La guerra en Ucrania «pone en peligro el equilibrio civil y religioso» de la Europa oriental. Lo subrayó el Papa Francisco en el discurso dirigido a los participantes del 34º capítulo general de los Agustinos de la Asunción (Asuncionistas), recibidos en audiencia la mañana del 22 de junio, en la Sala del Consistorio.
¡Queridos hermanos, buenos días y bienvenidos!
Me alegra acogeros mientras os acercáis al final de vuestro 34º Capítulo General. Saludo al nuevo Superior general - agradeciendo al saliente por su trabajo - y envío mis mejores deseos a ti y al Consejo que habéis elegido.
Quisiera compartir algunas reflexiones sobre el tema que orienta vuestros trabajos capitulares: «El Reino de Dios está cerca» (Mc 1,15). Vivir y anunciar la esperanza del Evangelio. Esta es una buena forma de actualizar el lema que os ha dejado vuestro fundador, el venerable Emmanuel d’Alzon, en el espíritu de San Agustín: Adveniat Regnum tuum! Y de hecho una de las misiones principales de la vida religiosa apostólico es manifestar mucho concretamente, en lo cotidiano, esta cercanía del Reino, y por tanto esta esperanza por cada persona y por el mundo entero. Allá donde os encontréis, vosotros sois signos del Reino con vuestra cercanía a la gente a la que sois enviados.
Tal proximidad pasa naturalmente a través de las obras, ya sea de las propias de vuestra Congregación, como de las vinculadas a las iniciativas apostólicas de la Iglesia a las cuales contribuís. Pero, más allá de las acciones, está el hecho mismo de haceros cercanos a las personas, empezando por las que tienen más necesidad de una presencia solidaria y fraterna, a mostrarles que el Reino de Dios se acerca que hay algún horizonte, que hay alguna esperanza, que la vida no está cerrada: esto, haced que se sienta a través de vuestro testimonio evangélico. El testimonio tiene esta fuerza: abrir las ventanas para ver la esperanza de un Reino que es cercano.
Al respecto, me gusta mencionar de forma particular dos realizaciones, ya consolidadas y siempre vivas, de vuestra Congregación: el apostolado de las peregrinaciones, empezando por la Peregrinación Nacional a Lourdes, que habéis difundido el fervor en países lejanos, hasta América Latina. Recuerdo, de niño, que estaban las Hermanas Asuncionistas en Buenos Aires, y desde allí organizaban peregrinaciones a Lourdes. De niño… Era como una estrella para alcanzar… Recuerdo bien esto. Y después el compromiso en los medios de comunicación, que desarrolláis hoy en todos los continentes, para un público variado, también alejado de la Iglesia.
Permitidme recordar también uno de vuestros apostolados históricamente más incisivos y todavía hoy presente, aunque más modesto: vuestra Misión de Oriente. ¡Gracias! Os animo a llevar adelante tal misión, en Oriente Medio donde la condición de los cristianos es objeto de amenazas, y en Europa oriental, donde la guerra en Ucrania pone en peligro el equilibrio civil y religioso de la región. Quiero también expresaros la gratitud de la Santa Sede por la fidelidad de vuestro compromiso en la pequeña Iglesia católica de rito bizantino en Bulgaria, que cuenta con vosotros. Vuestra larga experiencia de diálogo con la ortodoxia, como también con el islam y el hebraísmo, es valiosa para la Iglesia; que esta pueda hacer de vosotros, hoy más que nunca, artesanos de unidad y de comunión al servicio de la paz.
El objetivo de vuestro Capítulo General era definir las grandes líneas de vuestra acción para los próximos seis años. [Dirigido al Superior] Y te toca a ti guiar esto. Os aseguro mi oración y mi confianza para que invirtáis en él las mejores fuerzas, especialmente las de los países del sur del mundo que, en vuestro Instituto como en tantos otros, se están haciendo cargo de los ya menguados recursos del norte. Me dicen que un miembro de cada tres de vuestro Instituto está en formación. ¡Esto es grande! En este momento de escasez de vocaciones, de natalidad cero, “ocasional”, digamos así, esta es una gracia. Esta proporción notable os abre perspectivas para el futuro, pero constituye al mismo tiempo un gran desafío para la transmisión de vuestro carisma. Por favor, que los que se están formando reciban bien el carisma. Doy gracias junto a vosotros por esta renovada vitalidad que el Señor os concede. Y os invito a acoger sin miedo esta novedad, como un signo de los tiempos, también si a veces esta puede asustarnos: todos tenemos un poco de miedo de la novedad, pero debemos ser valientes. ¿El Reino de Dios no es en sí mismo una irrupción radical de novedad para nuestra humanidad? Es esto. Valientes.
Para recoger este desafío, no temáis cultivar en vosotros y en torno a vosotros el “triple amor” que os ha enseñado el Padre d’Alzon: amar a Cristo, amar a la Virgen María y amar a la Iglesia. Así seréis fieles a vuestro carisma y encontraréis los caminos al mismo tiempo fieles e innovadores para actualizarlo.
En todas estas cosas, estos caminos antiguos y nuevos, queridos hermanos, podéis contar con mi oración y mi confianza. La Iglesia confía en vosotros. Os deseo buena conclusión del Capítulo y buena misión a todos vosotros, allá donde el Señor os envíe. Os bendigo a todos. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.