“Saben que el deber del cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo casi hasta el fin del mundo... pero... aquí estamos”. Es el primer saludo del Papa Francisco como Pontífice. Es el comienzo de una revolución pastoral. Francisco quiere subrayar que el nuevo Papa proviene de una tierra lejana, de un lugar periférico al margen del centro que orienta y dirige a la Iglesia. Comparada con Roma, que siempre ha sido la capital, con una Europa que es cuna de los valores del cristianismo y con un Occidente que se ha construido sobre esos valores.
Las primeras palabras del nuevo Papa a la multitud en la Plaza de San Pedro, que esperaba bajo la ligera e insistente lluvia de marzo los resultados del cónclave, escuchadas nuevamente después de más de diez años de pontificado adquieren un significado más amplio. No solo revelan una emoción. No son exclusivamente una expresión de modestia y sorpresa, sino de anuncio y visión. El primer Papa no europeo en la historia de la Iglesia, pero que era hijo de inmigrantes europeos, subrayó su origen en las periferias del mundo, en lugares que poco o nada importan. Estaba señalando un camino. Si el cónclave hubiera elegido un Papa, -es lo que nos dicen hoy sus palabras-, desde “el fin del mundo”, esos lugares habrían dejado de ser periferia, habrían superado fronteras y se habrían convertido en centro de la Iglesia. Y diez años después podemos decir que la habrían cambiado y devuelto la vitalidad, en una alternancia de acción centrífuga, con la imagen bella de la Iglesia en salida, y fuerza centrípeta, con la imagen igualmente eficaz de la Iglesia en escucha. Es significativo que la gran mayoría de los 21 nuevos cardenales nombrados en julio de 2023 procedan de las periferias del mundo.
Las fronteras se cruzan de una y otra parte. Los muros se superan aquí y allí.
¿Puede la periferia finalmente volverse central, pueden los márgenes adquirir protagonismo y expandirse hasta el punto de invadir el centro y volverse uno con él? ¿Podrán cambiar la Iglesia, renovarla? ¿Y hoy de quién están compuestos los márgenes? ¿Quiénes son los protagonistas que anuncian un cambio desde la periferia? Estas son las preguntas que se ha planteado “Mujeres, Iglesia, Mundo” pensando en los diferentes conceptos de “periferia” geográfica, existencial, espiritual y religiosa; a la que le sumamos “de género”.
Sin duda, existe una periferia geográfica y global que presiona las fronteras. Los países de un mundo que hasta hace algún tiempo solo podían ser educados tuvieron que limitarse a conocer la fe que otros habían traído, aceptarla y absorberla. Una fe con sus dogmas, sus certezas, sus hábitos y sus liturgias. El elemento vital procedía del centro y durante años se distribuyó con mayor o menor benevolencia entre los pueblos más pobres de la Tierra, ya fuesen los que habitaban los bosques del Amazonas, las áridas tierras africanas o los barrios marginales asiáticos. Un camino en el que la Iglesia a veces se ha confundido o, al menos, no se ha distinguido lo suficiente, con la cultura del mundo occidental, incluso - en un pasado lejano - cuando ésta coincidió con abusos militares y políticos. Hoy son precisamente las periferias las que dan nueva vida al centro, son ellas las que indican un nuevo camino de fe que en otros lugares se ha vuelto tibio y despistado.
Hay un precedente. En 2007, al otro lado del mundo, la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Aparecida reiteró con fuerza e inequívocamente “la opción preferencial por los pobres y excluidos”. El entonces cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, fue el presidente de la comisión redactora del Documento Final. Fue el documento de “una conferencia subcontinental importante, pero relativamente pequeña” (ver el jesuita Diego Fares en La Civiltà Cattolica, 2017). Hoy la Iglesia cuestiona y es cuestionada por todas las formas de periferia existencial presentes en todas partes del mundo: personas sin hogar, refugiados, emigrantes, refugiados políticos, enfermos, presos, desempleados, discriminados por motivos de religión, fe, opiniones o género. ...
Hay otro momento significativo. El Sínodo de 2019 fue “para la Amazonía”, pero inmediatamente se hizo evidente -y se leía claramente en la web del Sínodo del año anterior-, que el “gran proyecto eclesial, civil y ecológico que busca superar las fronteras y redefinir la pastoral adaptándola a los tiempos contemporáneos” fue un acicate para toda la Iglesia: “Si bien el tema se refiere a una región específicas como es la Panamazonía, las reflexiones propuestas van más allá del territorio geográfico, ya que abarcan a toda la Iglesia y se refieren al futuro del planeta”.
Ese Sínodo llevó al centro de la atención universal los problemas de una Iglesia lejana que en Roma se convirtieron en problemas de toda la Iglesia y hablaron al mundo. El drama de la Amazonia puso de relieve el drama de nuestro estilo de vida. Y de ese Sínodo, en el que incluso físicamente la periferia vino a Roma, surgieron reflexiones y decisiones sobre aspectos importantes para las mujeres, muy doblemente marginadas en la Iglesia y en la sociedad, como la ministerialidad. Y hubo algunas decepciones.
