser discípulas”, continúa Anna Rowlands.
Esto no quiere decir que, a pesar de la variedad de posiciones, no haya un deseo ardiente de que sus dones y carismas sean valorados y sus peticiones escuchadas. Declaración confirmada por la encuesta realizada el pasado mes de marzo por el Observatorio de Mujeres de la Unión Mundial de Organizaciones de Mujeres Católicas (Umofc/Wucwo). “Las respuestas recibidas, – se lee en el documento –, expresan la aspiración generalizada de participar equitativamente en la Iglesia y piden cambios urgentes en las estructuras para que sean más igualitarias, inclusivas y cercanas a los más vulnerables”. En este sentido, para la mayoría de las entrevistadas, -el 76 %-, la experiencia sinodal ha abierto espacios importantes.
El deseo de una mayor igualdad para las mujeres católicas no se limita al ámbito eclesial. Las participantes en el proceso pidieron y piden a todo el Pueblo de Dios y a sus pastores ser sus aliadas para defender los derechos de las mujeres que aún son pisoteados en muchas partes del planeta. Y presionar juntas para romper ese techo de cristal que, incluso en Occidente, excluye a las mujeres de roles de responsabilidad y liderazgo, negando, en la práctica, su dignidad como hijas de Dios.
En resumen, en la sociedad como en la comunidad eclesial, las mujeres piden el pleno reconocimiento de su dignidad bautismal y como personas. De esa petición surge el sueño de una auténtica corresponsabilidad.
En definitiva, “esta es la gran novedad teológica del actual Sínodo, la puesta en marcha del Concilio Vaticano II”, afirma Riccardo Battocchio, rector del Almo Collegio Capranica y secretario especial del Sínodo junto con Costa. “¿Cómo componer la verdad, que nunca es una posesión y que es necesario proteger, con el tema de la misericordia y de la atención al interlocutor, sin que una vaya en detrimento de la otra? Detrás de esto está toda la cuestión de la participación del pueblo de Dios, de los laicos, de quienes tienen responsabilidades de gobierno y ejercicio de la autoridad, de las mujeres y de los ministerios en la Iglesia. El Sínodo tendrá que entender quién está llamado a dar respuestas a estas preguntas y mediante qué proceso”, asegura Battocchio.
Las palabras de Battocchio tienen eco en la experiencia contada por Helena Jeppesen-Spuhle, suiza, que participó en el Sínodo de su Iglesia y fue como delegada a la asamblea continental celebrada en Praga. “Mucho de lo que se habla en este Sínodo, nosotros ya los pusimos en práctica después del Concilio”. En Suiza, explica, “no es extraño encontrarse a una mujer pronunciando la homilía en el altar. O que sea una mujer quien recibe a los fieles en el despacho parroquial. Además, en el ámbito financiero-administrativo y en muchos otros, tienen voz y participan en las decisiones de los consejos parroquiales sobre las prioridades pastorales”.
Las mujeres han debatido mucho en todo el mundo, incluso fuera de las asambleas. A la Secretaría del Sínodo se le entregó una investigación internacional desarrollada en 104 países, con más de 17 mil respuestas, realizada para el Catholic Women’s Council por las investigadoras Tracy McEwan y Kathleen McPhillips de la Universidad de Newcastle, y por la teóloga Tina Beattie de la Universidad de Roehampton en Londres. Se titula Synodality according to women, co-responsible for the synodal process.
“El elevado número de respuestas indica claramente el deseo de las mujeres de compartir sus esperanzas, aspiraciones y frustraciones y dar a conocer su visión a los líderes de la Iglesia”, indicaba Tracy McEwan al presentar la investigación en Roma el 8 de marzo con mujeres católicas y de otras religiones. “Al leer y examinar estas respuestas, el equipo de investigación quedó impresionado por la pasión con la que las mujeres las escribieron. Algunas simplemente afirmaban, “amo a la Iglesia”. Sin embargo, en general, las mujeres expresaron altos niveles de frustración e insatisfacción con su participación en las comunidades parroquiales y eclesiales”.
Y, por tanto, no será una revolución en el sentido literal y “político” del término. Pero este Sínodo es algo más que una oportunidad. Es una obra en acto y marca un punto de inflexión. Es el Sínodo de los Obispos donde, esta vez, dentro del componente no episcopal, el número de mujeres respecto al pasado es decididamente más significativo. Y, por primera vez, con derecho a voto.
de Lucia Capuzzi* y Vittoria Prisciandaro**
*Periodista de «Avvenire»
**Periodista de las publicaciones San Paolo «Credere» y «Jesus»