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MUJERES IGLESIA MUNDO

La Pequeña Historia
Las religiosas que compusieron cantos sagrados, con algunos problemas

Lucrezia y las religiosas músicas

 Lucrezia e le molte  altre monache musiciste  DCM-007
01 julio 2023

Tenía ocho años cuando ingresó en el monasterio camaldulense de Santa Cristina della Fondazza, en Bolonia. Lucrezia Orsina Vizzana hizo sus votos a los 16 años. Nacida el 3 de julio de 1590 en el seno de una rica familia boloñesa, ingresó tras los sagrados muros probablemente después de la muerte de su madre. Aquí encontró a tres tías: Flaminia, Ortensia y Camila. Esta última, abadesa y también organista, la acompañó en los estudios de música. “Ya a principios del siglo XVII, el de Santa Cristina se había convertido en el convento boloñés más conocido por su música. Durante sesenta y cinco años también albergó a la única monja compositora de la ciudad con obras publicadas, Lucrezia Orsina Vizzana”, escribe el académico y profesor de musicología Craig A. Monson en el libro Voci incorporee (Bononia University Press, 2009).

La historia de Lucrezia Orsina abre las puertas a la producción musical de los monasterios, a esas voces de monjas “sin cuerpo visible” encerradas en el claustro, a esas armonías nacidas para acompañar las celebraciones litúrgicas y la búsqueda del infinito. La música conventual femenina se desarrolló particularmente después del Concilio de Trento (1545-1563). En el siglo XVII había pocas mujeres músicas: pertenecían a familias nobles y de clase media o eran religiosas. Era un momento en el que el estudio de la música no se consideraba adecuado para el mundo femenino. En el ensayo Musiciste e compositrici - Storia e storie (Mujeres músicos y compositoras - Historia e historias, varios autores, editado por Luca Aversano, Orietta Caianiello, Milena Gammaitoni, Società Editrice di Musicologia) se subraya que los conservatorios europeos “comenzaron a admitir mujeres en las clases de composición y ensayo orquestal solo a partir de 1870”.

Sin embargo, la práctica de la música en las instituciones religiosas femeninas, además de representar el vínculo con la liturgia, suponía también un signo de relevancia cultural y de prestigio social de los monasterios y de las propias familias de las religiosas. “Miles de organistas, cantantes y compositoras se pueden encontrar en los registros de los monasterios italianos del período postridentino”, subraya Monson.

“En los siglos XVI y XVII, el claustro era probablemente el ambiente más adecuado para las jóvenes que han aprendido música y que pueden desarrollar ese arte”. En cambio, en la sociedad de la época el ejercicio del oficio de música no siempre era visto como un ámbito honroso para las jóvenes. El poeta Fulvio Testi, en una carta fechada en 1633, aconsejaba así al duque Francesco d'Este de Módena sobre las mujeres que cantaban en Roma: “Si Vuestra Alteza busca en las cantantes la perfecta honestidad, no os dirijáis a este cielo”.

Sin embargo, las composiciones de las monjas utilizadas durante las liturgias tienden al cielo, especialmente las solemnes y las destinadas a ser interpretadas en los monasterios por otras hermanas. Las composiciones musicales espirituales de Lucrezia Orsina Vizzana son una colección de veinte piezas en latín compuesta hace exactamente 400 años. Y los conciertos sagrados de Isabella Leonarda (1620-1704), ursulina en Novara, son himnos a la fe.

Isabella, de familia noble, ingresó en el colegio de Sant'Orsola en 1636 y aquí se formó musicalmente. Cantaba, tocaba el violín e incluso compuso música instrumental. Publicó muchas obras y fue especialmente apreciada hasta convertirse en una celebridad de su tiempo. Hoy, Isabella está considerada casi una estrella entre los músicos religiosos y sus composiciones se interpretan en muchos conciertos. Otro escenario musical importante de este período es Milán. Aquí otras monjas también publicaban sus obras y aquí se dieron a conocer Rosa Giacinta Badalla (1660-1710), monja benedictina; Chiara Margarita Cozzolani (1602-1678), benedictina del monasterio de Santa Radegonda; y Claudia Francesca Rusca (1593-1676) del monasterio de Santa Caterina en Brera.