Pero es un caminos que no se ha parado. El pasado mes de junio fueron recibidas por el Papa la ecuatoriana Patricia Gualinga, líder kichwa del Sarayaku, la brasileña Sor Laura Vicuña, indígena del pueblo Kariri y la peruana Yesica Patiachi, del pueblo Harakbut, representantes de la Conferencia Eclesial de la Amazonía y la Repam. Hablaron sobre el medio ambiente y las responsabilidades del mercado en la destrucción de la creación. Y sobre los ministerios de la mujer en la Iglesia. Habían pedido una reunión con el Pontífice. Es el impulso del “continente de la esperanza”. Europa, por el contrario, ve cómo disminuye su vitalidad religiosa. Se habla de ella como de una periferia de la fe. Francia, Italia, Alemania, España, que construyeron el catolicismo y durante siglos han sido centros impulsores del cristianismo, hoy parecen haberse convertido a una creencia económica y social que ha creado barreras y exclusión, que aísla. Y que dejaron de lado la espiritualidad y la fe.
La fe en los países pobres nace, de la riqueza de la relación con los demás, de su carácter indispensable para superar las dificultades de la vida. Están en el fin del mundo, pero incluso desde allí logran hablar y dar nueva vida a las palabras del Evangelio. Ofrecen nuevos horizontes y toman la palabra por fin. Desde África, desde el Asia sin límites y desde América, también de la aparentemente rica, pero que vive los dramas de las periferias urbanas y existenciales: una fuerza centrípeta parte de las fronteras y mueve a la Iglesia. Que tiene una extraordinaria oportunidad de aprender y reconstruirse.
Los inmigrantes, mujeres y hombres que abandonan sus países en la periferia del mundo piden una existencia mejor, pero también tienen que ofrecer su experiencia de vida y de fe, una fuerza innovadora. Ni intrusos a los que repeler, ni solo mano de obra barata. Pero portadores de la vitalidad de una fe apagada en nuestros países, de nuevas soluciones de convivencia. “Experimentamos cada vez más cómo la presencia de fieles de distintas nacionalidades enriquece el rostro de las parroquias y las hace más universales, más católicas”, subrayó Francisco. A sor Elisa Kidané, nacida en Segheneiti, Etiopía, comboniana, desde hace muchos años en América Latina, desde hace algunos años en Roma, le encanta repetir: “Ahora soy misionera en Italia”.
La periferia de las mujeres
¿Podemos hablar de mujeres en la periferia de la Iglesia? ¿Se puede hablar de irrelevancia, de marginalidad, de falta de protagonismo en una Iglesia que ha preservado la presencia, la historia y la memoria de las mujeres en las miles de santas y beatas, que las celebra cada día y en todas partes del mundo en las parroquias, en las calles y en las comunidades? ¿Una Iglesia que ha puesto el culto a María en el centro de la oración, del arte y de la redención? ¿Podemos hablar de marginalidad cuando pensamos en los muchos que han construido tenazmente su presencia incluso en una institución tan claramente masculina? ¿O a las religiosas y monjas que son protagonistas cada vez más importantes de la vida eclesial? Podemos hablar de ello si primero hacemos una distinción entre presencia en la Iglesia como comunidad, como “ecclesia”, y presencia en los lugares de toma de decisiones y elaboración oficiales. En este último caso, la presencia femenina todavía puede definirse como irrelevante o incluso insignificante. También hoy en día las mujeres viven en la periferia y aparecen al margen de las grandes decisiones. Más objeto de esas que sujeto.
Hoy podemos decir con cierta seguridad que es precisamente la periferia femenina la que, más que otras, asedia el centro y plantea el problema de la renovación y de una mayor coherencia con la palabra del Evangelio. La presencia de las mujeres en el proceso sinodal, -primario, fundamental, esencial-, lo demuestra. Sus peticiones de protagonismo en las decisiones y en la elaboración del pensamiento son hoy un hecho ineludible. Así como es un hecho que la nueva conciencia de época de las mujeres del planeta, comúnmente definida como feminismo, ha entrado en el poder eclesiástico y obliga a reflexionar.
Hoy asistimos a una paradoja. La posición de menor poder de las mujeres en relación con el “centro de toma de decisiones” las hace más fuertes en estos tiempos difíciles. La marginalidad ha llevado al desarrollo de un sentido crítico más necesario que nunca para una institución que solo puede aspirar a su propia renovación en la coherencia del mensaje evangélico. Son las mujeres que siempre han estado “dentro” de la Iglesia y siempre mantenidas al margen, cuyas capacidades han sido utilizadas, pero raramente reconocidas, las que indican la salida del inmovilismo y de un ritual masculino que ahora es abiertamente insuficiente. Si hacen fecunda la contradicción centro-periferia, pueden iluminarla poderosamente con la luz del Evangelio, que es palabra de un Dios hecho hombre, de un hombre de frontera que dio voz a los marginados. Desde el punto de vista de la toma de decisiones, las mujeres en gran medida son las pobres de la Iglesia. Los movimientos femeninos y feministas de fieles, religiosas y teólogas han abierto un debate muy fructífero, discutiendo teorías y posiciones espirituales y teológicas producidas por los hombres invirtiendo la perspectiva geográfica, con vigor y convicción en los países europeos.
Los suburbios no son solo países lejanos, lugares poco conocidos. También son existenciales las periferias geográficas, lugares en los que vive una humanidad abandonada, marginada y descartada. Separados por barreras que muchas veces se han convertido en muros. En cambio, hoy ofrecen nuevos horizontes. Son ellas quienes pueden cambiar una mentalidad social y cultural y sobre todo una visión de fe. Nos dicen que hay otro relato de la existencia y que esta puede cambiar la vida de muchos.
de Ritanna Armeni