· Ciudad del Vaticano ·

Profecía y oración por la paz para la humanidad y para los enemigos

 Profecía y oración por la paz para la humanidad y para los enemigos  SPA-027
07 julio 2023

No nos cansemos de rezar por la paz. El Papa insiste. Tenaz. Repitió esta invitación también el domingo durante el rezo del Ángelus. El día anterior había publicado un tweet en la cuenta @Pontifex en el que hace referencia a la profecía: «Esta es la profecía cristiana: responder al mal con el bien, al odio con el amor, a la división con la reconciliación. La fe transforma la realidad desde dentro». Y al día siguiente, siempre en el momento del rezo del Ángelus, comentando el Evangelio del domingo, volvió sobre el tema de la profecía, recordando que «profeta, hermanos y hermanas, es cada uno de nosotros: de hecho, con el Bautismo todos hemos recibido el don y la misión de la profecía. Profeta es aquel que, en virtud del Bautismo, ayuda a los demás a leer el presente bajo la acción del Espíritu Santo. Esto es muy importante: leer el presente no como una crónica, sino bajo la acción del Espíritu Santo, que ayuda a comprender los proyectos de Dios y corresponder a ellos. En otras palabras, el profeta es aquel que indica a los demás a Jesús, que lo testimonia, que ayuda a vivir el hoy y a construir el mañana según sus designios». Continuando sobre el tema de la profecía, el Papa subrayó la importancia de la oración: «Por ejemplo, cuando hay que tomar una decisión importante, hace bien ante todo rezar, invocar al Espíritu, pero luego escuchar y dialogar, en la confianza de que cada uno, incluso el más pequeño, tiene algo importante que decir, un don profético que compartir» y concluyó exclamando: «Pensemos en cuántos conflictos se podrían evitar y resolver así, poniéndose a la escucha de los demás con el sincero deseo de comprenderse».

Profecía y oración como expresiones concretas de esa fe que transforma la realidad «desde dentro». El profeta no prevé el futuro, pero lee el presente «no como una crónica, sino bajo la acción del Espíritu Santo», y esto es una invitación también a quien, como este periódico, actúa en el mundo de la comunicación: lograr tener esa mirada que supera la superficie del crònos, captando el chàiros del Espíritu en la historia. Una mirada profética.

Pero el profeta no sólo lee la historia con los ojos del Espíritu, es también uno que da testimonio de Jesús, así lo hace ver a los demás. Y aquí entra en juego la oración. Una oración también profética, en el sentido de que ve lo que (todavía) escapa a la mirada de la mayoría de las personas. Miremos la guerra, no sólo la de Ucrania, sino las muchas guerras olvidadas. El domingo pasado, inmediatamente después del rezo del Ángelus, el Papa renovó su llamamiento incesante: «no nos cansemos de rezar por la paz, de modo especial por el pueblo ucraniano, tan probado. Y no descuidemos las otras guerras, desgraciadamente a menudo olvidadas, y los numerosos conflictos y enfrentamientos que ensangrientan muchos lugares de la Tierra; tantas guerras hay hoy. Interesémonos por lo que sucede, ayudemos a quien sufre y recemos, porque la oración es la fuerza mansa que protege y sostiene al mundo». Esta es la fuerza del cristiano que es consciente de que el mundo está sostenido por la oración de los hombres sencillos, de los mansos y de los humildes, porque de otro modo todo estaría perdido. Los numerosos conflictos que hoy ensangrientan el mundo, parecen decirnos que a menudo la historia se va a encerrar en callejones sin salida de los que es imposible salir. Pensemos por tanto en Ucrania: el Papa y con él la diplomacia de la Santa Sede desde el primer día hasta la reciente misión del cardenal Matteo Zuppi se ha comprometido en una ferviente actividad para tratar de crear las condiciones para el camino de una paz posible y justa. Pero el camino es tan estrecho que parece invisible. Al menos a los ojos de los hombres. Rezar proféticamente, en cambio, es intentar ver el mundo con los ojos de Dios, sub specie aeternitatis. Y entonces las cosas cambian. En primer lugar, es el orante mismo el que cambia. Kierkegaard afirmaba que «rezar no es tanto obtener, cuanto más bien llegar a ser» y los cristianos, hoy divididos en una guerra que los ve contrapuestos, están llamados a convertirse en un pueblo orante, unido en la oración. Oración por las víctimas, ciertamente, oración por la paz, obviamente, pero con la conciencia de que «sólo la conversión de los corazones puede abrir el camino que conduce a la paz», como recordó el Papa en el Ángelus del pasado 26 de marzo. Por eso, la oración que los cristianos están invitados a hacer hoy es la más cristiana y la más escandalosa de todas: la oración por los enemigos. Esta es la profecía cristiana: responder al mal con el bien. El cristiano reza también por quien se equivoca, también por quien peca (sabiendo que esto concierne a todos). Es el amor también por el enemigo la figura del cristianismo que continúa, después de dos mil años que ha sido predicado por Jesús, a desplazar, desorientar y turbar las conciencias de los seres humanos llamados a convertirse en algo «más». Este «más» es el perdón, el don multiplicado, el don hecho y repetido a ultranza, sin medida.

A este «más» hay que apuntar, de lo contrario no se saldrá de la estrechez de la historia. En el 2001, después de la tragedia del atentado de las Torres Gemelas, San Juan Pablo ii publicó el mensaje para la jornada de la paz que tenía este título: «No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón». Todavía estamos aquí, porque la humanidad es terca, como dijo el Papa al regresar del viaje a Malta en abril de 2022, obstinadamente enamorada de la guerra. Por eso hay que ser testarudos, obstinadamente enamorados de la paz y de la humanidad, confiados en que, como ha afirmado el padre Timothy Radcliffe, «el misterio del mal es grande, pero el misterio del bien es más grande».

Andrea Monda