“Entre 1566 y 1700, nada menos que veintitrés músicas italianas vieron publicadas sus composiciones, un récord que ninguna otra ‘nacionalidad’ pudo alcanzar en el mismo período”, apunta Valeria Palumbo, periodista y escritora en el libro Musiciste e compositrici - Storia e storie (Músicos y compositores - Historia y relatos). Sin embargo, en los siglos XVI y XVII, las autoridades eclesiásticas implementaron una serie de prohibiciones a los monasterios femeninos para contrarrestar las rivalidades atribuidas a la misma actividad musical de las monjas. Por ejemplo, un decreto del 4 de mayo de 1686, emitido por Inocencio XI, prohibía la entrada de personas ajenas a los monasterios para enseñar canto o tocar instrumentos, algunos considerados inadecuados para las monjas. Aunque hubo excepciones. En el monasterio de San Vito di Ferrara nació el Concierto grande orquestado por veintitrés monjas que cantaron y tocaron distintos instrumentos. Incluso la Orden de las Ursulinas de Novara disfrutó de cierta libertad con respecto a las leyes de clausura.

“El vínculo entre los monasterios femeninos y la música es revelador en la historia de esta disciplina. Pero se necesitan estudios en profundidad para poder considerar plenamente su valor y dar a conocer su importancia”, dice Eliana Cabrera, musicóloga española, autora de una conferencia-concierto dedicado a Lucrezia Orsina Vizzana e Isabella Leonarda. La estudiosa, además de contar las historias artísticas y personales de las dos religiosas, interpreta al clavecín algunas piezas de su producción. En la historia de las religiosas músicas ocupa un lugar central Hildegarda de Bingen, religiosa alemana de la Orden de San Benito, nacida en 1098 y fallecida en 1179, que fue declarada Doctora de la Iglesia en 2012 por Benedicto XVI. El músico italiano Angelo Branduardi también se inspiró en su pensamiento y en su obra Ordo virtutum, para su disco Il cammino dell’anima publicado en 2019.

“Una antología de piezas musicales, que es un referente a nivel académico, la Norton Anthology of Western Music, solo menciona a Hildegarda de Bingen, figura de indiscutible relevancia. Y, sin embargo, muchas veces ni siquiera se encuentra su nombre en los libros especializados”, subraya Eliana Cabrera quien en Italia después de su doctorado en la Universidad de Bolonia, participó en proyectos educativos organizados por la asociación fundada por Maria Pia Ercolini. Aún queda mucho por escribir sobre las músicas religiosas. “Entre las monjas, solo se ha recordado a las santas”, subraya Monson en palabras de la estudiosa Elissa Weaver. “Quizás hoy Lucrezia Orsina Vizzana, que hace cuatro siglos dio la espalda al mundo y atravesó los muros de via Fondazza, pueda volver a hablar a un público más amplio gracias a la música que ha dejado en herencia. La elocuencia de su voz más dulce que la miel, que llegó a Bolonia desde dentro de las murallas en el siglo XVII, puede dirigirse a una nueva generación, reafirmando el valor de su frágil y oculto pasado”, concluye en su ensayo Voci incorporee (Voces incorporales).

En la vida de Lucrezia Orsina, junto a la melodía, también vivió la locura. Hoy el antiguo complejo monástico de Santa Cristina della Fondazza que data de 1251 alberga la Universidad Alma Mater Studiorum y también la Biblioteca de Mujeres Italianas. La iglesia ha preservado su historia como templo de la música al acoger conciertos. Su construcción, de una sola nave, ha hecho que se considere una especie de instrumento musical arquitectónico. Aquí las voces de las monjas escondidas del mundo han buscado los sonidos de la armonía y la profundidad espiritual. Aquí murió Lucrezia Orsina el 7 de mayo de 1662, enferma y sin convertirse en abadesa. El papel de abadesa sí lo tuvo la estrella, la hermana Isabella Leonarda en el convento de las Ursulinas de Novara (que ahora es un hotel). En un documento de 1658 se define magistra musicae. Ella que se dirigió a la Virgen con estas palabras: “Si esta música no agrada al mundo, me bastará con que te guste a ti, y que más que el ingenio agrade a tu corazón”.

de Maria Giuseppina Buonanno
Periodista «Oggi»

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