«En este periodo estival no nos cansemos de rezar por la paz, de manera especial por el pueblo ucraniano, tan probado». Lo pidió el Papa en el Ángelus recitado a medio día del domingo 2 de julio. Anteriormente, comentando como es habitual el pasaje litúrgico del Evangelio del domingo, el Pontífice había ofrecido a los quince mil fieles reunidos en la plaza de San Pedro y a los que estaban conectados con él a través de los medios de comunicación, una reflexión sobre la figura y la misión del “profeta”
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy Jesús dice: «El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta» (Mt 10,41).
Tres veces la palabra “profeta”. Pero, ¿quién es el profeta? Hay quien lo imagina como una especie de mago que predice el futuro; pero esta es una idea supersticiosa y el cristiano no cree en las supersticiones, como la magia, las cartas, los horóscopos o cosas similares.
Entre paréntesis: muchos, muchos cristianos van a que les lean las manos…
¡Por favor! Otros pintan al profeta solo como un personaje del pasado, que existió antes de Cristo para preanunciar su llegada.
Y Jesús mismo hoy habla de la necesidad de acoger a los profetas; por lo tanto, existen todavía, pero, ¿quiénes son? ¿Quién es el profeta?
Profeta, hermanos y hermanas, es cada uno de nosotros: de hecho, con el Bautismo todos recibimos el don y la misión de la profecía (cf. Catequismo de la Iglesia Católica 1268).
Profeta es aquel que, en virtud del Bautismo, ayuda a los demás a leer el presente bajo la acción del Espíritu Santo.
Esto es muy importante: leer el presente no como una crónica, sino bajo la acción del Espíritu Santo, que nos ayuda a comprender los proyectos de Dios y a corresponderlos.
En otras palabras, el profeta es aquel que muestra Jesús a los demás, que da testimonio de Él, que nos ayuda a vivir el hoy y a construir el mañana según sus planes.
Por lo tanto, todos somos profetas, testigos de Jesús «para que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social» (Lumen Gentium, 35).
El profeta es un signo vivo que muestra Dios a los demás, el profeta es un reflejo de la luz de Cristo en el camino de los hermanos.
Y entonces, podemos preguntarnos: Yo, que fui “elegido profeta” en el Bautismo, ¿hablo y, sobre todo, vivo como testigo de Jesús? ¿Llevo un poco de su luz a la vida de alguien? ¿Yo me interrogo sobre esto? ¿Me pregunto cómo va mi testimonio, como va mi profecía?
El Señor en el Evangelio pide acoger a los profetas; por lo tanto, es importante que nos acojamos unos a otros como tales, como portadores de un mensaje de Dios, cada uno según su estado y su vocación y hacerlo allí donde vivimos, es decir, en la familia, en la parroquia, en las comunidades religiosas, en los demás ámbitos de la Iglesia y de la sociedad.
El Espíritu ha distribuido dones de profecía en el santo Pueblo de Dios: he aquí por qué está bien escuchar a todos.
Por ejemplo, cuando hay que tomar una decisión importante, viene bien sobre todo rezar, invocar al Espíritu, pero después escuchar y dialogar, con la confianza de que cada uno, incluso el más pequeño, tiene algo importante que decir, un don profético que compartir.
Así se busca la verdad y se difunde un clima de escucha de Dios y de los hermanos, en el que las personas no se sienten acogidas solo si dicen lo que me gusta, sino que se sienten aceptadas y valoradas como dones por lo que son.
¡Pensemos en cuántos conflictos se podrían evitar y resolver así, poniéndose en escucha de los demás con el sincero deseo de comprenderse!
Preguntémonos entonces: ¿Yo sé acoger a los hermanos y a las hermanas como dones proféticos? ¿Creo que los necesito? ¿Los escucho con respeto, con el deseo de aprender?
Porque cada uno de nosotros necesita aprender de los demás, cada uno de nosotros necesita aprender de los demás.
Que María, Reina de los Profetas, nos ayude a ver y a acoger el bien que el Espíritu ha sembrado en los demás.
Al finalizar el Ángelus, después de la invitación a la oración por la paz, Francisco saludó a los grupos de peregrinos presentes en la plaza de San Pedro.
Queridos hermanos y hermanas:
En este periodo estival no nos cansemos de rezar por la paz, de manera especial por el pueblo ucraniano, tan probado.
Y no descuidemos las demás guerras, desafortunadamente a menudo olvidadas y los numerosos conflictos y desencuentros que llenan de sangre muchos lugares de la Tierra; hay tantas guerras hoy…
Interesémonos por lo que sucede, ayudemos a quien sufre y recemos, porque la oración es la fuerza mansa que protege y sostiene el mundo.
Os saludo a todos vosotros, romanos y fieles procedentes de varios países y localidades italianas; en particular, a las Hermanas de San José Bendito Cottolengo, a los jóvenes de la confirmación de Ibiza y Formentera, a los muchachos de la Unidad pastoral de Tremignon y Vaccarino, en el vicentino. Saludo también al “Grupo San Mauro” de Cavarzere y a la escuela infantil “Virgen del Olmo” de Verdellino.
Y saludo a los muchachos de la Inmaculada.
Os deseo a todos un feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
¡Buen almuerzo y hasta pronto!