«Nosotros en este tiempo moderno hemos perdido el sentido de la adoración. Debemos retomar el sentido de adorar en silencio… Poca gente sabe qué es esto, y vosotros obispos debéis catequizar a los fieles sobre la oración de adoración; la Eucaristía nos pide hacerlo». Son las palabras dirigidas por el Papa Francisco a los miembros del Comité organizador del Congreso Eucarístico nacional de Estados Unidos de América (prevista en Indianapolis del 17 al 21 de julio), recibidos en audiencia, en la mañana del lunes 19 de junio, en la biblioteca privada del Palacio apostólico.
¡Excelencias,
queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos!
Me alegra dirigiros una cordial bienvenida a todos vosotros, miembros del Comité organizador del próximo Congreso Eucarístico nacional de Estados Unidos de América. Os doy las gracias por lo que hacéis y os animo a proseguir en vuestro empeño, dirigido a reavivar la fe y el amor por la santísima Eucaristía, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (Lumen gentium, 11).
Conocemos la historia de la multiplicación de los panes narrada en el Evangelio de Juan. Los testigos del milagro volvieron donde el Señor al día siguiente, en la esperanza de verlo realizar otra señal. Pero Cristo quería transformar su hambre material en un hambre diferente, la del Pan de vita eterna (cfr Jn 6,26-27). Por esto Jesús habló de sí como del Pan vivo que ha bajado del cielo, del verdadero Pan que da la vida al mundo (cfr Jn 6,51).
Esta mañana, mientras celebraba la Eucaristía, pensé mucho en esto, porque es lo que nos da la vida. La Eucaristía de hecho, es la respuesta de Dios al hambre más profunda del corazón humano, al hambre de vida verdadera: en ella Cristo mismo está realmente en medio de nosotros para nutrirnos, consolarnos y sostenernos en el camino.
Lamentablemente, a día de hoy, a veces entre nuestros fieles alguno cree que la Eucaristía sea más un símbolo que la real y amorosa presencia del Señor. Es más que un símbolo, es la real y amorosa presencia del Señor. Deseo, por tanto, que el Congreso Eucarístico inspire a los católicos del país a recuperar el sentido de maravilla y de estupor por este gran don que el Señor nos ha hecho, y a transcurrir tiempo con Él en la celebración de la Santa Misa, así como en la oración personal y en la adoración del Santísimo Sacramento. Creo que nosotros en este tiempo moderno hemos perdido el sentido de la adoración. Debemos retomar el sentido de adorar en silencio, adorar. Es una oración que hemos perdido, poca gente sabe qué es esto, y vosotros obispos debéis catequizar a los fieles sobre la oración de adoración; la Eucaristía nos pide hacerlo. Al respecto, no puedo no mencionar la necesidad de promover las vocaciones al sacerdocio, porque, como dijo san Juan Pablo ii : «No hay Eucaristía sin sacerdocio» (Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo 2004). Son necesarios sacerdotes para celebrar la santa Eucaristía.
Confío que el Congreso sea la ocasión para los fieles de comprometerse con cada vez más celo a ser discípulos misioneros del Señor Jesús en el mundo.
En la Eucaristía encontramos a Aquel que se ha donado completamente a nosotros, que se ha sacrificado para darnos la vida, que nos ha amado hasta el final.
Nos convertimos en testigos creíbles de la alegría y de la belleza transformadora del Evangelio sólo reconociendo que el amor celebrado en el Sacramento no puede quedarse para nosotros, sino que exige ser compartido con todos. Este es el sentido de misionariedad: tú vas, celebras la misa, tomas la Comunión, haces adoración, ¿y después? Después sales, sales a evangelizar, Jesús “nos hace” así… La Eucaristía nos impulsa a un amor fuertemente comprometido por el prójimo, porque no podemos realmente comprender y vivir el significado si tenemos cerrados los corazones a los hermanos y a las hermanas, especialmente a los que son pobres, sufren, están agotados o perdidos en la vida. Me vienen a la mente dos grupos de personas que debemos ir a encontrar siempre: los ancianos, que son la sabiduría de un pueblo, y los enfermos, que son la figura de Jesús sufriente.
Queridos amigos, el Congreso Eucarístico nacional marca un momento significativo en la vida de la Iglesia estadounidense. Todo lo que hacéis sea ocasión de gracia para cada uno de vosotros y lleve fruto en el acompañamiento a los hombres y las mujeres de vuestro país al Señor: Él, con su presencia en medio de nosotros, enciende de nuevo la esperanza y renueva la vida.
Os encomiendo a la materna intercesión de María Inmaculada, Patrona de Estados Unidos de América, y aseguro mi oración por vosotros, por vuestras familias y por vuestras comunidades locales. Imparto mi bendición a todos vosotros.
Y os pido, por favor, que os acordéis de rezar por mí.
Gracias.