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Principio mariano y ritos: propuestas concretas

Más signos de María

 Più  segni  di Maria  DCM-007
01 julio 2023

La presencia de la mujer en la liturgia es un tema candente. La cuestión ha sido puesta sobre la mesa en las últimas décadas y ha adquirido cierta intensidad desde el sínodo de la Amazonía y el camino sinodal alemán, por citar solo dos ejemplos recientes. El Papa Francisco ha eliminado algunas cortapisas difíciles de entender al reconocer que las mujeres también pueden recibir los ministerios de acólita y lectora. La Spiritus Domini, la carta apostólica del Papa Francisco sobre la concesión de los ministerios laicos de lector y acólito también a las mujeres, no ha cambiado mucho en la práctica ya que las mujeres ya llevaban mucho tiempo leyendo y sirviendo en la Misa, pero es un paso significativo porque se reconoce que las restricciones hasta ahora eran de carácter cultural y no teológico.

La pregunta que surge entonces es: ¿existen aún condicionamientos culturales en la liturgia católica respecto a la participación de la mujer? Es necesario hacer algunas puntualizaciones. La inclusión de las mujeres no puede pensarse solo en términos culturales. En este caso no se trata de cuotas, ni de aumentar la presencia femenina como si fuera un fin en sí mismo. Se trata más bien de buscar que la celebración en la Iglesia represente y exprese mejor su realidad invisible. En otras palabras: que manifieste lo que es. Quizás María pueda ser más visible en la liturgia. Y no me refiero a los cantos, oraciones o fiestas litúrgicas dedicadas a ella.

La cuestión es si el “principio mariano” se expresa y manifiesta suficientemente en la liturgia. Por principio mariano entiendo la referencia a María como modelo de la santidad de la Iglesia, a la que están llamados todos los bautizados en su sacerdocio real. Es indudable que María es símbolo de toda la Iglesia, que está compuesta tanto por mujeres como por hombres. Por lo tanto, toda la asamblea como Iglesia es María. Pero, al mismo tiempo, son las mujeres las que manifiestan su imagen de manera más inmediata. Hacerlas más partícipes en algunos momentos podría ser una forma de hacer visible y concreto el principio mariano en la liturgia, complementario al apostólico-presbiteral.

No hace mucho estuve en una ceremonia de ordenación sacerdotal. En algunos momentos eché en falta una mayor participación de la mujer, como signo de María y de la Iglesia. La imposición de manos han de hacerla el obispo y los presbíteros, porque es el signo de la transmisión del don del sacerdocio, pero nada impide que incluso los laicos oren por los nuevos sacerdotes, como hicieron las primeras comunidades con Pablo y Bernabé. No se trata de clericalizar a los laicos o de confundir los ministerios, sino de hacer más visible en la liturgia el sacerdocio bautismal.

Otro gesto es el vestirse con ropas sacerdotales. Este momento tiene lugar después de la oración de ordenación y de la imposición de manos. Los superiores de los nuevos presbíteros los visten con la casulla. Si este gesto fuera hecho por mujeres (sus madres, hermanas o formadoras), podría recordarnos que el Cuerpo de Cristo se teje en el seno de María, y de ella toma carne. Otro momento es cuando los nuevos sacerdotes presentan sus manos recién ungidas para ser lavadas. Realizado por una mujer, este gesto podría recordar cómo fueron las mujeres quienes ungieron el cuerpo de Jesús. Y el abrazo de la paz, realizado por un grupo de laicos, hombres y mujeres, junto con sacerdotes, puede significar mejor el hecho de que toda la asamblea es el Cuerpo de Cristo.

Si la liturgia es la oración de toda la Iglesia, quizás se puede hacer más visible la complementariedad del principio mariano y apostólico, de los ministerios y de hombres y mujeres dentro de esta única Iglesia.

de Marta Rodríguez