«Compartir el particular camino de purificación que la Iglesia está viviendo a causa del drama de los abusos». Lo pidió el Papa Francisco a los miembros del capítulo general de los Siervos del Paráclito, recibidos en audiencia la mañana del 24 de junio, en la Sala del Consistorio.
Queridos hermanos, ¡buenos días y bienvenidos!
Os encuentro en este momento significativo para vuestra Congregación que es el Capítulo General, tiempo fuerte de diálogo entre vosotros y con el Espíritu Santo, del que salir renovados, sobre todo en el corazón, en la visión y en los propósitos, y por tanto en las iniciativas y en las estructuras. Tiempo de discernimiento colegial de los signos que os llegan de vuestro camino y de vuestra historia.
Animados por tanto por la gracia propia del Capítulo, os proponéis encontrar caminos nuevos de misericordia y de proximidad para realizar con fidelidad dinámica vuestro carisma. Esto os pone junto a los sacerdotes en dificultad para «prestar – como dicen vuestras Constituciones – todos los servicios posibles y prudentes a aquellos que han recibido el sacramento del Orden» (Const. 4, 2). El lema de vuestro Instituto: Pro Christo sacerdote (cfr ivi, 4, 4), resume bien vuestra peculiar vocación: estáis al servicio de Cristo en sus sacerdotes.
En el momento actual, esto significa también compartir el particular camino de purificación que la Iglesia está viviendo a causa de los dramas de los abusos. «El pecado nos desfigura, y sufrimos con dolor esa experiencia humillante cuando nosotros mismos o uno de nuestros hermanos sacerdotes u obispos caemos en el abismo sin fondo del vicio, de la corrupción o, lo que es peor, del crimen que destruye las vidas de otros» (Meditación al Clero de Roma, 7 de marzo de 2019). En una situación como esta, ser “siervos del Paráclito” os pide dedicar vuestra vida a acompañar algunos hermanos sacerdotes y consagrados ofreciendo a cada un camino de ascesis, conversión y renovación espiritual y vocacional.
Con el espíritu y el estilo del buen samaritano os ponéis junto a estos hermanos, compartiendo con ellos la vida y la oración cotidiana. Les incluís, sobre todo, en una comunidad, una comunidad orante, que ayude a encontrar la armonía de vida que una crisis vocacional siempre compromete.
Mientras afrontáis las múltiples facetas de este problema, os invito a profundizar la espiritualidad de la reparación (cfr Discurso a la Pontificia Comisión para la tutela de los menores, 5 de mayo de 2023), partiendo de la exigencia de purificación, al servicio de la santidad de los Pastores del Pueblo de Dios.
Vuestro carisma valora en particular el compromiso ascético y la oración, con una índole contemplativa, que justamente sentís el deber de asumir nuevamente en plenitud. Junto con los sacerdotes que acompañáis, estáis llamados a redescubrir el primado de la vida espiritual, conscientes de que la madurez sacerdotal se cumple cuando el Espíritu Santo se convierte en protagonista de la vida de los ministros ordenados (cfr Homilía de la Misa Crismal, 6 de abril de 2023). De hecho, la vida espiritual de un sacerdote crece «no cuando se guardan las formas y se hace un remiendo, sino cuando se deja la iniciativa al Espíritu» (ivi). Dejar al Espíritu la iniciativa: es Él el que lleva adelante la conversión y la armonía en la vida de un sacerdote. La duplicidad no hay que tolerarla sino llevarla a la luz, a la luz del Espíritu. Él solo nos sana de las infidelidades (cfr Os 14,5). Él solo, no otros métodos. El que nos sana de las infidelidades es el Espíritu Santo.
En el servicio, silencioso y escondido, que cada día estáis llamados a desempeñar, podéis ser imagen de Jesucristo, rostro de la misericordia del Padre (Bolla Misericordiae vultus, 11 de abril 2015, 1), que nos revela el misterio del amor divino en su plenitud. Como nos recuerda el apóstol Pablo, «mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rm 5,8). El Espíritu os ayude a mirar a cada uno con los ojos de Jesús, con su amor, con su ternura.
Queridos hermanos, os doy las gracias por haber venido y os deseo un buen camino como testigos del Evangelio de la misericordia. La Virgen María os acompañe y os proteja: miradla a Ella para «creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288). Os bendigo de corazón. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.